Benjamin Lacombe y Sébastien Perez: las ilustraciones y las palabras

Benjamin Lacombe y Sébastien Perez: las ilustraciones y las palabras

José Luis Trueba Lara

Entrevistarlos no es poca cosa. Sus creaciones los sitúan en un espacio distinto y sus libros pueden mirarse como objetos que van más allá de las letras y las imágenes. En 2007, Benjamin Lacombe se convirtió en uno de los ilustradores más importantes y reconocidos. Ese año, la revista Time señaló que Cereza Guinda era uno de los diez mejores libros para niños que se habían publicado. Su opera prima (que nació como su proyecto para graduarse en la Escuela Nacional de Artes Decorativas de París) le abrió los caminos. 

Después de este acontecimiento, lo que ocurrió es de sobra conocido: Lacombe (solo o acompañado por distintos escritores) ha transitado por los más diversos territorios. Durante casi dos décadas de trabajo ha recreado obras clásicas, como ocurre con los cuentos de Edgar Allan Poe, Alicia en el país de las maravillas y Alicia a través del espejo de Lewis Carroll; El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde; o (tan solo por mencionar un ejemplo más) la versión de El mago de Oz que escribió Sébastien Perez, quien lo ha acompañado en la creación de muchas de sus obras.

Además de estos libros, Lacombe se ha adentrado en las leyendas de distintas tradiciones (Ondina y La sombra del Gólem son un par de ejemplos), le ha dado vida a los libros que revelan la vida de las mujeres poderosas (como sucedió con Frida que también escribió Perez), nos reveló los secretos de sus creaciones (justo como se muestra en Curiosidades) y, quizá para completar el panorama, se acercó a Japón con una mirada precisa.

Y así, un día Bejamin y Sébastien están delante de mí. El lugar donde estamos es propicio para el encuentro: de todas las paredes cuelgan grabados y serigrafías de Rufino Tamayo. La cámara queda lista y la iluminación, dispuesta. Una sola palabra basta para dar inicio a la entrevista.

—Cada vez que veo tus trabajos —le digo a Benjamin Lacombe—, me doy cuenta de que detrás de ellos hay un largo trabajo de investigación que te permite descubrir lo que está más allá del texto y revelar una manera de comprender el mundo.

Benjamin no se sorprende por la pregunta. El eco de Curiosidades se encuentra en ella.

—A mí me gusta aprender cosas en mi trabajo —me responde con calma—. Cuando empecé a adentrarme en Japón descubrí un mundo que apenas podía imaginarme. Yo no sabía que existían las mujeres samuráis. Sus fantasmas y sus criaturas mitológicas pertenecían a una tierra ignota y sus historias de amor me resultaban absolutamente desconocidas. 

”El camino que se inició con Los amantes mariposa me llevó una gran exploración. Las imágenes, los colores, las texturas y la manera como debían contarse estas historias, en lo cual fue fundamental el apoyo de Sébastien, nos permitió lograr una creación conjunta. Efectivamente, nuestros encuentros, a veces epistolares y en otras ocasiones en persona, nos permitieron crear diferentes registros narrativos y visuales que se han transformado en libros.”

Bejamin no exagera: la publicación de Los amantes mariposa, Historias de fantasmas de Japón, Espíritus y criaturas de Japón e Historias de mujeres samuráis son el resultado de estas investigaciones que, en el caso de los fantasmas, retomaron una obra fundamental: el Kwaidan de Lafcadio Hearn.

—Tus libros japoneses, permíteme llamarlos de esta manera, me obligan a recordar un hecho que me parece fundamental: el japonismo que en Europa y América Latina marcó el arte moderno. En México, tan solo por darte un ejemplo, La gran ola de Kanagawa, el famosísimo grabado de Hokusai, forma parte de una de una de las pinturas de Diego Rivera.

—Tienes razón, desde los primeros intercambios con Asia, en Francia quedamos prendados de lo japonés. El japonismo, el movimiento que surgió justo después del impresionismo, estaba inspirado por el arte del lejano Oriente y, por supuesto, es uno de los descubrimientos artísticos más importantes de Francia.

”Lo curioso es que también se produjo un efecto contrario: el impresionismo —al igual que la pintura europea y francesa— inspiraron la estética japonesa y le añadieron profundidades y matices que aún no exploraba. Yo creo profundamente en el intercambio cultural y artístico entre los países y los artistas. Te doy un ejemplo: hace algunos años, después de que estuvimos en México, hicimos un libro sobre Frida Kahlo donde estos intercambios se revelan sin añadiduras. Entre Frida y los artistas franceses hay un diálogo fundamental. Me encantó descubrir que su primera exposición se hizo en Francia, como parte de una exhibición más realista. Esto es increíble, porque descubrimos la mundialización de los intercambios y, además, aprendemos un montón cosas de diferentes culturas. 

”Para mí, es cierto que la cultura japonesa, el folclore japonés y sus historias tradicionales me han inspirado durante mucho tiempo. Es una cultura en la que estoy y trato de que se sienta natural.”

—Voy a hacer una pregunta un poco rara. ¿Cómo es posible que un día te despiertes y digas: “Voy a crear una obra de arte”? ¿Cómo decides el camino que seguirán tus palabras y tus ilustraciones?

