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Historia del lunfardo y la mina en EL TANGO DE LA GUARDIA VIEJA

Es una ocasión cualquiera, un día cualquiera, en una vida atosigada por la rutina, cuando de pronto ven a lo lejos un peinado que les trae una imagen a la mente. Una ropa específica y un caminar singular; en el fondo no creen que sea esa persona, pero también en ese profundo interior desean que sea, sienten el bombardeo de los latidos angustiosos de su pobre corazón, sienten como surgen los pasajes del ayer, están a punto de llegar a esa persona justo en el momento que se voltea, constatan que sólo es alguien más en la calle, y no les queda más que seguir su camino disimuladamente. Puede que a alguno de ustedes les haya sucedido algo similar, como a Mecha Inzunza cuando creyó ver a Max Costa a lo lejos a principios de los años 30, poco después de que él la abandonó en Buenos Aires tras un romance que duro muy poco tiempo.

El tango de la guardia vieja, de Arturo Pérez-Reverte, es una novela que transcurre en diversos tiempos y múltiples espacios, pero siempre apuntando a un solo aspecto: el inminente reencuentro de un amorío que se prolongó a lo largo de los años. Mecha Inzunza es la joven esposa del compositor Armando de Troeye, quien viaja hacia Buenos Aires con el fin de componer un tango y vencer en una apuesta a su viejo colega Ravel. Es en el trasatlántico Cap Polonio donde conocen al joven y bien parecido, Max Costa, argentino de nacimiento y mujeriego por naturaleza.

En Buenos Aires, Max lleva a los de Troeye a los lugares donde aún se toca el tango de la guardia vieja y no el tango afrancesado que para los años 20 se conoce en su mayoría. Ahí, a lo largo de sus expediciones, sin importar la mirada del compositor, enturbiada por el alcohol y la coca, Max y Mecha se hunden en abrazos prolongados.

Sin embargo, El tango de la guardia vieja no termina en la vieja ciudad argentina, también se escucha en 1936 en Niza y a lo largo de los 60 en Italia, durante los diversos encuentros de la pareja intermitente que forman a lo largo de su vida Mecha y Max.

Transcurren casi treinta años para su último encuentro, en medio de la Guerra Fría, cuando Max conoce a Jorge Keller, hijo de Mecha y ajedrecista que juega por el título mundial contra Mijaíl Sokolov, de la Unión Soviética. Casi toda una vida para que se reencontraran por tercera ocasión y quizá última. Así es de intempestiva la vida; se lleva a las personas, a veces por razones desconocidas, otras por cuestiones imperiosas; en el caso de Max, era una situación crucial de vida o muerte, cuando se avecinaba la Guerra Civil Española y la casualidad los unió en Niza.

El tango de la guardia vieja no es únicamente la obra maestra de Armando de Troeye, sino una melodía que en cada página nos susurra las peripecias de un par de amantes que van abandonando sus vidas, así como alguna vez se abandonaron a la pasión; es, además, el recuerdo en el que todos nos transformamos, cuando dejamos de ser los muchachos de ahora, para ser los de antes. Quién sabe, puede ser que Mecha y Max se reencuentren hasta, incluso, después de la muerte.

Por Rolando Ramiro Vázquez Mendoza

Imagen: Portada del libro El tango de la guardia vieja de Arturo Pérez-Reverte.
Mascultura 17-Ene-13