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¡Mate a su jefe: renuncie!

¿Trabaja usted entre 30 y 126 horas a la semana y aún así malcome, malviste y tiene dificultades para transportarse y pagar la renta? ¿Detesta su trabajo pero no se atreve a renunciar, primero, porque sabe que le será imposible encontrar otro (siquiera tan mal pagado como el anterior) y, segundo, porque teme ser denostado por sus seres queridos? ¿Pasa usted los domingos conectado a la red o cerca del celular “por si al jefe se le ofrece algo” en lugar de disfrutar con su familia o amigos las pocas horas libres que le quedan a la semana? ¿Es usted un esclavo de sus propias necesidades o cifra su prestigio personal en el hecho de ser una persona “bien chambeadora”? ¿Se siente orgulloso de ser un self-made man? ¿Jode usted al prójimo con la cantilena de siempre sobre su fatiga extrema, su falta de crecimiento laboral o la imposibilidad de realizarse como persona? ¿Va por la vida despreciando a cualquiera con pinta de vago, holgazán, perezoso, desempleado, contemplativo, indigente, haragán, desocupado, rebelde, gandul, flojo, lento o conchudo, aunque en el fondo lo envidie? ¿Cree que la gente ociosa es aquella que no hace nada y no, como creía Stevenson, aquella que hace muchas cosas “no reconocidas en los dogmáticos formularios de la clase dominante”? ¿Considera que a este mundo se viene a sufrir y a sobrellevar sus frustraciones de la mejor manera posible? ¿Sueña con vengarse sanguinariamente de los checadores de tarjeta, prefectos, supervisores, capataces o superiores que le hacen la vida de cuadritos? ¿Desconoce usted el carácter insaciable de la economía de mercado “donde la productividad es esclavitud bajo la apariencia de una dicha pasajera”? ¿Siente usted una compulsión malsana y destructiva por el trabajo que lo obliga a posponer una y otra vez sus vacaciones? Y, ya estando de vacaciones, ¿no las disfruta porque ha dejado muchos pendientes o porque sabe que al regresar el trabajo se habrá acumulado de tal manera que las energías recuperadas se le esfumarán en un par de días? ¿Piensa que al jubilarse o retirarse se morirá de aburrimiento o no sabrá qué hacer con su vida? ¿Vive usted esclavizado por el despertador y tiene horarios fijos hasta para comer e ir al baño? Apenas se sienta usted en el sofá o se recuesta en la cama, ¿siente que no está aprovechando el tiempo y que debería buscarse algo que hacer? ¿Sus hobbies consisten en realizar actividades productivas como construir muebles o tejer suéteres? ¿Está usted tan estupidizado por su trabajo que cree que es una bendición y no un castigo divino? ¿Añora usted los fines de semana y los días feriados aunque, a final de cuentas, los ocupe para arreglar los desperfectos de su domicilio? ¿Ignora usted que la palabra negocio viene del latín nec otium que significa negarse al ocio? ¿Envidia usted la casa, el auto, la ropa y el empleo de su vecino? ¿Piensa usted que estudiar filosofía o literatura es propio de huevones y mequetrefes que no se toman en serio los sacrificios que exige la vida?

Si respondió afirmativamente a la mayoría de estas preguntas es usted un imbécil al que le urge leer “Escritos para desocupados“ de Vivian Abenshushan, pues ahí encontrará, de la mano de una prosa directa y sin concesiones, una crítica lúcida y lúdica a las dinámicas salvajes del capitalismo contemporáneo que socavan la libertad individual, el verdadero cuidado de sí y la posibilidad de ser uno mismo en una sociedad cada vez más estandarizada por los apologistas del trabajo. Verdadero manual de sublevación personal y guía para auténticos detractores de los valores hegemónicos, el libro de Abenshushan es un himno a la rebeldía en tiempos de la más irracional adicción al quehacer.

Si, por el contrario, respondió usted negativamente a la mayoría de las preguntas lo felicito porque su caso aún no es crónico, razón de más para acercarse a este libro que, al grito de “¡Mate a su jefe: renuncie!”, le terminará de mostrar el camino que lo llevará a formar parte de esa conjura de seres detenidos en las esquinas, siempre con una sonrisa sincera en el rostro, exentos de la ansiedad del inversionista y a salvo de la visión empresarial de la vida que la concibe como una mercancía a la que hay que acceder sólo con el sudor de la frente.

– Vivian Abenshushan: “Escritos para desocupados”. Oaxaca, Surplus Ediciones, 2013, 300 pp.

Lobsang Castañeda

Imagen: Portada del libro “Escritos para desocupados“ de Vivian Abenshushan.
Mascultura 11-Abr-14