“Soy mucho más compasiva”: Eugenia Debayle nos habla de ‘Mi día negro’
R. de la Lanza
En mayo del 2016, la modelo, representante musical y editora de revistas de moda Eugenia Debayle fue al hospital a lo que parecía un simple chequeo rutinario, pero la mezcla de dos medicamentos le causaron un shock y tuvo que ser internada de urgencia por la inminencia de un paro cardíaco, que la dejó en coma durante once días y por tres minutos le “apagó” los signos vitales.
Tras un despertar que ella misma y sus allegados ven como milagroso, Eugenia tuvo que empezar muchas cosas desde cero: primero, tuvo que aceptar que no estaba en Nueva York, sino en la Ciudad de México. Y luego tuvo que someterse al tormento de la terapia de rehabilitación para volver a aprender a hacer cosas tan básicas como caminar y comer.
Tres años después, Eugenia publica Mi día negro (bajo el sello de Planeta), en un lenguaje abierto, franco y con un trato íntimo, cálido y personal, en el que traza su recorrido hasta la recuperación de su vida:
“Cuando vi el libro salir de la imprenta, noté una mejoría significativa especialmente durante las siguientes semanas”, explica así Eugenia cómo la escritura de su libro ayudó en el proceso de su rehabilitación. “Haberlo escrito me salva, sobre todo en esta etapa de mi vida en la que he pasado por mucha confusión; me ha ayudado a entender el sentido de las cosas, me he vuelto a enamorar de la vida. Le dio un propósito a lo que me pasó”.
Una de las cosas en la que insiste Eugenia durante los primeros capítulos es en que mientras estaba en coma tenía cierta conciencia de lo que pasaba: “Es curioso —explica—; yo al despertar no pregunté por qué estaba en el hospital. Yo ya lo sabía. Yo recuerdo una conversación que había tenido con mi esposo en un comedor, en la que él me dijo que perdimos un bebé. Pero esa conversación nunca la tuvimos. Mi esposo me dijo que él se había acercado a mí mientras yo estaba en coma y me lo había dicho, pero mi mente lo escenificó en un comedor que nunca existió y lo puso como un recuerdo de una plática que en realidad no ocurrió. Yo supe así que en un coma, al menos en el mío, aunque estés inconsciente, sí hay una parte que percibe lo que pasa”.
Después de la gravedad del problema y pasada la máxima emergencia, normalmente viene la viene la rehabilitación, que la mayoría de la gente suele ver como algo muy desalentador y a lo que se le tiene miedo. Al respecto, Eugenia dice: “Yo los entiendo, porque es muy fuerte. Tu vida se interrumpe. De repente tu trabajo que te gusta hacer se cambia en otro trabajo, de tiempo completo, que era rehabilitarme. Es un trabajo cansado, doloroso, no gusta, y no se detiene. Así que comienzas a ver la terapia como una carga que no motiva ni gusta”.
“El primer año fue vital —continúa—, porque es cuando la actividad cerebral está a lo máximo y debes aprovechar ese tiempo, pero después el progreso es muy lento, y eso podría ser desalentador. El error sería abandonar la terapia. Pero hay que seguir, porque si yo no hubiera seguido, no estaría bien de nuevo. La terapia es todo”.
En este trance de recuperación, Mi día negro es un testimonio de la fuerza que en ella infundió su familia y el apoyo de sus seres más cercanos. “Yo tuve la fortuna de que mi familia me empujó mucho, incluso me obligaron. ¿Qué les digo? Así de frío: no hay de otra. Nadie la va a hacer por ti, sólo tú la puedes hacer, y tú decides el camino, y sólo hay dos: rehabilitarte y seguir con tu vida o abandonarla y pagar el enorme precio a mediano y largo plazo. Ahorita lo digo simple, pero en esos momentos yo hubiera querido engañar a la gente y quedarme a descansar, pero la hice, y sólo así puede quedar bien. También quiero decirles que no busquen atajos ni terapias alternativas, deben escuchar al médico y acatarlo, verlo como un trabajo, porque además es un trabajo que haces para ti y para nadie más”.
A tres años del incidente, Eugenia evalúa los cambios que se operaron en su persona: “Quizás no haya cambiado tanto. Hay más cambios internos: mucho más amor propio. También hay más seguridad, porque conozco una fortaleza que antes no conocía. Y creo que ahora soy mucho más compasiva y empática con todas las personas. Se aceleró mucho mi crecimiento espiritual. Me gusta mucho la parte frívola del mundo porque es entretenido, es divertido, y creo que es sano, porque por la realidad del mundo requiere cierta frivolidad como contrapeso; pero siempre me ha gustado tener un pie en la espiritualidad, en la literatura. Con esto que me sucedió, se dio una aceleración en ese tema”. La Eugenia de hoy dice tener una relación más cercana con Dios y también tener más claridad en cuanto a su esencia personal.
Si bien no todo el mundo vive un coma literal, como el de Eugenia Debayle, hay una conexión muy patente entre su experiencia y el lector. “Mucha gente, incluyéndome a mí en otras etapas de mi vida, estamos muy anestesiados, en reconocer las emociones, en involucrarnos”, dice, explicando la idea de que a veces vivimos en un coma emocional. “Creo que somos una generación que le tememos a sentir. Y eso te habla de por qué ahora está tan fuerte esto de los antidepresivos: tenemos mucho miedo a la tristeza. Yo creo que la tristeza es parte de la vida, pero sentimos culpa de estar tristes. Pero el estado natural del ser humano incluye pasar por diferentes estados de ánimo, y tendemos a anestesiar algunos sentimientos. Hemos vendido mucho la idea de estar obligado a ser feliz de tiempo completo, y tendríamos que darle espacio a otros sentimientos”.
En cuanto a sus lecturas predilectas o de mayor impacto en su vida, Eugenia lo tiene muy claro: La historia interminable, de Michael Ende es uno de los principales. “Lo leí cuando tenía yo unos 13 años, y me fascinaba su mundo. También soy muy fan de Oscar Wilde, y me encantan El retrato de Dorian Gray y De profundis, que es como autobiográfico, y de ahí me encanta lo que dice, su vocabulario y cómo puedes acceder a sus sentimientos”.
Considerando que Wilde escribió ese libro desde una mazmorra, usando el motivo del Jonás bíblico clamando desde el vientre del gran pez, Mi día negro bien puede ser también algo como su propio De profundis. “Me haces sentir lo máximo, como una rockstar —dice riendo—. Si te fijas, en ese libro, Oscar Wilde se ‘descose’ para mostrar sus sentimientos. Y yo, en Mi día negro, también me ‘descosí’. Me emocionaba mucho hacerlo. Creo que necesitaba ventilarme así, y si ha sido muy sanador para mí, como debió haberlo sido De profundis para él”, concluye. +