La mirada permanente

Se camufla una intensión perversa en la acción de empatar la noción de vigilancia con la de seguridad. Los ojos se despliegan atentos en los rincones de la ciudad: observan meticulosos nuestros pasos sobre las calles, los despachos de oficina, los cajeros de tiendas y de bancos. Durante una caminata de rutina nos detenemos, miramos a lo alto de un cuello tubular que se alza en medio del camellón que divide la avenida, y distinguimos las pupilas, pero no a quien observa con esos ojos.

Hay una apariencia engañosa en el rostro de una sociedad televigilada. Gilles Lipovetsky la describe en su libro La pantalla global: cultura mediática y cine en la era hipermoderna: “Son los tiempos del mundo pantalla, de la todopantalla, contemporánea de la red de redes, pero también de las pantallas de vigilancia, de las pantallas informativas, de las pantallas lúdicas, de las pantallas de ambientación”, y complementa en el capítulo en el que el sociólogo francés detalla el tema del Estado de videovigilancia: “Está claro que la época de la democracia de la liberación ha quedado atrás. Lo que vemos afianzarse un poco más cada día es la democracia de la seguridad: menos regulaciones económicas, pero más controles de los movimientos privados en los espacios públicos. ¿Tan lejos estamos del Big Brother, de la emisión de telerrealidad bajo el ojo permanente de la cámara y del ‘te vigilamos’ de la sociedad policiaca?”.

A partir de la mirada permanente que observa de manera silenciosa los movimientos de los ciudadanos, se creó un comercial de Coca-Cola en el que se humaniza la mirada fría de los dispositivos de vigilancia, un ejemplo de la sociedad  de control disfrazada con atuendo menos agresivo. ¿Qué tanto estamos dispuestos a renunciar de nuestra privacidad por una aparente seguridad?

En la breve teleserie Dead Set, de Charlie Brooker, las pantallas del show de Big Brother que se lleva a cabo en la ficción inglesa son ajenas a la pandemia zombi que arrasa con todos en el exterior, menos en el set: la vida común y corriente se queda entre los espejos negros, mientras afuera el mundo ha cambiado por completo, el espectáculo deja de estar únicamente en la pantalla y se extiende al otro lado del escenario. Hay algo curioso en esta serie que se relaciona con las catástrofes sociales que azotan en cada país; pareciera que los problemas, las vísceras del mundo, se intentaran ocultar, un juego de apariencias en el que la pantalla transmite una verdad que oculta algo detrás. Al respecto, Jorge Fernández Gonzalo explica en su libro Filosofía zombi: “Metáfora [Dead Set], una vez más, de cómo el teatro ha invertido su relación con la vida, cómo los medios impostados de espectacularidad son ahora vividos de manera auténtica por los personajes […], como si la televisión fuera no un medio o una lejanía relativa […], sino una habitación más de la casa, un largo pasillo hacia nuestros propios deseos, aptitudes, relatos”.

Otro ejemplo, para continuar con estos jirones —que no hilos— de carne conductores, en la obra maestra del recientemente fallecido George A. Romero, El amanecer de los muertos, los personajes se atrincheran en un centro comercial, el templo por antonomasia del hiperconsumismo, para no dejar de lado el prefijo predilecto de Lipovetsky, quien además dice en La estetización del mundo: vivir en la época del capitalismo artístico: “El capitalismo no tiene buena imagen”, y más adelante: “el modo de producción capitalista se estigmatiza como barbarie moderna que empobrece la sensibilidad, como orden económico responsable de la devastación del mundo”, barbarie y devastación sintetizada por el cineasta estadounidense en un apocalipsis zombi: el reflejo crudo de nuestra sociedad contemporánea que, además, necesita estilizar su imagen, estetizar las ruinas que ha dejado la horda a su paso. En estos escenarios de caos generalizado, ¿cuántas pantallas de videovigilancia fueron necesarias para detener la supremacía zombi?

En el inicio del juego Resident Evil iii: Némesis hay una escena del video en el que uno de los muertos vivientes se acerca al casco de un policía en el que ve su reflejo. La escena condensa el espíritu que deambula entre muchas sociedades principalmente occidentalizadas: un Narciso contemporáneo.

Seguimos nuestro camino, avanzamos, y también avanza la mirada omnipresente. Ve instantes, fragmenta contextos, ¿qué es lo que observa con tanto detalle y cuál es la conclusión a la que se llega a partir de los fragmentos de información que capta? ¿Quién vigila al que vigila? Hay que ser cautelosos de quien sigue nuestros pasos y se esconde entre la sombra, entre una guedeja enmarañada o en el otro lado de la pantalla.  +

Por Rolando Ramiro Vázquez Mendoza  

MasCultura 14-agosto-17