Siguiendo a Sherlock Holmes

Publicado por primera vez en 1892, este volumen recoge los primeros doce relatos protagonizados por el detective más famoso del mundo, Sherlock Holmes, luego de sus primeras apariciones en las novelas Estudio en escarlata (1887) y El signo de los cuatro (1890), que inician el llamado canon holmesiano, compuesto por cuatro novelas y cinco libros de cuentos. Estas primeras narraciones fueron publicadas en revistas de Inglaterra y Estados Unidos antes de conformar un libro, y tuvieron un éxito arrollador, al grado de que las publicaciones que los incluían alcanzaban pronto tirajes de 500 mil, 700 mil y hasta un millón de ejemplares.

En un interesante artículo, Francisco Martínez García nos relata la férrea lucha establecida entre Sherlock Holmes y Arthur Conan Doyle (Escocia, 1859-1930), su creador. La primera novela de la serie no tuvo éxito de público ni de crítica; la segunda, en cambio, contó con el favor de los lectores, pero no con el de los críticos, quienes consideraban la detectivesca una literatura de segundo orden. Es con los cuentos de Las aventuras de Sherlock Holmes que Doyle se vuelve un escritor popular; sin embargo, no goza con este éxito, ya que él mismo no siente gran aprecio por las correrías de su detective: aspira a escribir novelas históricas, a las que considera gran literatura, mientras que la ficción de detectives la asume como un divertimento.

Pese a lo anterior, la demanda por nuevas historias de Sherlock Holmes es tan grande que el autor, convencido por sus editores, continúa inventando aventuras para su detective, por las cuales cobra enormes sumas de dinero. Al final de su segundo volumen de cuentos, Doyle no pierde la oportunidad de matar a Holmes, a quien a esas alturas aborrece. Durante los próximos años no aparecen más narraciones del personaje, hasta que Doyle cede nuevamente a las presiones y publica la novela El sabueso de los Baskerville y el relato “La reaparición de Sherlock Holmes”. La teoría de Martínez García es que en realidad Doyle sentía un aprecio secreto por su personaje más famoso, por más que en público dijera odiarlo.

Todas las historias de Sherlock Holmes excepto una –“La melena del león”, narrada por el mismo Holmes– están contadas por John. H Watson, un médico amigo de Holmes, cuya admiración por este lo lleva a escribir presuntas crónicas de los mejores casos del detective. Fue tan persuasiva esta estrategia narrativa para dar una apariencia mayor de realidad a las historias de Holmes que durante muchos años Arthur Conan Doyle recibió cientos de cartas de lectores convencidos de que Holmes era real y de que podía ayudarlos a resolver los misterios que les hacían quebrarse la cabeza sin mayores resultados. No faltaron tampoco las declaraciones de amor para el detective ficticio.

Como queda dicho líneas arriba, Las aventuras de Sherlock Holmes recoge doce de los casos en los que intervino su protagonista. Si bien Watson siempre cumple la función de colaborador de su amigo, su participación nunca resulta fundamental para la resolución de los misterios. En su favor debemos decir que goza de la plena confianza de Holmes, a quien admira profundamente por su capacidad analítica y deductiva. En estos relatos suelen mencionarse casos anteriores, ya sea los abordados en las primeras novelas o en cuentos de este mismo libro aparecidos con anterioridad. Esto le da cierta continuidad al conjunto. Holmes es consciente de que Watson escribe y publica algunas de sus aventuras, e incluso se da el lujo de criticar el trabajo literario de su amigo.

Se considera a Edgar Allan Poe el creador del género detectivesco, inaugurado en cuentos como Los crímenes de la calle morgue, El misterio de Marie Roget, El escarabajo de oro y La carta robada. Sin embargo, fue Doyle quien consolidó el género y dio a la literatura al más célebre de los detectives: Holmes es un referente tan arraigado en la cultura occidental que es impensable pensar en un investigador de misterios sin que su nombre se nos venga de inmediato a la mente.

Estos doce cuentos no solo se ocupan de crímenes, sino de todo tipo de incógnitas a resolver: un rey pide ayuda a Holmes para recuperar un retrato con el que una ex amante compromete su honor de soberano; una ingenua y joven mujer acude al detective para averiguar cómo fue que desapareció su novio de un momento a otro; un pelirrojo quiere saber por qué perdió un trabajo tan extravagante como de buena paga y poco esfuerzo; una institutriz teme cometer un grave error al aceptar el empleo que una pareja excéntrica le ofrece…

No necesariamente son muy intricados los casos que aquí se presentan. De algunos incluso se puede sospechar con el planteamiento inicial su resolución. Sin embargo, ninguno carece de atractivo, ya sea porque el lector quiere confirmar o desmentir sus hipótesis, o porque no tiene la menor idea de cómo se las arreglará Holmes para resolver la cuestión en turno. Siempre resulta admirable la gran agudeza del detective, un hombre enamorado de su trabajo y poco interesado en el beneficio económico. Si bien es cierto que la mayor parte del tiempo es infalible, también tiene la nobleza de reconocer cuando es vencido.

El centro de todos estos cuentos es la resolución del enigma planteado y no la indagación en el interior de sus personajes. Pese a ello, la vida late en los relatos: el despecho, la ambición, la culpa, el orgullo, el amor, etc. Este rasgo, además de lo eficazmente narradas que están y de lo simpáticos y entrañables que nos resultan sus protagonistas, otorga vigencia a estas ficciones escritas hace más de cien años. Además, como bien dice Gerardo Piña, traductor de esta edición de Siglo XXI, los cuentos de Las aventuras de Sherlock Holmes nos recuerdan “la importancia de leer no sólo los libros sino todo lo que nos rodea como lectores” y que “para deducir correctamente nuestra circunstancia (…) hay que observar, imaginar y ser creativos”.

Javier Munguía
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Las aventuras de Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle en Gandhi