Mirar al Levante: Entrevista con Amin Maalouf

Mirar al Levante: Entrevista con Amin Maalouf
18 de enero de 2020
José Luis Trueba Lara

Jamás nos habíamos encontrado. Él no sabe que, desde hace años, muchas de sus palabras se entretejen con lo que pienso y hago. A partir de la década de los ochenta, cuando publicó Las cruzadas vistas por los árabes (Alianza Editorial), iniciamos un diálogo silente, una conversación que solo tenía respuestas en el blanco y el negro de las páginas, en la imaginación que convocaba a las voces que olían a café y especias. En aquellos días, Amin Maalouf me reveló un mundo desconocido y nunca había pensado. Una mirada que Occidente se negó a dirigirle a las guerras medievales. Por si esto no fuera suficiente, él también me mostró otra manera de comprender la novela histórica. León el africano (Alianza) me acompaña desde hace tiempo, y las páginas de mi ejemplar ya muestran las marcas de las lecturas que vuelven. Solo los Caballos desbocados (Alianza) de Mishima me habían marcado de una manera tan profunda.

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Algunos años más tarde, cuando el Islám ya se había transformado en el gran culpable de todos los males y en el origen de todos los horrores que se enfrentan en Occidente, Maalouf volvió para darme respuestas, para obligarme a repensar y tratar comprender lo que sucedía más allá de los anatemas que surgieron tras los atentados en Estados Unidos y Europa. En Identidades asesinas, por ejemplo, él —sin ninguna contemplación— me puso frente a los hombres que tenían “una actitud parcial, sectaria, intolerante, dominadora, a veces suicida”, la cual los convertía “en asesinos o en partidarios de los asesinos” y, por supuesto, también me llevó a asomarme con nuevos ojos al Levante, a la región del mundo donde nació Occidente.

Hoy nos encontramos. El escritor y el lector estamos frente a frente. Amin Maalouf sonríe y comienza a platicar:

Desde que publiqué mi primer libro, Las cruzadas vistas por los árabes, todo lo que escribo está marcado por los mismos valores, por el mismo escenario que marca mi vida: el Levante. No importa que este término esté cayendo en desuso y que el topónimo de Medio Oriente se imponga con toda su fuerza para llamar a su olvido. Lo importante es que él marca una región fronteriza entre dos mundos cuyas relaciones jamás han sido sencillas. Incluso, en este momento, son muchísimo más complicadas que hace un siglo. Tú y yo lo sabemos, en este lugar se encuentran y chocan los mundos que no se entienden, que se conocen bastante mal y que, por supuesto, se acusan mutuamente de todo lo que les ocurre. El mundo árabe considera que los conflictos son culpa de Occidente, y Occidente asume que todos los problemas son provocados por el mundo árabe.

“Yo vivo entre esos mundos. Esto no es cómodo, tampoco es sencillo, pero estoy profundamente convencido de que es necesario rebasar el conflicto y superarlo por difícil que esto parezca. Se bien que la gente nace con la certeza de que este choque existe y también estoy convencido de que muchos morirán sin que el enfrentamiento se haya solucionado. Sin embargo, y pesar de todos los fracasos, aún tengo esperanzas. Levante es el lugar donde nacieron las religiones monoteístas más importantes, el sitio donde se creó la escritura, el espacio donde florecieron las primeras ciudades. Sin el pasado de esta región, la historia del mundo sería muy distinta. Aún más, si en Levante convivieron durante varios siglos estas grandes religiones, algo de aquel eco puede permanecer y amplificarse para terminar con la destrucción y la tragedia”.

La idea de Maalouf es tentadora: todo se inició en Levante, y lo que sucede en esa región de alguna manera anticipa a lo que ocurrirá en Occidente. En su libro más reciente, El naufragio de las civilizaciones, hay una figura que aparece constantemente: Gamal Abdel Nasser, quien durante casi 15 años se convirtió “en el dirigente más popular del mundo árabe y en una de las personalidades más destacadas en la escena internacional”. En aquellos días, nadie era más nacionalista que Nasser, nadie era más árabe que Nasser y, por supuesto, nadie comprendía mejor al pueblo que él.

—Nasser —me dice con palabras que saben a recuerdo— fue una figura determinante en mi juventud y también lo fue en la vida de mi familia, aunque los Maalouf mantenían una actitud contraria a él y a sus ideas. Nosotros, al igual que muchos más, nos convertimos en migrantes cuando asumió el poder.

