Por primera vez se reúnen los CUENTOS COMPLETOS de Jorge Luis Borges

El gran acontecimiento editorial de este año viene de la mano de Random House Mondadori. A 25 años de la muerte de Jorge Luis Borges, el grupo editorial, bajo el sello Lumen, publica por primera vez los cuentos completos del escritor argentino. Apenas seis libros de relatos le bastaron a Borges para convertirse en uno de los más destacados cuentistas de la historia, y aun le hubieran bastado solo dos: Ficciones (1944) y El Aleph (1949), que contienen algunos de sus más memorables e influyentes cuentos: “Pierre Menard, autor del Quijote”, “Las ruinas circulares”, “Funes el memorioso”, “El jardín de senderos que se bifurcan”, “La Biblioteca de Babel”,  “El sur”, “El Zahir” y “El Aleph”, entre otros.

Antes de entrar en materia, conviene aclarar tres malentendidos en torno a las ficciones de Borges. En diversas ocasiones han sido calificadas de cerebrales, frías. Los adjetivos son bastante inexactos: si bien en estos relatos las referencias al amor y al sexo son escasas, no por ello carecen de pasión: la obsesión, la violencia y el deslumbramiento ante insólitas revelaciones son algunas de sus materias primas. Además, ¿no es El Aleph, en última instancia, una intensa historia de amor?

Otro adjetivo que se le achaca a los cuentos de Borges es el de inaccesibles, que no les hace justicia. Es verdad que en ellos las referencias librescas están a la orden del día y que en ocasiones la revelación final de un cuento resulta una mención literaria que rompe la esfericidad del relato, pues hace depender su interpretación de una referencia externa (“Era Martín Fierro”); sin embargo, la mayor parte de las veces la erudición del autor no es un obstáculo para que lectores muy diversos,  con formación o sin ella, disfruten de sus historias.

Europeizante es otro calificativo que persigue a estos cuentos. Tendrían todo el derecho de serlo, por lo demás: la cultura es patrimonio de todos los hombres, sin importar el lugar del que provengan. Pese a ello, Borges no abreva solo de la cultura europea, sino de tradiciones y países variados: lo mismo aparecen en su prosa compadritos de los suburbios de Buenos Aires que el minotauro, Homero, porteños ilustrados, Judas, un nazi, una pirata china, una emigrante inglesa o Las mil y una noches

De Historia universal de la infamia (1935), su primer volumen de relatos, dice Borges en un prólogo publicado en 1954 que los textos que lo componen “son el irresponsable juego de un tímido que no se animó a escribir cuentos y que se distrajo en falsear y tergiversar (…) ajenas historias”. Aparecidas originalmente en un suplemento sabatino, estas narraciones parecen ser el entrenamiento de un autor que dominaría su arte y encontraría su voz muy pronto. Todas, excepto una, resumen en unas pocas páginas las vidas de criminales reales, algunos de ellos famosos, como Billy the Kid. Todas son lineales (van del nacimiento a la muerte) y están presentadas en segmentos subtitulados, al modo periodístico. Si bien no convocan el asombro y palidecen ante los cuentos que Borges escribiría unos años después, en estas historias ya se vislumbra el estilo borgesiano: un recurso del que suelen echar mano es la hipálage, figura que consiste en atribuir adjetivos propios de seres animados a objetos o lugares: “laboriosos infiernos de las minas de oro”, por ejemplo. Además, Borges hace gala de una prosa elegante, sinuosa y contundente: en vez de decir simplemente que a un hombre lo mataron y lo echaron al río, dispara lo siguiente: “… lo libraban de la vista, del oído, del tacto, del día, de la infamia, del universo, de la esperanza, del sudor y de él mismo. Un balazo, una puñalada baja o un golpe, y las tortugas y los barbos del Mississippi recibían la última información”.

El libro incluye también la primera ficción publicada de Borges: el cuento “Hombre de la esquina rosada”, que explora un ámbito que parecía ejercer una extraña fascinación-repulsión en el autor y que este siguió abordando en sus narraciones: el de los compadritos, seres marginales de los suburbios que hacen gala de barbarie y violencia, y que no temen arriesgar su vida por un pleito de cantina. Ya en este cuento está la intención de sorprender al lector con un final que le da una vuelta de tuerca y obliga a la relectura. Historia universal de la infamia ofrece, por último, una selección de historias breves y fantásticas que el autor atribuye a diversas fuentes, como Las mil y una noches y los Cuentos del conde Lucanor.

Las dos siguientes colecciones de relatos de Borges, Ficciones y El Aleph, están en el centro de su obra. Son, quizás, sus trabajos más famosos, celebrados y antologados. Ambos fueron un importante estímulo para que escritores latinoamericanos posteriores aspiraran a escribir gran literatura, que trascendiera la simple denuncia y las preocupaciones locales. Dice Vargas Llosa al respecto: “Para el escritor latinoamericano, Borges significó la ruptura de un cierto complejo de inferioridad que, de manera inconsciente, por supuesto, lo inhibía de abordar ciertos asuntos y lo encarcelaba dentro de un horizonte provinciano. Antes de él, parecía temerario o iluso, para uno de nosotros, pasearse por la cultura universal como podía hacerlo un europeo o un norteamericano”.

