CANTOLLA, el héroe nacional aéreo
Los héroes aéreos son toda una categoría aparte en el salón de la fama de la Historia Universal. Lindberg, Baumgartner, Tom Cruise en Top Gun, todos ellos han vencido los peligros que entraña la fuerza de la gravedad y han trazado una carrera en la que no faltó el patriotismo, las mujeres o la música de Berlín (Video). A ese selecto grupo debería unirse Joaquín de la Cantolla y Rico, mexicano emblemático donde los haya, a cuyas hazañas Eugenio Aguirre dedica su más reciente novela, Cantolla el aeronauta.
La narración comienza en la Ciudad de México en una fecha tan lejana como mayo de 1833. Un francés, Adolphe Theodore (quien se decía descendiente de los Montgolfier), arma tremenda conmoción en la sociedad de la época al anunciar que se elevaría en un globo aerostático. Juan de la Cantolla, emocionado por el espectáculo que se avecinaba, lleva a su pequeño hijo Joaquín —de apenas cuatro años— al lugar donde se llevaría a cabo la exhibición. Ahí, junto a otras miles de almas, padre e hijo son testigos del estrepitoso fracaso de Theodore, quien no alcanza siquiera a inflar su globo. Aunque el incidente merece burlas hasta de Guillermo Prieto, para el pequeño Joaquín se vuelve una suerte de afrenta personal. El niño desde ese momento empieza a ver el cielo, más que como un paisaje, como un desafío.
Cantolla, el aeronauta narra en cámara lenta el ascenso de Joaquín desde que fue disparado por su madre en el parto (y por lo cual fue llamado “hijo del viento”), hasta que alcanzó el estatus de estrella de la aeronáutica. Aguirre detalla sus años como niño maravillado por las alturas, su papel como espectador en el vuelo exitoso de Guillermo Eugenio Robertson, y ya adolescente, como militar en la guerra contra el ejército invasor de Estados Unidos. También cuenta el paso de Joaquín de soldado a telegrafista, sus primeros ensayos en globo aerostático, los vuelos del Moctezuma I y II, la construcción del Vulcano, la redada de los 41 maricones, su vida de solterón empedernido.
Aguirre da rienda suelta a su humor para darnos a conocer el tipo de heroicidad —y dificultades técnicas— que suponía vencer la gravedad. En una época, como la actual, donde los descensos han pasado a ser más o menos un trámite, el narrador nos recuerda las dificultades de los primeros aterrizajes (en esos tiempos lejanos uno sabía muy bien en dónde iba a despegar, pero no estaba muy seguro de dónde habría de ser el descenso*). En el libro no faltan tampoco las referencias sexuales (el título de tres capítulos dan cuenta de ello: “Robertson: el gavilán pollero o cómo se consumó la primera fornicación aérea”, “La virgen del aire y el sexo nasal”, “Un pequeño thriller o una buena cogida en el aire”), los cameos de héroes patrios, las canciones y el habla populares, la biografía de un país en construcción. El autor traza, a lo largo del siglo XIX y principios del XX, la historia colectiva e íntima de los mexicanos —los momentos claves que hicieron a este país: la Reforma, el Imperio, el Porfiriato, la Revolución— a la par de la biografía de un héroe de las alturas.
En estas páginas Joaquín de la Cantolla emerge como un personaje excepcional que llevó a cabo su anhelo, y lo hizo de las formas más extraordinarias posibles. A su fama, celebrada ya por corridos o timbres conmemorativos, le faltaba una narración de largo aliento, que lo mismo diera cuenta de sus éxitos como de sus fracasos. Con Cantolla el aeronauta, Eugenio Aguirre ha remediado con tino esa carencia.
*Me retracto: todavía sucede lo mismo con algunas aerolineas.
Por Eduardo Huchín
Imagen: Portada del libro Cantolla el aeronauta de Eugenio Aguirre.
Mascultura 07-Feb-13