Los CUENTOS COMPLETOS de un maestro del relato breve: Julio Cortázar

Junto a Jorge Luis Borges, Julio Cortázar se encuentra a la cabeza de los cuentistas en lengua española. Estos dos argentinos geniales, que en más de una ocasión expresaron su mutua admiración, son para nuestro idioma lo que Poe para el inglés y Chéjov para el ruso; son nuestros maestros del relato corto. Difícilmente otro cuentista español o hispanoamericano de cualquier época podría disputarles ese título. De ambos se han publicado recientemente sus cuentos completos, por primera vez en el caso de Borges, por enésima vez en el caso de Cortázar, cuya producción cuentística reunida vio la luz en 1994 bajo el sello Alfaguara.

Nacido en Bruselas, en 1914, de padres argentinos, y fallecido en París, en 1984, Julio Cortázar escribió cuento, novela, teatro, poesía y ensayo, pero sobre todo se consideraba a sí mismo un cuentista. Publicada en 1963, su novela Rayuela produjo una revolución en la narrativa en español, a la que dotó de mayor libertad, osadía y ludismo. Leído hoy día, el libro quizás no parezca tan logrado: más bien un amasijo de citas y referencias literarias, musicales y filosóficas, y de yermas e interminables escenas al lado de estupendos pasajes y de tres o cuatro personajes sin duda memorables.

Como bien dice Mario Vargas Llosa en el prólogo a los Cuentos completos de Cortázar, recién reeditados en tres tomos en formato de bolsillo por la editorial Punto de Lectura, quizás los relatos del argentino no exhiben el virtuosismo formal y la experimentación que sí ostentan sus novelas, pero es en ellos que su autor creó una obra imperecedera, que soporta mucho mejor que sus relatos largos los embates del tiempo. La preocupación central de estos cuentos no parece ser quebrantar la narrativa tradicional ni mostrar la vasta cultura del autor, sino contar historias redondas, a las que nada les falta y nada les sobra, en las que lo sobrenatural suele irrumpir en lo cotidiano para mostrarnos que el mundo es mucho más que lo que pueden ver nuestros ojos: también lo que soñamos, tememos e imaginamos.

Ocho libros de cuentos publicó este cronopio gigante, además de dos libros de historias cortas de curiosa factura (Historias de cronopios y de famas y Un tal Lucas), misceláneos, plagados de humor, con personajes que brincan de texto a texto, y tres cuentos sueltos incluidos en su libro-almanaque Último round. Todas esas ficciones están incluidas en estos tres volúmenes, que además ofrece a sus lectores los cuentos más primitivos de Cortázar: los primeros que escribió, algunos de ellos publicados en diarios, y que después no se animó a editar como libro por no considerarlos a la altura de sus aspiraciones; el volumen lleva por título La otra orilla y, aunque no es impecable (una truculencia por acá, un final previsible por allá), contiene algunas ficciones de buen nivel y muestra ya la tendencia del autor de indagar en lo fantástico producido en pleno ámbito ordinario.

Pese a que no están compuestos exactamente de cuentos, sino de locas instrucciones,  poemas en prosa, anécdotas simpáticas, comentarios de cuadros famosos y chistes, aprecio ese par de libros risueños que son Historias de cronopios y de famas y Un tal Lucas. Sin embargo, ni por asomo creo que estén entre lo mejor de estos Cuentos completos. Lo más destacable, sin duda, son esos ocho libros de cuentos hechos y derechos, maduros, conformados por historias autosuficientes, que no requieren la proximidad de sus vecinas para seducir y sobrecoger. Hablo de Bestiario (1951), Final del juego (1959), Las armas secretas (1959), Todos los fuegos el fuego (1966), Octaedro (1974), Alguien que anda por ahí (1977), Queremos tanto a Glenda (1980) y Deshoras (1982).

