Asuntos de vital interés: recuerdos de Leonard Cohen
15 de abril de 2020
Marcela Campos
“Me sentenciaron a veinte años de aburrimiento
Por intentar cambiar el sistema desde dentro
Pero ahora vengo, y vengo a retribuir
Primero tomamos Manhattan,
luego tomamos Berlín.”
-Leonard Cohen
El amor tiene que ver con la necesidad del bien del otro; y, en algunas ocasiones, esto es lo que podemos observar, página tras página, en una prosa impecable. Los ejemplos de este tipo de obras no son pocos: desde La vida de Samuel Johnson, de Boswell hasta los recuerdos sobre Jorge Luis Borges que escribió Adolfo Bioy Casares o el Borges a contraluz, de Estela Canto, son muestras impecables de este quehacer memorioso. Eric Lerner y Leonard Cohen —quienes mantuvieron una larguísima amistad— también forman parte de esta tradición y, ahora, Lerner puede contar su historia. Gracias a él, la sólida amistad de cuarenta años tiene un homenaje sin lisonjas innecesarias. Su obra es una suerte de cinematografía que recorre dos vidas hasta la muerte del poeta. Asuntos de vital interés (Alianza) es un cálido y respetuoso acercamiento a la relación de dos creadores, que nos permite ver la vida misma en su encanto y crudeza.
“En 1977, cuando nos conocimos —apunta Lerner—, Leonard ya tenía tomada la decisión de mantener su vida privada tan lejos de los focos de su profesión como le fuera posible”. En Asuntos de vital interés nos enteramos de que así fue, incluso él mantuvo esta actitud en su último adiós. El hombre que dejó huérfanos a millones de seguidores de su poesía y sus canciones, a aquellos que siguieron esperando una tercera novela que volviera a mover las entrañas como lo hizo en Los hermosos vencidos, es plenamente recuperado por Lerner.
La amistad de Eric Lerner y Leonard Cohen inició en un centro budista de Los Ángeles, donde no es necesario romperse la cabeza para saber lo que ambos buscaban, sobre todo en esos años aún luminosos posteriores a la década de los sesenta. Con lenguaje impecable, Lerner acerca su lente para fotografiar al ser humano de a pie que fue Leonard Cohen. Para lograrlo de una manera literaria, recurre a saltos en el tiempo que arman un rompecabezas, dejando un sabor paradójicamente lineal. Confecciona con puntualidad sin caer en lucubraciones y tampoco en sensiblerías; gracias a esto deja claro el lugar de cada uno en esta amistad, y sin quitar el foco revela la vida de uno de los poetas más importantes del siglo xx. Un personaje elegante que vivió sobriamente, un hombre de humor amorosamente sarcástico y pulcro, un padre entregado y, para sorpresa de sus seguidores, un hombre que no logró cosechar el otro amor, el de pareja.
En Asuntos de vital interés nos enteramos de los andares que van del centro budista a la confección conjunta de la emblemática revista Zero; de la masculina pasión por los hijos y la cotidianeidad terrenal marcada por el luminoso sentir de ese vínculo. Exactamente lo mismo nos sucede cuando descubrimos el ríspido mundo empresarial alrededor de la disquera que por tantos años le regateó al poeta canción por canción, y que —muy a pesar de la etiqueta— siempre coronó el medio; de la doble cara de la misma moneda cuando la estrepitosa estafa de su administradora (¿y amiga?) lo llevó a la pérdida económica total, obligándolo de nuevo a subir a los escenarios, ya entrados los ochenta años; de la palabra que se labra día a día para dar de comer y pagar facturas; de la casa dúplex compartida, como compartido fueron el café y las dolencias del cuerpo y del alma; de la reflexión cotidiana a la religiosidad personal de dos amigos, entendidos en ese amor que dura para la eternidad, cuando se ha plasmado una biografía de calibre entrañable.
