El poder de la arquitectura
4 de octubre 2022
Por Rodrigo Velasco
La arquitectura contemporánea puede entenderse como toda aquella que se realiza desde la mitad del siglo XX hasta la actualidad. Es importante no confundirla con la arquitectura moderna. La segunda apareció después de la Primera Guerra Mundial, cuando la economía, el rechazo al ornamento, pero sobre todo la esperanza en la tecnología para mejorar la vida de las personas y la casa como una “máquina para vivir” (como buscaba Le Corbusier) fueron las bases de esta disciplina hasta entrada la década de los sesenta. Por otra parte, la arquitectura contemporánea se caracteriza por una gran cantidad de posturas variadas, que a menudo se contraponen: posmodernismo, deconstructivismo, supermodernismo, minimalismo, entre otras.
La principal crítica a la arquitectura contemporánea es que se ha vuelto irrelevante, es decir, los arquitectos tendemos a tratar asuntos que sólo interesan a otros arquitectos, y no nos comprometemos con cuestiones importantes que incumben a la sociedad. El mundo académico no ha logrado preparar profesionales que actúen adecuadamente en la realidad actual. Éstos terminan relegados de algunos temas por tener una formación aparentemente ajena, y los dejan en manos de otras profesiones. Un ejemplo de esto es el problema de vivienda de interés social que toda Latinoamérica atraviesa.
A los arquitectos y diseñadores urbanos nos hace falta aprender a trabajar bajo restricciones de tiempo, de presupuesto, de espacio y de agenda política. Usualmente, entendemos estas mismas restricciones como asuntos que no nos permiten desarrollar nuestras capacidades creativas, cuando en realidad sucede lo opuesto. Las restricciones se convierten en oportunidades que enriquecen el resultado del proceso: los edificios.
Los arquitectos decidimos que la arquitectura, al representar una rama de las bellas artes, debe partir del genio y la libertad artística. Desde esta perspectiva, el precio que se paga para disfrutar de esa libertad es la irrelevancia. La voz de los arquitectos ya no es requerida, no sólo en lo relacionado con la construcción de las ciudades, sino en temas relevantes del desarrollo, la pobreza o el crecimiento económico. Al parecer, este punto de inflexión se dio entre las décadas de los sesenta y setenta, con el posmodernismo, corriente en la cual la forma reinaba sobre la función y la libertad estética dominaba sobre la lógica.
Cuando los arquitectos que prefirieron la libertad artística se dieron cuenta de que ésta permanecía fuera de los temas importantes para la sociedad, decidieron cambiar la relevancia por el impacto. Lo que muchas de las estrellas de la arquitectura han pretendido durante este tiempo es impactar, sobre todo en un mundo en el que predominan la imagen y las redes sociales: una cortina de humo para disfrazar que lo que realmente producen es irrelevante.
El desafío para la profesión ya no consiste en hacer objetos, sino en trabajar y lanzar preguntas de manera trasversal: que no sólo esté incluida la arquitectura, sino otras profesiones; que aborden la marginación, la seguridad y el desarrollo; que nos saquen de las discusiones con nuestro propio gremio y que se involucren con el gobierno, la economía, las finanzas, las ciencias sociales… Se trata de unir fuerzas que puedan transformar realmente la vida de las personas, por medio de la arquitectura y el urbanismo.
La arquitectura en el siglo XXI ya no puede basarse en la idea de tener edificios aislados en las ciudades; éstos deben ser herramientas que ayuden a las comunidades en las que existen, tienen que tejer relaciones urbanas y arquitectónicas que produzcan un impacto positivo en las sociedades. Esto puede ayudar a mejorar la economía, las relaciones sociales y la ecología, por medio de las inyecciones de capital que suceden a distintas escalas en la construcción. La obra resulta clave en las economías, pues permea de manera trasversal en todos los sectores económicos que intervienen en ella, desde los más altos hasta las microeconomías locales.
Un gran ejemplo de cómo un edificio puede impactar positivamente el lugar donde sucede es Medellín. Como parte de los programas de infraestructura y equipamiento de la ciudad en 2007, se realizaron una serie de parques-biblioteca. El mejor logrado de éstos se encuentra en el Parque de España, localizado en una montaña y en los límites de tres barrios sumamente conflictivos, caracterizados por fuertes enfrentamientos de pandillas. El espacio logró atraer a los jóvenes de la zona. En consecuencia, el parque-biblioteca fomentó que se conocieran entre ellos y que los niveles de violencia disminuyeran considerablemente. En la descripción oficial del proyecto, sólo se menciona la intención formal del edificio de parecer piedras. El propio arquitecto aún no veía por completo la verdadera intención del proyecto ni el poder de la arquitectura como un atajo para romper la desigualdad social y lograr equidad en la ciudad.
Así como Louis Kahn pensaba que un tabique quería ser más, en la actualidad aquellos tabiques que querían ser un edificio quieren lograr que ese edificio mejore las ciudades para quienes las habitamos, que disminuyan las brechas sociales y económicas, y que se creen mejores lugares para vivir. Éste es el poder de la arquitectura.