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Reseña de 1Q84 de Haruki Murakami

La espera fue larga, pero valió la pena. Al fin tenemos la versión en español de una de las obras mayores de ese gran artífice nipón, enamorado del jazz y de la música clásica, traductor de Carver y Fitzgerald, admirador de Puig y García Márquez, maratonista, reticente a las entrevistas, apartado de los oropeles de la gloria literaria, llamado Haruki Murakami. Saludado por algunos críticos japoneses y alemanes como la obra maestra del autor, 1Q84 es el más voluminoso de sus libros (consta de unas mil páginas) y fue publicado en tres tomos en su edición primigenia: los dos primeros se pusieron a la venta en Japón a mediados de 2009, mientras que el tercero salió a principios de 2010. Tusquets acaba de lanzar la traducción de los dos primeros libros en un solo volumen; publicará el tercero en el próximo octubre, de modo que, para quienes seguimos con hambre y pasión los libros de este narrador tan singular como talentoso, la espera no ha acabado del todo.

1Q84 es una novela excéntrica en el contexto de la obra de su creador y al mismo tiempo un libro muy emparentado con sus otros libros. Me explico: en las ficciones de Murakami es escasa la preocupación por fustigar los vicios de su sociedad. La indagación del autor no se dirige, por lo general, al entramado social, sino al interior de sus personajes, pletóricos de soledad, nostalgia y vacíos existenciales. Por ello sorprende que en esta nueva novela resalte mucho, sobre todo en su primer libro, la crítica al machismo, no al de un personaje en concreto sino a su propagación en una colectividad. Una de las protagonistas, Aomame, es una justiciera sui géneris: además de ser entrenadora en un gimnasio y de dar masajes terapéuticos, se dedica a asesinar de cuando en cuando a hombres que odian a las mujeres, a maridos que maltratan física y psicológicamente a sus esposas, al grado de enviarlas al hospital o a la tumba.

La referencia al título original de la primera novela de la trilogía Millenium, del sueco Stieg Larsson, es explícita en 1Q84 y no resulta fortuita. Aomame tiene mucho de Lisbeth Salander: ambas son mujeres pequeñas, en apariencia vulnerables, que se convierten en fieras cuando son atacadas. Ambas tienen aspecto de chico, han padecido experiencias duras, han explorado el lesbianismo a pesar de gustar de los hombres, han vivido de cerca la exclusión a las que las confinan los varones y no dudan en hacer justicia por su propia mano si la ocasión lo amerita. Ambas parecen y son mujeres de cuidado, pero en el fondo son seres sensibles y anhelan una experiencia amorosa profunda. Otra semejanza entre la trilogía de Larsson y este volumen de Murakami es que ambos pueden inscribirse en la novela de suspenso, en el thriller. Pero las semejanzas entre una y otra obra son menores que sus diferencias.

Si los libros de Larsson pueden ser inscritos en el realismo, no es el caso, de ningún modo, de 1Q84. Es verdad que la novela no se desarrolla en un ámbito abiertamente maravilloso, sino en uno reconocible, “realista”; sin embargo, ese contexto es penetrado de forma constante por hechos extraños, que la razón no puede explicar del todo y que el autor no tiene interés en clarificar a los lectores. Esta característica, presente en la mayoría de las ficciones de Murakami, parece buscar perturbar al lector, sacarlo de sus casillas e invitarlo a  entender de otra manera la literatura, a no buscar explicaciones a cada hecho y a valorar el carácter desasosegador, inexplicable, de ciertas escenas y personajes.

La poética anotada aparece explícita tanto en esta novela como en una novela anterior del autor japonés. Dice el protagonista de Kafka en la orilla de un libro de Natsume Soseki: “…al acabar de leerlo, te quedas con una sensación extraña. Con un '¿y qué diablos querrá decir esta novela?'. Pero ¿sabes?, ¿cómo te lo diría?, ese 'no sé adónde quiere ir a parar' se te queda grabado en la mente. Es extraño”. Por su parte, un protagonista de 1Q84 dice de La crisálida de aire, una novela esencial para la trama: “…cuando acabé de leerla a trompicones, hizo que me quedara en silencio. Podría decirse que tuve una extraña sensación de incomodidad, difícil de explicar”.

1Q84 se desarrolla en dos planos narrativos alternados. Por un lado está la línea de Aomame, quien se ve enfrentada al reto mayor de su carrera: debe liquidar al líder de una secta religiosa, bien resguardado por su escolta, que ha abusado sexualmente de varias niñas, incluida su hija. Por otro lado está la línea de Tengo, un profesor de matemáticas y autor de novelas no publicadas que se ve envuelto en un fraude: su jefe le ha pedido que reescriba una novela, La crisálida del aire, creada por una muchacha de 17 años, para que así se le pueda otorgar un jugoso premio literario. Aunque las dos historias parecen muy desligadas una de otra, poco a poco se irán tendiendo sutiles redes entre ellas, hasta que terminen conectadas del todo y con un conflicto en común: los protagonistas deberán descubrir por qué el mundo ha cambiado de 1984 a 1Q84 y qué implicación tendrá para ellos, además de estar preparados para enfrentarse a la temible little people, que los amenaza sin mostrarse. Tanto el pasado de Tengo como el de Aomame se nos contará de forma gradual, de modo que no se revelen las conexiones entre uno y otro personaje antes de tiempo y que ambos resulten enigmáticos para el lector.

Muchos datos quedan no resueltos al concluir los dos primeros libros de esta novela; no estoy seguro de que todas las respuestas estén en el tercero. Los vacíos, sin embargo, no son un defecto en 1Q84, sino elocuentes silencios. Sobre todo no son obstáculos para que seamos movidos por las historias que el autor nos cuenta. Hay algo paradójico en la obra de Murakami: a la vez que brotan de ella pasajes que nos causan extrañamiento y no podemos entender a cabalidad, sus personajes padecen contrariedades muy cercanas a nosotros, como en el caso de 1Q84: la soledad, el fracaso, la exclusión, la falta de amor, el hueco que nada llena. Esta paradoja, aunada a su impecable manejo del suspenso, del ritmo narrativo, es quizá lo más atractivo de esta novela y de toda la obra de Murakami.

 

Por Javier Munguía

 

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