Aceptar lo sombrío de la existencia, la apuesta de Rupi Kaur en ‘El sol y sus flores’
15 de mayo de 2019
Yolanda Fernández Aburto
La poeta hindú-canadiense Rupi Kaur, se posicionó en el gusto del público con su estrategia de aprovechar las posibilidades en la era digital. En pocas palabras, concatenó en la escena mediática su trabajo creativo junto a la imagen de poeta; dotó de rostro a un discurso, diferenciándolo del inmenso coro donde la identidad enigmática del escritor ha permanecido, en todo caso, inalcanzable, sino ignota, al punto de anularse. La categoría autor-obra está rebasada, sin embargo, en ésta época de inmediatez, conectar con los lectores genera pertenencia y es inclusive preciso, cuanto más al difundir el género poético. Naturalmente, las giras de recitales alrededor del mundo, las apariciones en shows televisivos, la administración oportuna de sus perfiles en redes sociales, sobretodo en instagram, plataforma donde suministra “microdosis” de su obra a sus seguidores, han catapultado a la autora de Otras maneras de usar la boca, directo a la fama. Por lo anterior, ha sido incluida dentro del grupo de los “instapoetas”.
En Kaur, la escritura —entendida como un camino hacia el autoconocimiento desde una visión cíclica— es la materia donde se aglutinan experiencias vitales de tesitura variada, que al nombrárseles, conducen a un reposicionamiento genuino, a través del despliegue de escenas que trazan un recorrido en línea recta desde el pasado del sujeto lírico con memorias de infancia, su presente, en las etapas del enamoramiento hasta un futuro permeado de realismo, donde se reconocen tanto fortalezas como debilidades. El valor de sus composiciones parte de una toma de conciencia en el desamparo, mas no explota la repetida postura ad nauseam donde, tras la desgracia, cualquiera resurge presto para librar batallas sobreponiéndose enseguida.
No. La autora describe con sinceridad el viaje desde la miseria personal acompañado de la inevitable exposición del universo íntimo, donde habitan el miedo, el trauma. Su poesía es feminista, no ceja al subrayar la marcha a través de las generaciones de una invisible máquina perfecta que ha colocado a la mujer en desventaja (más allá de los discursos de victimización, superioridad masculina, diferencias biopsicosociales entre los sexos o machismo) más bien su exitosa persuasión al lograr la guerra de una mujer contra sí misma cuyo fin sea mimetizarse abnegando los ideales.
No bastará descubrir la crueldad del orbe, acto seguido, sumirse en lamentaciones, ensayar un cambio y, tras un tiempo, olvidarse del asunto; consistirá en aceptar las partes sombrías de la propia existencia sin auto juzgarse acremente. El mensaje es claro: el perdón hacia uno mismo se profesa a diario. La única verdad a comprender es cómo se actuará luego de identificar el miedo producto de la inseguridad en aras de la reconexión efectiva con uno mismo tras un momento de duelo. La poesía de Kaur no es depresiva aunque relata eventos duros, tampoco es aquella ramplona donde la esperanza venida del cielo trae consigo una pujanza por recuperar el tiempo perdido. Se encuentra en un punto mesurado, útil para reconocer la oportunidad de asumirse distinto. Sus poemas expresan con la eficacia del lenguaje sencillo el universo de las emociones; el dolor, la rabia, el desamparo, o sea, el vacío existencial culminado con el cambio de perspectiva, el hallazgo de la sanación.
El sol y sus flores está dividido en cinco capítulos (así los llama la poeta), intitulados: “Marchitarse”, “Caer”, “Arraigar”, “Levantarse” y “Florecer”. Kaur se vale de este proceso (el crecimiento) para mostrar cómo los opuestos se reconcilian: el equilibrio está en a veces ganar, otras perder. En el poemario revisita algunas ideas trabajadas en su primer libro, menciono las siguientes: las relaciones amorosas, la fuerte presencia de la madre y la reapropiación del cuerpo, si bien el tratamiento presenta madurez, el estilo de la autora continúa definiéndose. Algunos de los versos se acompañan de ilustraciones también de su autoría, esto es significativo pues refuerza el impacto de la palabra; la correspondencia entre la simpleza de los dibujos e ideas expresadas, convierten al discurso en pensamientos —recordatorios breves pero sustanciales, sobretodo, bien logrados— que sirven de notas mentales o respiros necesarios en la sociedad de lo fugaz (esta característica es la razón principal del gusto por su obra al exponer desde la brevedad situaciones comunes), no obstante el lector no encontrará frases ligeras o cursis de manual de autoayuda, todo lo contrario, Kaur visibiliza temas serios, incluso incómodos. El libro se sustenta por las distintas variaciones del amor como fuerza universal: la vida, la naturaleza y los seres humanos.
La primera parte relata los sinsabores de la soltería imprevista (la añoranza en soledad, el martilleo de las dudas irresueltas acabado todo). Esta sacudida emocional, reúne en “Caer”, —sin duda, la parte más desgarradora del poemario—, el trauma de un abuso sexual, el cuerpo femenino, indefenso, considerado sitio del placer ajeno y la restauración de la confianza en la ambivalencia tejida con uno mismo. En “Arraigar” el tono se diversifica, es el viaje a la semilla, remontándose a los antepasados familiares donde se honra a la herencia genética, la lengua, la nacionalidad. Es un capítulo de agradecimiento, se reconoce la valentía de los padres al emprender su historia en un país ajeno en busca del bienestar de la familia, de ahí se articula el tema de la extranjería aparejado a una crítica a la colonialización, un llamado a desfronterizar la mente a través de la empatía. La madre es una diosa central, quien guía en todo momento al reunir no sólo sapiencia práctica sino emocional para enfrentarse al mundo.
En “Levantarse”, se narra el encuentro con una nueva pareja, el desarrollo de un fluir sentimental sin complicaciones. Es un capítulo descriptivo donde se evoca el pasado para entender la constante vital: el cambio. En “Florecer”, el cierre, invita a aceptarse tal cual, a apreciar la belleza de los rasgos distintivos. Lo permanente es el territorio del propio cuerpo:
si soy la relación más larga
de mi vida
acaso no es hora de
alimentar la intimidad
y amar
a la persona
con la que me acuesto cada noche. (p. 108)
Los versos de Rupi Kaur recuerdan, como dijera un poeta, que “somos la suma de infinitas restas”, en el fondo quizá conocerse más allá del reflejo sobre una superficie, saberse compuesto de tiempo y continuar, tenaz, sea gracias al fuego interno de la intuición. +