Pero no cambia mi amor: “¡No te mueras, Eli!”

Una canción que siempre me ha gustado muchísimo dice: Cambia lo superficial, cambia también lo profundo; cambia el modo de pensar, todo cambia en este mundo. Y es que sí: vivimos en un eterno estado de metamorfosis, aunque a veces no nos demos cuenta porque algunos de esos cambios son sutiles, apenas perceptibles; y otros son tan, pero tan lentos, que nos vamos acostumbrando a ellos antes de percatarnos de que algo no es idéntico a como era. El problema viene cuando no nos movemos a la misma velocidad que lo que está cambiando. Por ejemplo, cuando un amigo se va un año a estudiar fuera y nosotros nos quedamos en lo de siempre. Cuando se dé el reencuentro, el que se fue verá todo lo que se ha transformado en los que nos quedamos y hasta en el paisaje; y nosotros seremos conscientes de todo lo que esté distinto en él (empezando por ese acento ridículo que se le pegó en quién sabe dónde).

 

 
 
 
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Otro caso interesante se da cuando un cambio que debería ser gradual y pausado se da de golpe. Una cosa así puede ser hasta terrorífica, como pasa en El extraño caso del señor Valdemar, de Edgar Allan Poe, una historia en la que, mediante una forma de hipnosis, se mantiene con vida a un hombre agonizante. El tipo muere pero sigue hipnotizado, así que no acaba de irse; pero cuando se acaba el trance… (no les cuento, mejor léanlo).

Algo similar pasa en las historias de vam- piros; pero ahí no se debe a la velocidad de la transformación sino a lo antinatural que resulta: se supone que los seres humanos no estamos hechos para vivir jóvenes y bellos por siempre alimentándonos de sangre de otros, sino que debemos envejecer y morir y punto. Ah, pero, ¿quién no cedería a ta tentación vampírica en caso de tener la oportunidad? O más todavía: ¿no habría quienes buscaran activamente esa oportunidad?

Algo así sucede, más o menos, en ¡No te mueras, Eli! (SM), la novela más reciente de Lorena Amkie. Su protagonista, Eliseo (o Eli), es un adolescente con una enfermedad rara, que los médicos no han podido curar y la que tiene que enfrentar solo: su padre murió hace algún tiempo y su madre se casó de nuevo y se fue a vivir con su pareja a Estados Unidos. Eli sabe que es una locura lo de tratar de convertirse en vampiro; pero también es una forma de honrar a su padre, que se esforzaba en inculcarle el amor por la magia, la fe en lo sorprendente, lo imposible; así que se avienta de cabeza en su cruzada, durante la cual más de una persona le sugiere, le pide o le ordena “no te mueras”.

Por cierto: ya sé que dije que Eli tiene que enfrentar solo su enfermedad, pero eso no es del todo exacto: no hay caballero sin su escudero y a Eli lo acompaña uno muy singular: Fernando, un compañero de clases que quizás es un dolor de cabeza o quizás es su amigo. Y no podía faltar Eva, enfermera o Dulcinea, inspiración o fantasía… En todo caso, Eli descubre que la vida consiste, precisamente, en enfrentar esas metamorfosis constantes, que a veces son más apabullantes que las que ocurren frenéticamente o las sobrenaturales.

Lo mejor de todo es que el lector lo descubre también, a la vez que disfruta del humor inteligente y agridulce de Lorena y se encariña profundamente con personajes como Fantasmanta, la chica dark del salón de Eli; el don Julián, el hombre que vive rodeado de muñecas viejas en un islote en Xochimilco; o –mi favorito– el papá de Eli, un general del ejército obsesionado con despertar la imaginación de su hijo y con acabar con los mosquitos.

 

 
 
 
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En el fondo, desde luego, toda la literatura tiene que ver con los cambios, las metamorfosis, las transformaciones de los seres humanos. Incluso aquellas obras en las que hay personajes (o grupos o sociedades enteras) aparentemente incapaces de cambiar, es posible que nosotros, los lectores, cambiemos un poco, a la hora de darnos cuenta de cómo una persona, o muchas, pueden quedarse estancadas y no tener una manera fácil de resolver todos los problemas que una situación así les puede provocar.

Pero libros como ¡No te mueras, Eli! nos recuerdan que, por muy cínicos que quera- mos ponernos, el cambio también existe, igual que existe en el mundo natural y en la Historia humana en general, que es mucho más amplia que nuestras propias vidas.

Este texto fue escrito por Raquel Castro y se encuentra en el número 115 de Revista Lee+. Su versión física se encuentra disponible en todas las Librerías Gandhi de México y la versión digital la pueden disfrutar aquí.