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Activismo de temporada

Activismo de temporada

02 de diciembre de 2021

Sofía Grivas

Muchas marcas se han sumado a distintas causas sociales, ¿pero es cierto esto? ¿Qué tan legítimo resulta que una empresa privada, con fines de lucro, quiera involucrarse en situaciones, ideas o acciones que dividen tajantemente la opinión de las personas? ¿Qué tan real es la conciencia aparentemente espontánea que ha nacido en las marcas? ¿No consistirá en una estrategia publicitaria más para “conectar” con su target? La idea detrás de este texto es analizar, a través de ejemplos, la tendencia de las marcas a comprometer sus intereses en distintos movimientos sociales.

Llega junio y, con él, la bandera del arcoíris

¿Qué diferencia hay para las empresas entre colocar su logo navideño o en apoyo a la comunidad LGBTIQ+? Para la mayoría, ninguna. Se trata, simplemente, de una expresión de temporada, una moda, sobre todo para las marcas que apoyan públicamente a esta comunidad, aunque, por otra parte, y sin que resulte tan público, realizan donaciones millonarias para financiar políticas conservadoras en contra de los derechos de esta comunidad. Hablando de doble moral, France24 publicó:

El portal independiente Popular Information reveló que 25 grandes corporaciones que modificaron su logo con un arcoíris y patrocinaron desfiles del Orgullo durante junio donaron más de diez millones de dólares a las campañas de políticos anti- LGBTIQ+ en Estados Unidos en los últimos dos años.

Entre estas compañías bipolares se encuentran Walmart, Amazon, Google, Facebook, Ford… pero, por favor, ¿quién en el juego de la política o el dinero es congruente? ¿Pedimos demasiado? Una cosa es unirse a una causa y otra, muy distinta, beneficiarse de ella. En 2014, para celebrar la Semana del Orgullo en San Francisco, Burger King puso a la venta la Proud Whopper. El truco consistió en envolver su ya clásica Whopper en un empaque con los colores LGBTIQ+ y cambiarle el nombre. Al abrirla y terminar de comerla, encontrabas el mensaje: “Todos somos iguales por dentro”. Linda iniciativa, muy vistosa y todo, pero habría que investigar más a fondo. ¿Cuenta esta empresa con una política no discriminatoria?, ¿financia, participa o apoya proyectos para generar conciencia y evitar la discriminación? Eso sería mucho más trascendente que un truco colorido apuntalado por la mercadotecnia y que, más allá de crear conciencia hacia la causa, la banaliza y la convierte en un consumible de moda —en este caso: una hamburguesa—. Además, ¿por qué convertirla en una oferta de temporada?, ¿por qué no dejar en el menú para siempre la Proud Whopper?, ¿o es que sólo les interesa dar su apoyo públicamente una semana al año?

Feminismo de aparador

El intento de Burger King salió, al menos, mejor librado que muchos otros. ¿Cómo olvidar cuando, en marzo de este año, la marca Panam lanzó al mercado, con motivo de la marcha del Día Internacional de la Mujer (8M), unos tenis con consignas feministas? Tal vez la jugada no habría resultado tan desastrosa si se hubieran limitado a apoyar el movimiento con un mensaje, y no a tratar de vender calzado. Habría levantado menos dudas sobre si era un apoyo legítimo o un truco publicitario. Tal vez, por vender zapatos, la compañía parece usar el sentido común con los pies. No es el único caso. La diseñadora Alejandra Quesada, en un delirio de genialidad —o eso creyó—, puso a la venta las combat boots para “sumarse a la lucha contra la violencia de género en el país”. Eso sí, bien combinaditas, porque en fachas no se puede luchar por causas sociales. En la misma pegajosa fantasía del marketing políticamente correcto cayó recientemente la diseñadora Carla Fernández, con su participación en la fashion week México, en la que presentó los “look indígena”, “look feminista” y “look protesta”. En un país donde el índice de mujeres asesinadas no ha dejado de incrementarse, donde las mujeres indígenas enfrentan más carencias y donde la protesta social se ejerce como única forma de alzar la voz ante la sordera gubernamental, una rama de la industria privada banaliza problemas sociales muy graves al asociarlos con una bota rosa o un “look protesta”, combinándolos, desde luego, con conciencia social y labial rojo.