“Cuando era joven, su imagen estaba en todos lados y, cuando murió en septiembre de 1970, su figura no tardó mucho tiempo en ser olvidada casi por completo. Hoy, apenas es un párrafo en muchos libros de historia, un olvido para la gran mayoría de los habitantes del mundo árabe, aunque en esos días, muchos creían que se hablaría de Nasser durante siglos. Hoy, él casi es una sombra. A pesar de esto, su lugar no ha podido ser ocupado por ninguno de los líderes árabes.

“Al igual que su imagen, el nacionalismo de Nasser, que apenas tenía un barniz religioso, también fue barrido con gran rapidez. No pudo soportar las derrotas políticas y militares de su creador, y tampoco dio paso a una propuesta política capaz de vencer a los Hermanos Musulmanes y a otras organizaciones fundamentalistas. Por esta causa, en su lugar floreció el nacionalismo religioso que brotó en una serie de grupos minoritarios que tomaron el poder y se transformaron en gobernantes, justo como sucedió en Afganistán y en la revolución iraní, por solo mencionar dos casos.

“El nacionalismo religioso se convirtió en un fenómeno aplastante que hoy parece omnipresente en el mundo árabe. En este momento es imposible saber si este tipo de nacionalismo se prolongará, si permanecerá durante varias décadas. Aunque también existe la posibilidad de que se debilite y caiga para dar paso a una nueva manera de comprender el mundo. Nada es eterno en política. Tengo la esperanza de que el futuro quedará marcado por una democracia con instituciones estables. Desde este punto de vista, el gran reto del mundo árabe es construir sociedades modernas. Y, para lograrlo, hace falta una fuerza política que sea capaz de personificar la alternativa democrática”.

—Nosotros estamos lejos del Levante y del mundo árabe —le digo a Amin Maalouf—. En este caso la idea de la pequeñez del mundo no tiene cabida, ¿cómo nos miran desde aquella región?, ¿qué significan para él los populismos y los nacionalismos exacerbados que marcan la vida política de Estados Unidos, Europa y América Latina?

—No es sencillo pensar una respuesta para esta pregunta; es difícil pensar en cómo se miran desde el mundo árabe los regímenes populistas y nacionalistas de América Latina, o los que existen en Europa y Estados Unidos. Al igual que ocurre en Occidente, el mundo árabe gira en torno a sus problemas, a sus creencias. Ya he dicho que para el nacionalismo religioso es claro que la causa de todos los problemas es Estados Unidos, y esta es una certeza que se manifiesta de una manera constante. Así pues, la llegada de un nuevo mandatario en Brasil o en Hungría —por solo mencionar dos posibilidades— no es una gran noticia en el mundo árabe.

“Por esta razón, las críticas que se hacen a los proyectos políticos que se desarrollan en Occidente solo existen en la perspectiva occidental. Los nuevos dirigentes populistas, en el fondo, únicamente generan reacciones en sus regiones, en los espacios que les son cercanos, y el mundo árabe continúa siendo lejano e incomprendido. El escándalo que acompaña a estas figuras populistas y nacionalistas no está vinculado con el mundo árabe, sino con las ideas que sobre la democracia se tienen en América Latina, Estados Unidos o Europa.

“Desde mi perspectiva, lo preocupante en este caso es que este nuevo tipo de dirigentes —a los que no siempre se les puede calificar como dictadores— tienen una tendencia autoritaria y personalista, perdón que no se me ocurra un término políticamente correcto para describirlos. Casi siempre, se muestran como seres inalcanzables, como personas que pueden ser siempre vistas y que concentran el poder. En los lugares donde gobiernan, la democracia también enfrenta retos muy importantes. Esperemos que estos regímenes sean pasajeros, aunque esta esperanza no implica que esta oleada termine pronto. En las democracias más antiguas —como ocurre en Inglaterra o en Estados Unidos—, o como sucede en el Tercer Mundo, este nuevo tipo de fenómenos se está extendiendo.

“Al principio, muchos pensaron que estos nuevos gobiernos eran una suerte de accidente histórico; sin embargo, conforme ha pasado el tiempo y cada vez se fortalecen más el nacionalismo y el populismo, ya es imposible pensar en la idea de accidente. A pesar de esto, de nueva cuenta creo que existe la posibilidad de la esperanza, de creer que la democracia y la libertad terminarán imponiéndose”.

Mi mano se acerca a la grabadora. Presiono una de sus teclas y el clic que se escucha pone fin a la conversación. ¿Qué más puede preguntarse después de depositar la esperanza en la libertad? Nada. En este momento, las palabras salen sobrando.+