El arte y la ciudad monstruo. Entrevista con Arturo Delgado

Las transformaciones que ha sufrido la Ciudad de México —comenzando por el nombre— son bastante marcadas y repercuten directamente en la vida de sus habitantes: privatización de recursos, de espacios, gentrificación y contaminación, por mencionar algunos. El ámbito cultural no queda excluido.

Horror al vacío. Arte contemporáneo y ciudades abigarradas (Textofilia, 2016) reúne varios artículos de Arturo Delgado, que se encarga de desmenuzar y comentar las relaciones entre el arte y la ciudad, su suerte y sus contradicciones. ¿Sigue siendo una ciudad que satisfaga las necesidades culturales de los ciudadanos? “Por supuesto que sí y por supuesto que no. La inconmensurable, inabarcable e inasible Ciudad de México posee una producción y oferta cultural infinita en todas sus disciplinas y en todos sus estilos; desde lo más consolidado, internacional y nacional, hasta lo emergente, pasando por lo popular, exquisito o contracultural. Puede ser absolutamente satisfactoria porque sucede lo milagroso en galerías que operan como museos; en microteatros o en el Teatro de La Ciudad; hoyos-funkies, pop-up galleries, festivales de todo y en uno que otro abandonado teatro público y museo de antaño o gran museo de toda la vida. Es satisfactoria si haces el esfuerzo para informarte sobre todo lo que ocurre en Facebook, revistas, medios electrónicos e incluso en las regularmente malas carteleras de los recintos públicos. Mi libro Horror al vacío, es una celebración a esta grandiosa megalópolis.

“También puede ser muy decepcionante porque desde el sector público, en más de una ocasión, se brinda espacio a la oferta poco comprometida, a la producida por el compadre del programador o a la apoyada por el amigo del politiquillo. En los parques públicos de pronto aparecen adefesios escultóricos pagados con nuestros impuestos, elegidos por un delegado cuyo ego no le permite asesorarse por un especialista; pero también espectáculos brillantes, promovidos por esfuerzos individuales sin recursos, y otros en el marco de grandes festivales y ferias de arte. No olvidemos que el término ‘cultura’ es cada vez más amplio y discutible. En esta ciudad hay permanentes eventos, estrenos, experiencias, exposiciones o festivales, que se cuentan en cientos por día. Además, partamos de la premisa de que en esta ciudad es imposible generalizar, y eso hace especialmente difícil dar un diagnóstico certero. La creación cultural responde a todo lo que sucede en un país convulso como el nuestro. Es contradictoria y desigual como su pavimento. Mucho de lo que ocurre en la Ciudad de México es de excelencia y gran calidad, aunque también otra parte es deficiente y mal organizada.

“En resumen, nuestra ciudad es una de las que cuenta con mayor oferta cultural en el mundo. Lógicamente no todo es igual. El circuito llamado ‘cultura’ requiere de dos: el creador y el espectador”.

En el mismo sentido de la pregunta anterior, pienso en varios aspectos: primero la ubicación geográfica de los espacios culturales, segundo los precios de acceso; algunos están demasiado lejos y otros son demasiado caros. ¿Qué impacto en contra tienen estos aspectos para que la gente prefiera invertir en otras cosas antes que en cultura?

“Nuestra ciudad es un conjunto de ciudades: nuestro país es multicultural y diverso. Así como es imposible hablar de un solo México —tan distinto es Tijuana de la Costa Chica, o Tláhuac de Interlomas—, es imposible hablar de una sola Ciudad de México. Nuestra ciudad es tan grande que opera por circuitos y sectores. En el libro cito mucho a Teodoro González de León, de quien aprendí, sobre todo, a reconocer que nuestra ciudad tiene numerosos faros alrededor de los que pasa lo mas diverso. Los promotores y creadores hacemos un esfuerzo supino por encontrar una audiencia, y luego, si subsistimos, hacemos comunidad, probamos formatos, ocupamos cada espacio y aprovechamos todas las oportunidades. Esto para que el público decida invertir en cultura.

