LA PRINCESA Y EL SAPO. El renacimiento del estilo clásico

Muchas personas ven en los cuentos de hadas un vehículo hacia la nostalgia, hacia esos tiempos mejores en los que uno era niño y podía permitirse no solamente la falta de responsabilidades sino de conciencia, una especie de regreso a mundos imaginarios en los que todo se arregla con el movimiento de la varita mágica de un hada gordinflona.

Muchas personas ven en los cuentos de hadas un vehículo hacia la nostalgia, hacia esos tiempos mejores en los que uno era niño y podía permitirse no solamente la falta de responsabilidades sino de conciencia, una especie de regreso a mundos imaginarios en los que todo se arregla con el movimiento de la varita mágica de un hada gordinflona. Es curioso que esa sensación haya sido explotada por la casa productora Disney, misma que en 2009 lanzó un producto que resultó mucho más revolucionario de los que uno pudiera imaginar: La princesa y el sapo.

La película se estrenó en el oscuro 2009, cuando el mundo navegaba un apocalipsis financiero que arrastró a muchos a la miseria. Se trata de un producto netamente americano; ese año los Estados Unidos nombraban a su primer presidente afroamericano, un Barack Obama que en esos días representaba el cambio y un canal de esperanza. Es, pues, una manifestación clara y directa del momento que vivía el país que la vio nacer y que la entregó a sus niños.

Sin embargo, La princesa y el sapo es también un cuento de hadas, el de la chica común y corriente que de pronto se ve enredada en temas de princesas, magia, hadas y maldiciones; que logra, no sin algunos actos violentos e incluso oscuros, salir adelante y prácticamente renacer. Lo interesante del caso es que en esta nueva versión de Disney todo está modificado y actualizado (a pesar de estar ambientada en los primeros años del siglo pasado, azotados también por crisis financieras), y los aires de nostalgia están tan deslavados que la cinta se transforma en otra cosa.

La princesa y el sapo significó la entrada de la cultura afroamericana a la lista de películas de una casa productora que la había ignorado de formas incluso insultantes. Muchos acusaron a los guionistas de oportunistas a propósito de la llegada de Obama a la presidencia, punto que se desvanece ante los datos que demuestran que la historia comenzó a trabajarse antes de que Obama fuera considerado candidato. El asunto llega más lejos: lo que sí narra la cinta es que el trabajo y la labor en equipo pueden más que la ayuda de las hadas y los polvos mágicos, o que el fraude y el oportunismo; planteaba, además, una especie de reconciliación entre clases sociales que después del huracán Katrina sobre Nueva Orleans (ciudad donde se ambienta la historia de la película) era más que necesaria; al ser ambientada ahí obtuvo una carga social importantísima pues fue el desastre de la ciudad por la negligencia de la administración Bush, lo que en parte previó la caída de la cultura vengativa y belicosa de esa versión de la casa Blanca, por lo menos en las urnas.

La princesa y el sapo de Ron Clements y John Musker en Gandhi

Por: Erick Estrada www.cinegarage.com