CONVERSACIÓN EN LA CATEDRAL, la obra cumbre de Vargas Llosa

Si hay una novela por la cual Mario Vargas Llosa merece el Premio Nobel, el Cervantes, un lugar preeminente en la historia de la literatura y sobre todo el favor de los lectores, esa es Conversación en La Catedral, su obra cumbre. El mismo autor ha escrito que, de tener que salvar del fuego una sola de sus novelas, salvaría esta. Se trata, sin exagerar, de una de las ficciones más ambiciosas y logradas que ha parido la rica literatura latinoamericana del siglo XX.

Fue publicada por primera vez en 1969, cuando Vargas Llosa era ya, con 33 años, una joven celebridad del boom de la narrativa en español. Con ella, el escritor peruano cerró su primer ciclo narrativo, que comprende sus novelas La ciudad y los perros (1963), La casa verde (1966) y la que ahora nos ocupa. No se trata de una saga ni hay relación argumental entre las tres obras. El nexo que las une es de otra índole: en La ciudad y los perros, el autor se propuso, armado con las técnicas narrativas más novedosas y sofisticadas, como la fragmentación y el monólogo interior, exponer la brutalidad de un colegio militar y, de paso, los vicios más acendrados en la sociedad peruana, como el racismo, el machismo y la corrupción; en La casa verde, el designio es el mismo, solo que el escenario se ha ampliado (ya no es un colegio militar, sino varias ciudades peruanas), la sofisticación formal se ha intensificado y el volumen se ha extendido; Conversación en La Catedral es una novela más extensa y ambiciosa que sus predecesoras: se mueve por diversos estratos sociales, por diversas ciudades, y aspira a recrear la descomposición de todo un país en manos de una dictadura militar; además, tiene una estructura compleja, una suerte de desafío intelectual cuyo desentrañamiento resulta gratificante para el lector.

Luego de publicado este libro, Vargas Llosa no volvería a llevar su ambición como novelista tan lejos: sus siguientes obras fueron dos novelas pletóricas de humor (Pantaleón y las visitadoras, de 1973, y La tía Julia y el escribidor, de 1977), meritorias también, arriesgadas hasta cierto punto, pero sin aquel impulso totalizante de la obra que las precede y no abiertamente experimentales. Novelas posteriores del autor, como La guerra del fin del mundo (1981) y La Fiesta del Chivo (2000), si bien parecen también movidas por el deseo de representar un mundo completo en diversos niveles, de constituir una experiencia abarcadora y amplia, son mucho más accesibles y contenidas en cuanto a la forma: Vargas Llosa había dejado de ser un renovador de la narrativa para convertirse en un escritor cuya meta era que lo formal no llamara la atención sobre sí mismo, sino que se confundiera con el fondo. Quién sabe si su condición de experimentador habría llevado al peruano a los pedregosos terrenos de lo ininteligible o si, por el contrario, lo habría conducido a descubrir nuevas posibilidades para la ficción.

Conversación en La Catedral está inspirada en la dictadura militar de Manuel Apolinario Odría, que gobernó Perú durante ocho años: de 1948 a 1956. La novela recrea esos años en los que, según cuenta el autor en el prólogo a esta edición, “estaban prohibidos los partidos y las actividades cívicas, la prensa censurada, había numerosos presos políticos y centenares de exiliados”, así como “una profunda corrupción que, desde el centro del poder, irradiaba hacia todos los sectores e instituciones, envileciendo la vida entera”.

El libro está protagonizado por Santiago Zavala, un periodista limeño de treinta años que vive inmerso en la grisura, en la mediocridad, en la falta de convicción: tiene un trabajo en el que no cree, está casado con una mujer que no ama, lee libros que lo aburren. Santiago equipara su propia situación con la de su país y constantemente se pregunta cuándo fue que se jodió él, cuándo fue que se jodió el Perú. La novela entera es la respuesta a esas preguntas.

