Serendipia, el asombro a la vuelta de la página

Serendipia, el asombro a la vuelta de la página

5 de abril 2023

Por Rodrigo Morlesin

En la vida estamos llenos de serendipias: esos hallazgos que se producen de manera casual y que son una chispa de asombro y alegría, e incluso llegan a cambiar el camino de las personas.

Claro que estas serendipias resultan diversas, pues van desde toparnos en la librería con el ejemplar que llevamos años buscando (por cierto, si se tropiezan con Las puertas del infierno, de John Connolly, denme una alegría avisándome) hasta descubrir la penicilina y con ello cambiar la vida de todos en este mundo, como le sucedió a Alexander Fleming (el caso más famoso de serendipia).

En la literatura, una serendipia se esconde detrás de esa página que estás leyendo y que, sin saberlo, dejarás para mañana. Ese libro se convertirá en tu favorito y, aunque no se trate del tema de tu oficio, te dará una nueva idea que con el tiempo será la piedra angular de tu proyecto más ambicioso. Así de mágica y misteriosa es la serendipia.

Y, hablando de piedras y de magia, ¿quién no se emocionó cuando Hagrid dijo: “Harry, debes saber que eres un mago”? Sin duda, para Harry significó una serendipia y una transformación absoluta. Pero hoy te quiero platicar de una serie de serendipias que me sucedió.

Serendipia 1: un encuentro con día y hora

En 2011, me encontraba con mi familia en Japón y decidimos pasar unos días en un pueblo llamado Hakone. Yo quería ir a ese lugar para darle de sorpresa a mi esposa, Alicia, la visita a un museo con esculturas al aire libre; mi concuña quería que fuéramos a esas aguas termales cercanas a Tokio, y Alicia quería que fuéramos porque planeaba sorprenderme con el museo de El Principito. Nadie había dicho a dónde quería ir ni las razones. Y todo era en el mismo sitio.

El 30 de enero de 2011, a las nueve de la mañana, estábamos en las puertas del Musée du Petit Prince de Saint-Exupéry à Hakone. Fuimos los primeros en llegar. El museo consiste en una réplica del típico barrio francés, con panadería, fuente en la plaza, iglesia y, por supuesto, una tienda en la que sufrí por no poder comprarlo todo y de la cual me traje un pin y una figura de cerámica de la escena del elefante devorado por la serpiente.

Por dentro, el museo cuenta con una serie de dioramas que recorren la vida y obra de Saint-Exupéry: su matrimonio con Consuelo Suncín-Sandoval Zeceña; el accidente en el Sahara; su trabajo como piloto postal en Argentina; su estancia en Nueva York, y su labor en la Segunda Guerra Mundial como piloto de reconocimiento. Al final se llega a una sala de proyecciones ambientada con cojines en forma de roca para recrear el Sahara. Así, uno se sienta en el piso y se recarga en una mullida piedra para ver el documental sobre la vida del autor. La proyección termina con la escena de Saint-Exupéry alejándose en su avión al encuentro del atardecer… nada se vuelve a saber de él. Sin duda, un final romántico y muy japonés.

Serendipia 2, 3… cien: cerrar el círculo

Años después, el 28 de febrero de 2014, Alicia y yo nos encontrábamos en Nueva York, invitados por Leonard S. Marcus para asistir a la extraordinaria exposición que él había creado, The ABC of It: Why Children’s Books Matter, la cual se encontraba en la Biblioteca Pública de la ciudad. En esa exposición nos esperaban decenas de serendipias: los juguetes originales de Winnie the Pooh, que pertenecieron a Christopher Robin; el manuscrito de El jardín secreto, de Frances Hodgson Burnett; la sombrilla con cabeza de loro de Mary Poppins, una reader’s edition de Harry Potter and the Sorcerer’s Stone y el ejemplar de Alice’s Adventures in Wonderland que perteneció a la mismísima Alice Liddell.

Pero en ese viaje tendríamos una sorpresa más: el cierre de aquel encuentro con Saint-Exupéry. A la salida de la expo, Leonard nos recomendó visitar la Morgan Library, en donde se encontraba otra exhibición: The Little Prince: a New York Story.

Ahí descubrimos por qué los neoyorquinos consideran que El Principito les pertenece a ellos y no a los franceses. A lo largo de los salones, fuimos descubriendo el otro lado de la historia que iniciamos en Hakone. El manuscrito original, las acuarelas, las cartas (por no decir pleitos) entre las editoriales Reynal & Hitchcock, de Estados Unidos, y Gallimard, de Francia, por los derechos de la obra, así como los orígenes estadounidenses del relato, como se describe en el catálogo.

Pero la serendipia no estaba en ninguno de esos documentos, que ya conocíamos en digital; tampoco se encontraba en la historia del autor, que ya sabíamos. Todo fluía lógicamente hasta que, al entrar a la última sala, nos topamos con…

El brazalete de identificación de Saint-Exupéry: esa pulsera con los datos del portador, quemada y rota por el impacto.

El 31 de julio de 1944, Saint-Exupéry había despegado de la base aérea de Córcega a bordo de su Lightning P-38, en una misión de reconocimiento fotográfico. Jamás se le volvió a ver. En septiembre de 1998, 54 años después, un pescador francés pescó una serendipia al encontrar el brazalete del escritor atorado en su red.

Esa vitrina encerraba la serendipia, pero también la tristeza, el dolor y el asombro. La historia romántica tenía un vuelco y nos mostraba la realidad: era humano y, como tal, murió su cuerpo, pero el mito nos sonreía y abrazaba.

No me resistí a tomar una foto de ese objeto histórico, aunque a la salida nos dimos cuenta de que estaba prohibido hacer fotos. El Principito había distraído al guardia para regalarnos ese instante resumido en un clic.+