Change.org o la monetización de las causas

El 25 de mayo de 2020, un policía de Mineápolis asesinó a George Floyd, de 47 años. No había sido la única vez que la policía ejercía su brutalidad al detener a alguien de piel negra, pero sí la primera vez que esto desataría un movimiento con eco a nivel mundial. La muerte de Floyd fue un punto de partida histórico para la sociedad estadounidense. Las protestas contra la violencia policial innecesaria hacia las personas afrodescendientes se vigorizaron, retomando un eslogan creado años atrás, que sintetizaba la idea principal del momento: black lives matter (BLM): “las vidas negras importan”. La gente se organizó, pintó calles, levantó consignas, llevó flores y velas, creó arte, firmó peticiones, en suma, nació un movimiento.

Poco después, la conocida plataforma Change.org sacaría el máximo provecho de esta y muchas otras situaciones. ¿Qué es Change.org? Una plataforma disfrazada de organización social sin fines de lucro, que hasta hace apenas unas semanas —el 22 de septiembre—, cambió su razón social para transformarse “genuinamente” en una fundación sin fines de lucro. Activist Facts, sitio comprometido con la información detallada y actualizada sobre organizaciones y activistas, define Change.org de la siguiente manera: “A pesar de su nombre de dominio .org y su marca de interés social, Change.org, Inc. (Change) es una empresa privada multimillonaria con fines de lucro, no una organización benéfica pública sin fines de lucro como muchos asumen falsamente”.

Los hechos: miles o millones de peticiones se publican en esta plataforma a nivel mundial, buscando el cambio anunciado por su nombre. Las peticiones son compartidas y muchas veces quienes las comparten realizan un donativo. Al hacerlo, no apoyan directamente a la causa, sino a Change.org, que asegura que beneficiará esa petición, haciéndola llegar a más gente. Cuando un llamado inmenso, como el de blm, se apodera de la atención de los ciudadanos, parece natural que este tema inunde en avalancha las redes sociales. Con ello, la intermediaria de las solicitudes ciudadanas, Change.org, se beneficia.

La petición titulada Justicia para George Floyd impuso un récord de participación. Según el medio Insider, fue firmada por 17 millones de personas a través de la plataforma, que llamó a los participantes a “convertirse en héroes” donando dinero para que la petición “tuviera más difusión”. ¿Cuánto dinero generó Change.org a costa de la muerte de George Floyd? ¿Cuánta gente donó? ¿Cuánto de este dinero realmente se invirtió en darle difusión al movimiento? Nunca lo sabremos, pues hay total opacidad al respecto. Lo que sí sabemos es que muchos de sus trabajadores, más de 50, en su mayoría afrodescendientes, denunciaron públicamente esta práctica y pidieron transparentar las ganancias y donar los fondos a asociaciones que protejan los derechos de esta comunidad. A partir de este nuevo escándalo, la plataforma decidió reformarse, es decir, limpiar su imagen para acallar las críticas, y cambiar su funcionamiento para convertirse —ahora sí— en una organización sin fines de lucro. También creó, junto con otras empresas, un fondo para distribuir 5,5 millones de dólares entre organizaciones que apoyen a la comunidad afrodescendiente en Estados Unidos. La acción, sin duda, es positiva, pero revela que Change.org no mejoró su gestión por fidelidad a sus convicciones, sino para evitar un escándalo aún mayor.

En un mundo, si no ideal, por lo menos más propositivo, el gobierno debería tener una plataforma con un funcionamiento similar, que eliminara intermediarios y conectara directamente a los ciudadanos con sus intereses. En Alemania y Escocia ya existen este tipo de plataformas oficiales.

A manera de conclusión, no es que las empresas no deban comprometerse socialmente, sino que la sociedad debe investigar sus intereses. Se trata de desenmascarar las intenciones detrás de las grandes compañías. Por eso vale la pena investigar si las supuestas empresas socialmente responsables, o que públicamente apoyan alguna causa, actúan de forma congruente en su estructura interior: ¿pagan a sus empleados salarios mínimos?, ¿tienen planes y acciones para combatir la brecha salarial?, ¿promueven la equidad en puestos directivos?, ¿donan recursos a la causa que apoyan? La respuesta, como diría el poeta, está en el aire. +