La característica voz grave del poeta parece asomarse en la prosa de Lerner. “Sensato” probablemente sea la palabra que define la vida de Cohen según las memorias que describen a su mejor amigo. En la época en que se abrazaba con furor al budismo como una estrella del new age, Cohen fue discreto en su afiliación. Incluso Zero mantenía un equilibrio lúdico con fotografías de Ralph Gibson, textos de Gary Snyder y Paul Bowles, y entrevistas lo mismo con Joni Mitchell que con John Cage. A pesar de haber creado la revista junto con su amigo, Cohen se mantenía como colaborador, dejando la completa dirección a Lerner. Buena parte del proyecto se ideaba en la Tremaine Avenue, en la casa dúplex que compartían, comprada entre ambos a solo diez minutos del monasterio del maestro Joshu Sasaki Roshi, su amigo y mentor.
Vástago de una prominente familia judía de Montreal, Cohen no daba la imagen de creerse el halo sesentero: el poeta gustaba vestir Armani; en casa ropa cómoda, pero no jeans; y en el monasterio, sus “túnicas daban la impresión de pasar por la plancha todas las mañanas”. Tomaba buen vino, comía magramente, siendo la cafetera el aparato más importante de la cocina, y el buen tabaco algo indispensable. Su menester cotidiano fue mantenerse al margen del foco.
Sus seguidores saben de su vocación humanista, su sensualidad y humor ácido, por sus letras en poemas y canciones. Lo que seguramente no saben es cuál era su primera ocupación: los hijos. Lerner no describe a un padre modelo, sino a un padre atento, que recorre los kilómetros que fueran necesarios para estar cerca de ellos, y da cuenta de su atención para cubrir las necesidades del desarrollo de unos niños, cuyos padres se divorciaron aun siendo pequeños. Un padre amoroso, presente a toda costa y, a veces, de costa a costa.
El mismo Cohen se puso el mote de Old Leonard, aunque no lo fuera cuando conoció a Lerner, a pesar de los quince años de diferencia entre ellos, que se fueron encogiendo con el tiempo. Así pues, Old Leonard y Old Eric fue la manera en que se llamaban cariñosamente a sí mismos en persona, por teléfono, por correo electrónico, mucho antes de que el calificativo por fin los alcanzara.
Es imposible no traer a la memoria el poemario de 1964, Flores para Hitler. Cuando se lee, en palabras de Lerner: “Para él, 1492 no era el año en que las tres carabelas de Colón se echaron a la mar para descubrir América, sino la fecha en que los judíos fueron expulsados de España… Su adscripción tribal era para él una fuente de confortación, pero también sentía un entusiasmo general por los rituales y privilegios de todas las adscripciones”.
Es imposible evitar levantarse y buscar —no en los CD, sino en los viejos acetatos— su rostro, el rostro de Suzanne, con quien quieres viajar adonde te lleve; el de Marianne, con su larga cabellera sobre la almohada en el momento de la despedida; el rostro que te recuerda que no hay más diamantes en la mina; el del gitano guapo al que no le queda de otra sino agradecer que se haya convertido en tu hermano y tu asesino; al del pájaro en el alambre, que como tú, intenta ser libre a su manera; el rostro del hombre que se convierte en la medida exacta que tu deseo requiera, el que pide por los que son ciegos mientras tú sí puedes ver; el que te rompe en la cara todo lo que sabes y te mientes; el que te invita a bailar hasta que el amor termine; el rostro del que ha descubierto el acorde secreto: ¡Aleluya!
Pero regresas y sigues leyendo porque no puedes dejar de hacerlo, porque quieres enterarte cómo fue ese You want it darker, su última producción discográfica terminada justo antes de su partida de este mundo, de las miles de luces que quedaron encendidas esperando el amor que no llegó, y sin embargo, siguen iluminando a los seguidores de su espíritu con demoledores argumentos sobre la existencia y la hermosa fragilidad que nos contiene. +