—En mis historias siempre hay algo de inspiración, de una magia que las va transformando conforme me adentro en ellas. Sin embargo, la gente piensa que el libro tal y como existe es algo que se me revela de la nada y su imagen completa se creó en un solo instante. Lo que ocurre es distinto: a medida que avanzamos, la obra se va nutriendo y avanzamos hacia las cosas que puedan alimentarla. Es como si estuviéramos recogiendo los ingredientes para una receta, hasta que, al final, tenemos lo que necesitamos para crear el libro. La idea de que una mañana me despierto y digo “Voy a crear un libro llamado Una historia de Sam White” no existe. En cualquier caso, nunca es así. Para fructificar, las ideas deben estabilizarse.

Sébastien Perez, que hasta este momento había guardado silencio —una actitud extraña en el dueño de las palabras—, interviene para profundizar en la idea.

—Benjamin es una de esas personas que comienza un libro y, en algún momento, empieza a pensar en las cosas malas, en sus posibles errores o en sus desaciertos. Y solo después de esto puede reanudar su creación. Esa es la ventaja de los libros: aunque su creación puede ser difícil, son absolutamente humanos y, por lo tanto, solo pueden crearse gracias a la libertad. Esto es lo que hace que un libro sea interesante. Las dudas lo llenan de pequeñas cosas. Eso es fantástico, imaginativo, absolutamente artístico. No olvidemos que en sus páginas conviven dos entidades que son mucho más que una simple complementariedad. La ilustración y el texto son indisolubles.

Sin necesidad de una nueva pregunta, Lacombe retoma el tema.

—Esa es la manera como creamos nuestros libros. Queremos que el texto y el dibujo se fusionen de una manera absoluta. Y a mí me resulta más agradable hacerlo con alguien como Sébastien. Por eso hemos colaborado juntos desde hace algunos años. Esto nos permite lograr dos narrativas que se oponen y se unen para crear esta historia. Es decir, el texto y el dibujo nunca se repiten. Gracias a esto podemos ofrecerle al lector un registro emocional que se nutre de lo abstracto y lo concreto. Esto es lo que sucede con las palabras, las imágenes y el objeto. 

”Esta es la razón por la cual combinamos los distintos tipos de papeles con la tela. Nos permite crear una imagen inmersiva, visual y literaria. Trabajar en el diseño total de un libro es una de mis pasiones. Llevo más de 20 años haciéndolo. Por esta razón siempre utilizo las nuevas tecnologías para crearlos; gracias a ellas puedo darle nuevas formas y perspectivas. Efectivamente, trabajo en la plasticidad del objeto, en su formato, en la posibilidad de reinventarlo de una manera incesante.

”Acabo de terminar un libro que se titula El retrato de Ariane Gray. En él se despliegan las nuevas tecnologías que me dejaron experimentar en un nivel emocional. Yo veo los libros en los ojos del lector; siempre lo descubro en los ojos de la gente a la que se lo muestro. En las Historias de mujeres samuráis, hay varias cosas que se unieron a la perfección: la tela, que evoca los kimonos, los hierros que recuerdan a los árboles que convierten en objetos metalizados. Luego están los brillos y las páginas que se abren para crear una panorámica amplia. Me recuerdan a los largos dibujos japoneses donde los paisajes se despliegan hasta rodearnos. Luego están los elementos de la historia, pero sobre todo una dimensión de la guerra que casi tiene 360 grados. Gracias a ella nos sentimos como si estuviéramos en plena batalla y en ese momento aparece un libro que puede rebasar el largo de tus brazos. Jugar con las cualidades físicas del libro es algo que genera distintas sensaciones al leer.”

Pienso en las palabras de Benjamin y Sébastien. Ellos crean una obra total, pero ¿qué esperan de sus lectores? Ante este hecho mi pregunta no se hace esperar.

—¿Existe un lector ideal para sus obras?

Lacombe vuelve a sonreír.

—Todos somos niños, todos somos adultos. A veces, nos encontramos en una situación en la que los niños y los padres leen el libro y, al final, cada uno lo interpreta de una manera distinta. Cada uno tiene su propia forma de leer, una manera que genera diferentes impresiones. Cuando trabajamos, no necesariamente pensamos en el público. Cuando hacemos libros, ofrecemos cosas, entregamos mensajes. Después de eso, los lectores son los que eligen. 

”A mí me gustan los lectores que están abiertos y listos para lanzarse a una aventura. Nosotros les ofrecemos eso. Eso es lo que me gusta. Nuestros libros están abiertos a descubrir y a leer. Los lectores más difíciles son los que tienen ideas preconcebidas. Quieren encontrar esto o aquello y nunca les vamos a dar lo que quieren, porque un libro no es una tarea escolar, tampoco es un lugar común. 

”Para mí, el lector ideal es alguien con la mente abierta. En la literatura y en el libro objeto, no hay una edad específica, solo existe la inteligencia de los lectores. Para mí, eso es esencial. Un libro no es un pedagogo. Un libro no tiene fecha de caducidad. Un buen libro está ligado a los que tienen diez o noventa años de edad. E, incluso, hay veces que pueden parecer muy simples o para niños pequeños. A menudo uso el ejemplo de El Principito. Cuando lo leí por primera vez yo era un niño y, luego, en las distintas etapas de mi vida, me habló de maneras diferentes. Esa es la magia de un libro que trasciende las edades, los años y los meses.”

Benjamin y Sébastien guardan silencio. Con estas palabras, parece que todo se ha dicho. El tiempo de volver a sus libros ha llegado. +

José Luis Trueba Lara es escritor, editor y profe. Colabora en la radio y de pilón sale en la tele. Duerme la siesta con su esposa y ha publicado varios libros. Es un lector que ha llegado al extremo de trabajar para pagarse el vicio. Twitter: @TruebaLara