“La ubicación y el precio de la oferta cultural no son el problema, sino la calidad. Cuando la propuesta es sólida y consistente, si se logra difundir, por lo regular funciona. Tarda mucho, el esfuerzo es monumental, pero se consigue. No se trata de que nos guste o no, la cultura es vastísima. Hay a quien le gusta y paga por Frida Kahlo, Wayne McGregor o Los Ángeles Azules; por el festival del mole, Ceremonia, Mutk o el Millesime; por la artesanía, las galerías de la Roma, las de la San Rafael o las antigüedades de la Zona Rosa. Ahora bien, lo importante es que esté bien producida, dirigida, fabricada o actuada, promovida, y que sea honesta por más conceptual que sea el caso. Por eso la gente abarrota un pequeño recinto independiente, hace colas por horas en un museo o, si no vale la pena, deja vacío el Auditorio Nacional.

“Nuestra ciudad tiene veintidós millones de personas. La mayoría se satisface con ver Netflix, pero, como comento en el capítulo que dedico a Guy Debord, hay una minoría que goza lo que ocurre en nuestra calles, dentro o fuera de los recintos. Ésa está viva y hace que en esta Ciudad ocurra todo, todos los días a todas horas. No debe ni puede ser Berlín ni Londres, sino México, con su paradójico uso del espacio público, con su lamentable desorganización, pero su inigualable fórmula para sobreponerse a todo”.

¿Los museos siguen jugando un papel crucial a la hora de establecer un canon en el arte en México? Y ¿qué contraparte juegan las galerías y foros ubicados en el margen?

“Los museos son los mausoleos que contienen aquello que ‘pasó a mejor vida’ y logró colarse a la lista de lo que en Historia del Arte se puede llamar Arte, debido al consenso de la crítica, la audiencia, la academia y el mercado. No necesariamente sólo por el talento y propuesta, sino también por la gestión, profesionalización y factura. Los tiempos del artista bohemio quedaron atrás. Hoy a los creadores se les exige el mismo nivel de profesionalismo, o quizá más, que a un ingeniero o un médico, por lo menos para mostrarse así en sus sitios web y aplicar a becas.

“En los museos sucede la exposición, no la creación. Su papel histórico, más que establecer el canon del arte, es partir del pre-existente que se creó justamente al margen, es decir, del que aún no cede a quedar momificado. Los cánones son inventados fuera del museo, por los creadores y sus galeristas que apuestan en ellos; por los curadores que seleccionan a las nuevas generaciones; más tarde por la reseña, crónica y divulgación que los acerca a los públicos amplios; luego por la crítica seria y la academia que los coloca en valor filosófico, histórico, político o social. Y, conforme se insertan en proyectos serios de arte contemporáneo, los cánones se reflexionan y discuten. Mucho tiempo después, cuando ya están establecidos, llegan al museo”.

¿Cuál crees que sea el estado actual del arte en México por fuera de los grandes museos?

“De abundante producción. Hoy se produce mucho más fuera que dentro de ellos. Por miles de razones que rebasan lo artístico, es decir, por cuestiones económicas o sociales hoy hay más artistas que nunca. Hace veinte años era una locura estudiar cine en México, por ejemplo. Ser artista era una afrenta para las familias de abogados o médicos. Hoy muchos padres apoyan el talento de sus hijos, se enorgullecen y sorprenden cuando los ven viajar a ferias, festivales y premiaciones. Paradójicamente los cineastas o artistas más destacados no estudiaron arte, sino que se formaron justamente consumiendo la oferta cultural de ciudades como la nuestra. Ciudades abigarradas e imperfectas en las que todo puede suceder, como lo cuento en la reseña Tenochtitlán-Constantinopla.

