Dime qué imaginas y te diré quién eres
Cualquier relato de superhéroes, cómic de culto o videojuego popular nos exhibe como sociedad, revela los detalles de nuestra relación con el entorno y la imagen que tenemos de nosotros mismos. Los humanos creamos a partir de lo que conocemos, le damos forma al mundo con cada descubrimiento y lo multiplicamos al imaginar.
Nos conectamos con personajes fantásticos que poseen rasgos de invertebrado, pez, anfibio, reptil, ave y, por supuesto, de mamífero. Los terrícolas contamos con cerca de dos millones de especies diferentes (y éstas son sólo las que se conocen y han recibido un nombre) para nutrir nuestro imaginario colectivo.
Cada criatura es un punto de partida para empezar a concebir algo diferente. Animalium, de Katie Scott y Jenny Broom (Oceano Travesía), además de ser un catálogo de seres extraordinarios o una forma de museo abierto las veinticuatro horas, es un llamado a preservar nuestra más rica fuente de inspiración: la diversidad de la vida en la Tierra. Internet podrá ser un extraordinario almacén para nuestro imaginario, pero lejos está de proveernos de alimento y aire para respirar.
Entonces, ¿de qué hablamos cuando hablamos de imaginar? De vincular la fantasía con la realidad; de asociar, disociar y reelaborar. En los sueños podemos volar, aparecer y desaparecer a capricho, cambiar de rostro, de especie, de geografía. Al imaginar hacemos lo mismo pero despiertos; en Mi pequeño hermano invisible, de Ana Pez (FCE), un afortunado accidente orilla al menor de los protagonistas a descubrir el truco de la invisibilidad y el lector puede volverse cómplice de sus andanzas por la ciudad si elige ponerse los lentes de filtro rojo que acompañan al libro. Una aventura interactiva en tiempo real para la que sólo hay que enchufarse a ese invento maravilloso llamado libro; artefacto de posibilidades ilimitadas, igual que la imaginación de su creador.
Para ilustrar el último punto me serviré de El curioso Jim, de Matthias Picard (Sexto Piso), un libro-cómic capaz de emular una odisea de exploración a los confines del mundo interior. Todos tenemos un lugar único y secreto al que viajamos a solos, donde nos admiramos, reconocemos, extrañamos, asustamos y deleitamos con nosotros mismos. El Jim del libro es un hombre enfundado en una escafandra que se lanza al mar a descubrir sus secretos, pronto se descubre rodeado de tuberías, artefactos viejos y una biodiversidad marina magnífica; conforme se adentra en las profundidades halla tesoros de otro tiempo, vestigios de una ciudad perdida, criaturas sorprendentes. Embelesado, llega al fondo marino, no para dar por finalizado el viaje sino para emprender una nueva odisea, al fin que el tiempo es infinito. Vaya proeza capturar la eternidad en un libro que se hojea con gafas anaglíficas porque las ilustraciones son en 3D. Matthias Picard se lució y la edición disponible para México le hace justicia.
¿Por qué algunas historias resultan entrañables y otras no? Me gusta pensar que es la humanidad de los personajes lo que marca la diferencia, lo que nos permite a los lectores conectar, encontrarnos en una historia. El llamado del mar, de Jean-Claude Mourlevat (Castillo), no está catalogado como un libro de superhéroes, tampoco pretende ser uno. Sin embargo, los siete hermanos que protagonizan la historia son seres asombrosos de carne y hueso que lo mismo alardean y se hacen los valientes que se asustan e inventan juegos para sobrellevar el frío, el hambre y la rudeza del invierno. Tres parejas de hermanos gemelos que emprenden un viaje singular hacia el oeste guiados por Yann, el más pequeño de la familia, el único de ellos que no nació en par. Yann es el más afecto de todos a leer libros, afición que sus padres malentienden como un acto de arrogancia, viniendo del hijo menor de una familia pobre. Yann se ha atrincherado en el silencio, pero sus hermanos comprenden cada una de sus señas, por momentos incluso se adivinan los pensamientos unos a otros. Cada capítulo del libro lo relata una persona que los vio pasar o que interactuó con ellos en algún punto del camino. Basado en el cuento clásico “Pulgarcito”, aunque con un gran giro de tuerca al final, vaya libro entrañable.
Y a todo esto, ¿qué sería de tanto personaje inventado e historia concebida sin la existencia de un puñado de humanos osados que, sin empacho alguno, se atrevieran a sacar fuera de sus cabezas las invenciones y compartirlas con el mundo? Soy un artista, de Marta Altés (Blackie Books), retrata la infancia de más de un autor conocido y de miles de seres creativos deseosos de vandalizar, que diga, de embellecer su entorno. Un libro que captura a todo color el delirio de los seres sensibles que encuentran inspiración hasta en un calcetín, que en cada pared ven un lienzo, que responden al impulso natural de crear, aun si ello habrá de costarles la cena o convertirlos en el antihéroe del hogar. Una oda al incomprendido temprano (o tardío), el artista que llegó a enriquecer la vida de la familia (aunque no todos en la familia opinen lo mismo).
Por Karen Chacek