Columna Jóvenes: "La guerra del álbum"

Mi abuela tenía montones de fotos viejas, en total desorden, que salían de cualquier cajón cuando uno buscaba otra cosa, hasta que una de mis tías se dio a la tarea de juntarlas en un álbum. Se puso a verlas con mi abuela, pidiéndole que le contara lo que reconociera. Al final quedó un álbum muy mono, que todo mundo llamaba “el álbum de la abuela” y que daba gusto ver, porque mi tía puso etiquetitas con los nombres de la gente que aparecía en las imágenes a veces borrosas y maltratadas, a veces tan claras como si fueran de Instagram con filtro. Luego murió mi abuela. Y empezó la Guerra del Álbum.

Mi tía lo reclamaba, supongo que por haber sido ella quien lo armó. Pero otro de mis tíos, el que vivía con mi abuela al momento de su muerte, lo expropió. Y yo, que entonces tenía unos diecisiete años y que, para colmo, era hija de la más pequeña de los hermanos, que para doble colmo había muerto años antes que la abuela… pues sencillamente no tenía vela en ese entierro (nunca mejor dicho). Así que veía todo desde afuera.

Algún día debería escribir esta historia, pensaba, y me preguntaba por qué nos fascina tanto ver fotos antiguas, incluso si sale gente a la que no nos tocó conocer. Supongo que es una especie de nostalgia colectiva. A lo mejor también es el alivio de saber que el pasado no se va del todo y que lo nuevo, por amenazante que parezca, siempre puede tener lazos con lo que ya conocemos… como pasa en The Arrival, de Shaun Tan (Arthur A. Levine Books). En este libro sin palabras vemos la historia de un hombre que deja su país para establecerse en otro, donde debe construir una nueva vida para él y su familia. Muchas de las imágenes son como fotografías tomadas en un universo alterno, porque combinan el lenguaje fotográfico que conocemos con elementos fantásticos. Desde la portada, que imita la textura de un álbum viejo y maltratado, con una fotografía sepia, ajada, del hombre recién llegado al nuevo país, nos vamos metiendo en el mundo de imágenes a la vez familiar y extraño, como el pasado.

Y es que este tipo de fotografías es bien distinto del que tenemos ahora, donde prácticamente todo mundo tiene cámara en el celular y puede guardar todo, pero al mismo tiempo no guarda nada, porque ¿cuántas de esas fotos imprimimos o catalogamos? Las fotos del celular a veces mienten, como pasa un poquito en Zac y Mia, de A. J. Betts (Sa- lamandra), donde Mia pone y pone fotos en su feis p e r o nadie se entera de lo que está viviendo en realidad, excepto Zac, que está internado en el cuarto de hospital junto al de ella… (No, no es Bajo la misma estrella 2. Vale mucho la pena leer esta otra historia sobre adolescentes hospitalizados.)

A lo mejor tendríamos que darnos el chance de tomar fotos de las de antes, aunque sea sólo de vez en cuando, para sentir la emoción de no saber de inmediato cómo quedó la imagen. Algo así, por cierto, pasa en Para la niña detrás del árbol, de Adolfo Córdova (Pearson). En esta historia, el protagonista, Julián, es un morrito de quinto de primaria que está enamorado por primera vez, pero ¡de una niña de sexto! (Anden, hagan memoria: recuerden qué grande se sentía la diferencia de edades en esos tiempos). Y lo malo es que Ana, la chica que le gusta, parece más interesada en tomar fotos con una cámara viejita que en él (¿será?).

Al leer esta novela tuve una sensación muy curiosa: como si estuviera viendo fotos de cuando yo estaba en la primaria y me empezaban a interesar los niños. Quizá los libros y las fotos se parecen más de lo que pensamos.

Ya para terminar: si lo que les gusta a ustedes es el misterio y los crímenes por resolver, échenle un ojo al cuento “Las babas del diablo”, de Julio Cortázar. Lo encuentran en su libro Las armas secretas (Alfaguara o Cátedra) y trata, precisamente, de un fotógrafo aficionado que quizá tomó la foto de un crimen… No se los voy a contar, obvio, pero está muy bueno. Échenle el ojo.

Volviendo a la Guerra del Álbum… Parece que mi tío se lo prestó a un productor de tele para un programa especial sobre mi abuela y que mi tía le exigió al productor que le diera a ella el álbum. Al final el álbum se perdió. O eso es lo que cuenta la historia oficial; capaz que alguien se lo quedó en secreto, como si fuera el oro de los nazis. Mientras, yo agarré la costumbre de comprar fotos viejas y ponerlas en un álbum, inventando parientes e historias. Espero que nadie me lo quiera pelear luego.

Por: Raquel Castro

MasCultura 04-may-16