Entrevista con Rafael Tovar y de Teresa en el final de un mundo
Todos afirmamos —o casi todos— que el régimen de Porfirio Díaz concluyó con el inicio de la Revolución mexicana en noviembre de 1910. En automático imaginamos que Díaz hizo las maletas y abordó el tren presidencial con rumbo al puerto de Veracruz donde lo esperaba el Ypiranga, barco de vapor que lo llevaría primero a Cuba y después a Europa.
La velocidad del relato deja fuera muchos detalles y no ofrece la justa dimensión del tiempo: entre el 20 de noviembre de 1910, fecha pactada en el Plan de San Luis para el inicio de la revolución, y la partida de Díaz al exilio, el 31 de mayo de 1911, transcurrieron seis meses, periodo que suele obviarse en el relato histórico. En De la paz al olvido. Porfirio Díaz y el final de un mundo, libro de Rafael Tovar y de Teresa, estos seis meses se muestran a detalle, para dar una idea precisa de lo que ocurrió después de las fiestas del Centenario, tema con el que arranca el texto, y que después se concentrará en la travesía de Díaz hacia Europa y su última estadía en París, donde murió en 1915.
En una sala de juntas del Auditorio Nacional, Rafael Tovar y de Teresa habla de un personaje que, a pesar de la distancia, hace pelear a tirios y troyanos:
“Porfirio Díaz es una figura atractiva históricamente porque es un hombre que fue un artífice de la paz y de la construcción de México a través de políticas económicas y culturales, y que con la revolución perdió ese doble registro que poseen todos los personajes históricos para quedar como un hombre que le hizo un profundo daño a la patria. Díaz es varios Porfirios Díaz: desde el joven soldado que lucha por la república, durante la Intervención francesa, hasta convertirse en uno de los héroes más importantes y que acompaña a Juárez al triunfo de ‘la República Restaurada’. Su ascenso al poder y su permanencia en él son algunos carices con los que mucha gente no está de acuerdo”.
Las fiestas del Centenario son la antesala del desmoronamiento del castillo porfirista que, como si fuera de naipes, se derrumbará dos meses después. ¿Cómo entender esa repentina fragilidad y el destino de Díaz? Tovar y de Teresa responde:
“Hay que recordar que en 1910, cuando se cumplen los cien años del inicio de la independencia, Díaz hace una enorme fiesta a México, a la patria, en la que se busca mostrar todos los avances que ha tenido el país durante estos años de gobierno, y que él tuvo muy claros en su programa de modernización. Con recursos, ayudado por su ministro de Hacienda, José Yves Limantour, se construyen más de mil cuatrocientas obras en todo el país, lo mismo escuelas, bibliotecas, panteones, plazas, jardines, puentes, mercados, oficinas públicas. En la memoria histórica, en el imaginario mexicano, olvidamos que estas obras se hicieron con Díaz, pero no se asocian con él. Las fiestas del Centenario no fueron un escenario para la vanidad de Díaz y su realización personal, sino al contrario: en todas las obras hay un fin social. Es una visión que no volverá a darse en mucho tiempo en nuestro país”.
El debilitamiento del régimen, en opinión de Rafael Tovar y de Teresa, se debió al estilo personal de gobernar de Díaz:
“Aun cuando en 1910 hay opiniones que empiezan ver fragilidades en el régimen, sobre todo por la relación con Estados Unidos, el ánimo nacional no era tan pesimista. Sin embargo, cuando empiezan a surgir pequeños levantamientos en distintos estados de la República hacia el mes de septiembre de 1910, que en noviembre muchos serán ya una realidad, no había solidez política porque su estilo de gobernar se basaba en lealtades personales que empiezan a resquebrajase por una sencilla razón: muchos de sus contemporáneas empiezan a morir”.