“Por eso el arte es fascinante, pues es una metáfora de cómo funcionamos. Hoy todo puede ser arte, lo que no significa que todo sea bueno. Nuestros tiempos son paradójicos. Aunque el público apenas esté aceptando lo que se hizo hace cien años, nuestra ciudad apuesta por lo nuevo, justo en galerías independientes y compañías que operan al margen de la institución. Y por fortuna hay una audiencia cada vez más creciente, que admira y busca conocer lo actual. Lo que yo más disfruto del arte contemporáneo es el compromiso con su tiempo, con el comentario, reflejo y confrontación entre nuestros días y todo lo que ha ocurrido desde que somos seres humanos. Ahí la gran comunión en todo circuito del arte: el artista, el promotor, el espacio —llámese galería o banqueta—, la audiencia y el coleccionista”.

Y ¿el estado de la crítica de arte en los medios de comunicación ya sean impresos, electrónicos o audiovisuales?

“Hace muy poco habría dicho que es casi inexistente. Hoy las audiencias exigen, provocan, producen y gozan la crítica y el debate. No todo es igual de riguroso. Seguro que habrá un momento en el que la marea alta del internet baje y sólo queden los mejores. Ya existen varios medios comprometidos, pero como en todo lo demás, son excepciones. El arte, a diferencia de otras expresiones masivas, establece un diálogo personal e íntimo con cada espectador que esté dispuesto a conversar. Lamentablemente los mexicanos toleramos lo mal hecho y celebramos tristemente la cultura del menor esfuerzo y la lentitud —lo cual detesto. Sin embargo, en todas las disciplinas del arte, como en cualquier otro hacer del humano, existe un grupo minúsculo pero comprometido que hace crítica de la forma más seria que puede. En mi caso lo que busco es la divulgación, de la producción y la propia critica”.

¿Crees que existen los espacios suficientes para la producción artística en México, teniendo en cuenta galerías, cines, centros culturales o foros?

“Creo que sí. El problema es que muchos de los espacios públicos que dan lugar a propuestas no comerciales están abandonados. La mayoría de los recintos del Estado y la Ciudad están tomados por trabajadores sindicalizados a quienes poco les importa lo que sucede en ellos, siempre y cuando les paguen su sueldo. Yo recuerdo que de niño vi mucha dramaturgia clásica en los teatros del IMSS que ahora están cerrados, esperando un rescate. Los recintos públicos operan con un presupuesto ínfimo y los privados dependen del mecenazgo o conveniencia fiscal; debería haber más incentivos fiscales para que a todos les convenga que haya más producción. La cultura es la única forma de hacernos conscientes de que el camino no es la violencia ni el delito, o bien, que hay delitos que no deberían serlo”.

Es evidente que el recorte a cultura afecta a los espacios y a la producción artística. ¿Cuál es tu evaluación con respecto a los cambios y recortes que ha habido recientemente?

“Es imposible que el arte producido desde el sector público sea de calidad, si su raquítico presupuesto es devorado como gasto corriente por personal de oficina. Necesitamos más tenores y bailarines, y muchas, muchas menos secretarias asistentes A, B, C y D que sólo sacan copias. Sin buenas obras de teatro ni danza de calidad, no tiene sentido que haya recintos para ellas. Los museos hacen un esfuerzo supino, y sí hay gran movimiento; se han beneficiado de que las artes visuales están asociadas a una agenda social y a la participación en el mercado del arte. Hace sesenta años, Horkheimer y Adorno avizoraban en qué acabarían las Industrias Culturales o Economía Creativa. Guy Debord, desde los sesenta, vio la necesidad de espectadores participativos, no hipnotizados ante una sociedad del espectáculo. Hoy el internet y las redes sociales nos permiten participar, aunque todavía no exigimos lo suficiente. Es una tragedia el recorte presupuestal a la cultura, pero al mismo tiempo es una bendición, pues obliga a todo el sector a operar de otra forma. Inserta el aspecto económico para subsistir, sin prostituir el concepto. Es un nuevo orden. Todo está por ocurrir”.

Rolando R. Vázquez M. @LordNoa

MasCultura 06-jun-17