Una tarde cualquiera, Zavala se encuentra por casualidad con el zambo Ambrosio, un ex empleado de su padre. Los hombres hablan y beben durante cuatro horas en una fonda miserable que también funciona como prostíbulo llamada La Catedral. Hábilmente, la conversación se nos oculta en su mayor parte. Sabemos, eso sí, que hay un secreto ominoso en la vida de Santiago relacionado con su padre y con Ambrosio, aunque no se nos dan más detalles. Al final del primer capítulo se nos sugiere que la vida de Zavala seguirá como hasta ahora: aburrida, mediocre, sin demasiadas expectativas. Pese a ello, a esas alturas el lector quiere saber cuándo fue que se jodieron Santiago y su país, y cuál es ese secreto que tanto afecta al protagonista.

La conversación que se nos había escamoteado se irá desgajando, en presente gramatical, a lo largo de las más de 700 páginas de la novela. Aparecerán también conversaciones anteriores (de Santiago y Ambrosio, pero no dialogando entre sí, sino con otros interlocutores) en pasado gramatical, para diferenciarlas de la primigenia, que es el eje de la obra. Estos diálogos, sin embargo, no acaparan todo el libro; ellos más bien parecen “atraer” historias que llegan hasta nosotros a través de un narrador en tercera persona que suele dar paso, con mucha frecuencia y por lo general sin marca textual, a la voz de los personajes. Las conversaciones mencionadas no se presentan de forma lineal, sino fragmentada, de modo que la pregunta de un interlocutor puede tener su respuesta decenas de páginas después. Excepto la primera, estas charlas resultan misteriosas hasta muy avanzado el libro, ya que en ocasiones no conocemos a uno de los interlocutores o no sabemos de qué asunto se nos habla.

La mejor imagen que se me viene a la cabeza para representar gráficamente esta novela es la de un rompecabezas. Todas las piezas llegarán a embonar, pero para ello es necesario que el lector colabore de forma activa con el relato. Pese a la complejidad de los procedimientos narrativos de Conversación en La Catedral, hay dos puntos que la vuelven de interés para cualquier tipo de lector: el autor nunca se olvida de que, por más sofisticado que sea su instrumental literario, el centro es contar historias emotivas y significativas; además, para desentrañar el sentido del libro no se requiere de una vasta cultura o de referencias específicas, externas a la obra, sino, como queda dicho ya, de una participación intensa.

Una galería de personajes desfila por estas páginas: los esbirros de la dictadura, los ricos que se alían con esta, los disidentes, los políticos serviles y corruptos, las prostitutas de lujo, las empleadas domésticas, los periodistas, entre otros (el dictador aparece muy poco, ya que no se busca ahondar en él, sino en los efectos de su dictadura en una sociedad entera). Lo interesante es que Vargas Llosa no se conforma con presentar a los diversos personajes desconectados entre sí, unidos solo por el hecho de vivir bajo la férula de un gobierno autoritario (como en La colmena, de Cela, por ejemplo), sino que se ocupa de la ardua y laboriosa tarea de establecer nexos entre ellos, de modo que las relaciones entre los elementos de su mundo ficticio parecen sólidas y no producto del azar. Además, los personajes no solo representan grupos sociales, sino que están individualizados e importan por sí mismos, no por la clase o la profesión que ostentan. No son abstracciones, vaya, sino personajes verosímiles.

Habría mucho más que decir de esta obra monumental. Como no se trata de aburrir a nadie, he de concluir, no sin antes afirmar que Conversación en La Catedral es producto de la gran ambición y de la fe en la novela como portadora de mundos completos de un autor que aúna maestría y creatividad técnica con una experiencia profunda que transmitir a través de las historias que nos cuenta. Ese es, creo yo, el mejor legado de este libro: reafirmarnos que el arte de contar historias sustanciosas para entender nuestro entorno y a nosotros mismos estará siempre vigente y a la vez narrarnos de manera que lo narrado nos resulte un desafío intelectual arduo y placentero al mismo tiempo.

Javier Munguía
http://www.javiermunguia.blogspot.com/

Conversación en La Catedral de Mario Vargas Llosa en gandhi

Imagen 1 y 2: Portada del libro Conversación en La Catedral de Mario Vargas Llosa