Sin duda, estos ocho volúmenes componen el conjunto de cuentos más impresionante que he tenido la fortuna de leer y lo mejor de la obra de Cortázar. Nunca dejó de ser un gran cuentista el buen Julio, ni siquiera cuando su compromiso político se infiltró en su literatura. A finales de la década de los sesentas, Cortázar abrazó el socialismo de manera entusiasta y acrítica, según nos cuenta Vargas Llosa. El mismo Julio se lamenta en una entrevista con Joaquín Soler Serrano de haber caído en el panfleto en su novela Libro de Manuel (“mi peor libro”), una obra escrita con apuro, lastrada por el fin práctico de denunciar las atrocidades de las dictaduras latinoamericanas y alabar las revoluciones socialistas. En sus cuentos, Cortázar nunca cayó en ese error. Claro que hay en ellos, a partir de Alguien que anda por ahí, una intención de denuncia social; sin embargo, esta nunca se plantea de forma burda o propagandística. Más bien parece que la conciencia social de su autor se incorpora con naturalidad al ámbito cotidiano-fantástico que ya transitaba. En ese sentido, en sus cuentos el compromiso central de Cortázar siempre estuvo con la literatura, con la belleza, con la indagación ontológica, con el buceo en lo insólito que nos acecha, y no con una ideología.

En los relatos de Cortázar suelen presentarse dos dimensiones: la primera es doméstica, reconocible por el lector, sin mayores sobresaltos; en ella va infiltrándose la segunda a través de un hecho inquietante que por lo regular no produce sorpresa en sus protagonistas, aunque sí molestias: los conejitos que vomita el narrador en “Carta a una señorita en París”; el presunto regreso del hermano fallecido en “Cartas de mamá”; los entes misteriosos y nunca descritos que terminan por expulsar a los hermanos de su hogar en “Casa tomada”. En ocasiones, la alternación de estas dos dimensiones se plantea de forma muy gráfica, como en “La noche bocarriba”, “Las armas secretas” y “Todos los fuegos el fuego”, en los que un pasado remoto irrumpe en el presente a través de una puerta impensada.

En el prólogo a La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares, Borges habla de la “imaginación razonada” que ostenta la novela: el autor “despliega una odisea de prodigios que no parecen admitir otra clave que la alucinación o que el símbolo, y plenamente los descifra mediante un solo postulado fantástico pero no sobrenatural”. Dicho procedimiento, que me parece muy eficaz en el mencionado libro de Bioy Casares, está en las antípodas de las técnicas de Cortázar: este último nunca se ve tentado a explicar lo fantástico en sus relatos. Por el contrario, deliberadamente siembra vacíos que resultan inquietantes para el lector, que nunca sabrá por qué el ámbito “realista” queda transformado por el portento; lo que le interesa al autor es más bien recrear con minuciosidad el trastorno causado por lo sobrenatural en lo “real” y sus consecuencias, no así sus causas, teñidas de ambigüedad; en ocasiones, ni siquiera estamos seguros de que lo fantástico haya ocurrido realmente o sea producto de la imaginación de los personajes (en la clasificación de Todorov, es esta característica, la vacilación, la que le daría su carácter “fantástico” a los cuentos de Cortázar).

 A diferencia de Rayuela, narración exhibicionista donde las haya, los relatos del autor son discretos, pero muy efectivos: no echan mano de citas eruditas y en distintos idiomas ni de técnicas vistosas, aunque incómodas o imposibles de seguir, ni de un lenguaje muy elevado. Sus personajes no suelen ser intelectuales, como en la novela traída a cuento, sino personas comunes y corrientes: un grupo de niños, un locutor de radio, un par de hermanos, una pareja con culpas, dos temerarios opositores de la represión, un puñado de admiradores de una gran actriz. Hay una gran calidez en estos seres aquejados de problemas tangibles, sean o no fantásticos, y no por tribulaciones elevadas con un tufillo a falso. Hay ternura y hay soledad y hay humor y hay crueldad en ellos. Hay, pues, cercanía con los lectores.

La estructura de los cuentos de Cortázar es de una eficacia apabullante: nunca le sobran ni le faltan datos, hay tensión entre dos planos contrapuestos, hay un conflicto que se desarrolla progresivamente hasta estallar en el clímax y hay, por lo regular, un final inesperado. No desaprovecha el autor la oportunidad de sorprender a su lector, de llevarlo de la mano a ese efecto fulminante y previsto de antemano; no por nada Julio fue un alumno aventajado de Poe, además del mejor traductor al español de sus cuentos.

Javier Munguía
http://www.javiermunguia.blogspot.com/

Cuentos Completos de Julio Cortázar en gandhi

Imagen 1: Julio Cortázar, fotografía de Sara Facio 1967

Imagen 2 – 4: Portadas de Cuentos Completos de Julio Cortázar