Más allá de la enorme influencia de estos dos libros (Wikipedia nos cuenta que algunos de sus relatos son utilizados incluso por científicos para ilustrar sus teorías) está su vigencia, su autosuficiencia, el pasmo que aún son capaces de provocar en los lectores actuales. Pese a su amplio  conocimiento de las culturas y literaturas más diversas, en los relatos de Borges nunca parece primar el deseo de enrostrar al lector su erudición de manera fortuita, incluso en aquellos casos en que la revelación depende de una referencia externa. Pese a sus adjetivos inusitados, a su cuidada prosa, a sus diálogos librescos, lo que a Borges le interesaba en primer término era contar historias seductoras, como confiesa en el prólogo de un libro de cuentos posterior, El informe de Brodie (1970): “Mis cuentos, como los de la Las mil y una noches, quieren conmover o distraer y no persuadir”. En su libro Borges, Adolfo Bioy Casares recuerda la importancia que daba Borges a la anécdota en la ficción. Bioy hace decir a su amigo: “¡Qué manía la del arte moderno contra la anécdota! (…) No ven que atacan a lo narrativo, que es uno de los permanentes agrados de los hombres. ¿Qué tiene de malo? Toda la literatura es anécdota. ¿A quién no le agradan las anécdotas?”.

En Ficciones y El Aleph encontramos anécdotas como las siguientes: una biblioteca infinita, semejante al universo; una extensa enciclopedia de una civilización imaginaria que termina por sustituir a las existentes; un hombre que carga como una condena el recordar absolutamente todo; un objeto de pocos centímetros desde el cual se pueden contemplar simultáneamente todos los puntos del universo; seres que en vez de elegir entre dos caminos, optan por transitar ambos al mismo tiempo; un cobarde que, luego de muerto, logra quedar en la memoria de quienes le sobrevivieron como un valiente; un viajero errante que nos relata la cara oscura de la inmortalidad… Todas ellas anécdotas fascinantes que, ejecutadas con la pericia narrativa (ocultación de datos, sorpresas inusitadas, conflictos hábilmente tendidos) y el estilo rotundo de Borges, se alzan como obras maestras del género.

Si bien en sus siguientes tres libros de relatos (El informe de Brodie, de 1970; El libro de arena, de 1975; y La memoria de Shakespeare, de 1983) el autor no lograría rozar las cimas a las que había llegado con los dos anteriores (para ese entonces su vista se había deteriorado y debía dictar sus textos), sí produjo en ellas varias ficciones de valía, dignas de recordarse: los encuentros de Borges con un Borges más joven, por ejemplo, en “El otro” y “Agosto 25, 1983”; un libro escrito en un idioma extraño que resulta infinito, pues los intentos de llegar al principio o al final se estrellan con páginas y más páginas, en “El libro de arena”; la condena de un hombre al que le obsequian la memoria de Shakespeare, que rápidamente va mellando su propio ser y eclipsando su propia memoria, en “La memoria de Shakespeare”; un antiguo disco que se reproduce eternamente en “El disco”. Los objetos o dones mágicos que terminan siendo una losa para sus dueños es un tema frecuente en Borges; parecería que en esa recurrencia va implícita la advertencia de que los absolutos no son para los hombres y que cualquier intento de acercamiento terminará por ser castigado, pese a lo cual la tentación de acceder a ellos siempre será muy fuerte.

Antes de concluir estas notas debo confesar que los cuentos “realistas” de Borges nunca me han parecido ni la mitad de poderosos que sus relatos fantásticos. El que él llama su único cuento de amor, por ejemplo (“Ulrica”), me deja bastante frío por su simplicidad: el protagonista se enamora de una mujer a la que apenas conoce y esa misma noche la posee, o posee “su imagen”. En “La espera”, hay un hombre que se esconde en una pensión. No sabemos quién lo persigue. Al final, tal como estaba previsto, lo ultiman. Nada imprevisto, emocionante o revelador ocurre. Esos cuentos de Borges sin objetos mágicos, sin laberintos, sin transgresiones al tiempo cronológico, sin civilizaciones insólitas, me quedan a deber algo. Y ya que estamos en la hora de las confesiones: me dejan insatisfecho también esos relatos ya mencionados que hacen depender su interpretación de referencias externas y pierden, por ello, autosuficiencia. En otros cuentos ocurre también que el narrador se entusiasma tanto con el objeto mágico que presenta que se olvida del desarrollo de su historia, como si la sola descripción bastara.

Pese a estos reparos, que seguramente harían el escándalo de los borgesianos más recalcitrantes, no tengo problema en reconocer, luego de leídos estos Cuentos completos, que estamos ante uno de los más grandes cuentistas que ha parido el español. Para muestra baste este botón:

“… vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi oscura sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos había visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo”.

Javier Munguía
http://www.javiermunguia.blogspot.com/

Nota de Cuentos completos, 25 aniversario de Jorge Luis Borges.

Imagen: Portada del libro Ficciones de la colección Cuentos Completos de Jorge Luis Borges