Además de contar cómo fueron los últimos días de Díaz en la presidencia de México, en De la paz al olvido. Porfirio Díaz y el final de un mundo se cuenta el itinerario desde Veracruz hacia su nueva vida y el exilio de miles de mexicanos, aspecto poco conocido:
“Hay dos temas que toco en el libro: la vida de Díaz en Europa, cómo son los últimos días de su gobierno, cómo se da el proceso de la renuncia, cómo llega a Francia, primero a Burdeos, y de ahí París; cómo es su vida cotidiana, con qué recursos vivía y, sobre todo, cómo le llega la información de la Revolución mexicana. Cómo va entendiendo o por lo menos informándose de algo desconocido para él, algo que ve como traiciones entre grupos, más que como un proceso histórico. La otra parte es sobre el exilio de decenas de miles de mexicanos que van a San Antonio, a Nueva York; en América Latina van a Guatemala o a El Salvador, y los más pudientes a Francia. Cómo se desperdiga este exilio y qué pasa con ellos cuando están allá, de qué viven, porque muchos de ellos eran beneficiarios del régimen porfirista y de un día a otro se quedan sin ningún apoyo económico. Hubo casos de esposas de diplomáticos que se metieron a cantar en lugares públicos, o diplomáticos varados en China o Japón. Hay quienes hablan de quinientas mil personas exiliadas, incluso hasta un millón, una cifra enorme teniendo en cuenta que el país, en ese momento, tenía quince millones de habitantes”.
El libro también desvela las razones del afrancesamiento del régimen porfirista, algo que suele señalarse como defecto o vanidad: “El afrancesamiento de la vida del país, de la capital, del propio gobierno, no fue propósito: era la corriente internacional que en ese momento dominaba. Es como ir a un centro comercial en Bosques de la Lomas: si no es una copia es bastante parecido a los que hay en Estados Unidos, y es el mismo que puede estar en la India, en Singapur o en Rusia. Yo no sería tan radical de decir que Porfirio Díaz y su clase gobernante eligen el afrancesamiento como una forma cultural, sencillamente porque en ese momento es la que rige el mundo. El francés es el idioma universal, la arquitectura era francesa, la moda también, lo mismo que la gastronomía. Era el imaginario que en ese momento dominaba el mundo”.
Aunque De la paz al olvido. Porfirio Díaz y el final de un mundo es una crónica histórica, hay ciertos recursos narrativos presentes en la escritura de Rafael Tovar y de Teresa. Autor de la novela Paraíso es tu memoria, en la que recrea la vida cotidiana en el Porfiriato, algunas pinceladas narrativas se cuelan, como dice el autor: “Siempre es un problema desligarse del impulso narrativo y de la ficción. Lo que trato de hacer en una novela es plantear el mundo de lo que fue o lo que pudo haber sido; en el caso de una crónica o un libro que pretende ser una pequeña aportación a la historia, lo que uno busca es dar certezas, que cada coma tenga un sustento, una investigación, que todo lo que se diga ahí corresponda a la realidad y a la certeza. Creo que eso es lo mas difícil cuando uno incurre en la ficción. Como disfruté mucho haber escrito uno y otro, espero no haber confundido los papeles”.
Si algo impacta de la figura de Porfirio Díaz es cómo su vida transitó por buena parte del desarrollo de la nación, desde las cenizas aún humeantes de la Nueva España hasta la consolidación y modernización del país. Dice Rafael Tovar: “Porfirio Díaz nace en las estructuras coloniales, en Oaxaca, estructuras que respondían a una organización social mucho más cercana a la Nueva España que al país que ya buscaba la independencia. En 1830, cuando él nace, acaban de pasar nueve años de la consumación de la independencia. Para Porfirio Díaz y su generación, que lo acompañó en sus tareas de gobierno, ¿cómo se fueron acoplando a ese nuevo mundo? ¿cómo fueron modernizándolo desde el punto de vista del ejército, de las instituciones políticas, de la infraestructura, de las formas de gobierno? Díaz contó con un enorme talento para poder llevar a cabo todo este programa tan importante que a él le toca vivir en el siglo XIX. El problema con Díaz es que queremos verlo como personaje del siglo XX y juzgarlo a partir de los criterios del siglo XX, cuando él es un personaje del siglo XX”.
¿Qué hacer con Porfirio Díaz? ¿Cómo devolverlo al sitio que le corresponde?, se le pregunta por último a Rafael Tovar y de Teresa: “Creo que cualquier movimiento voluntario perjudicaría a Díaz. Estas cosas se tienen que ir dando de modo espontáneo. Díaz tuvo un papel especial cuando fueron los cien años de la Revolución, hecho que hubiera sido impensable hace veinte años. La repatriación de los restos es un tema en la esfera familiar del propio Díaz. El Estado no debe forzar nada; eso provocaría una división que en este momento es lo último que quisiéramos como ingrediente de nuestro presente”.
Por Jorge Vázquez Ángeles
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