Después de George Steiner

Después de George Steiner
27 de marzo de 2020
Adriana Romero-Nieto

Hay lenguas, como el griego de la liturgia bizantina, que pueden quedar paralizadas, agotadas y, como estrellas sin hidrógeno, apagarse poco a poco; pero lo opuesto también puede ser cierto: lenguas que coinciden en una “nueva inmortalidad” y dan pie a algo nuevo. “Una cosa es clara: el lenguaje sólo entra en acción asociado al factor tiempo. Ninguna forma semántica es atemporal. Y cuando usamos una palabra despertamos la resonancia de toda su historia previa”, nos dice George Steiner en Después de Babel. Así, a pesar de enterarnos que el pasado 3 de febrero, las complicaciones de una fiebre aguda apagaron la vida de este gran prodigio de la crítica, la teoría literaria y la traducción de nuestros tiempos, nos alumbra la certeza de que su legado no se suspende sino, por el contrario, señala el acceso a su infinitud.

En Errata: El examen de una vida, quizá su libro más personal, Steiner narra un episodio de su infancia en el que un tío le regaló una guía ilustrada de los escudos de armas de Salzburgo y cómo “[…] aquel manual de heráldica [lo] abrumó al revelar[le] la innumerable especificidad, la minuciosidad, la amplísima diversidad de las sustancias y las formas del mundo”. Un desvelamiento que se traduciría después en su elogio a la pluralidad de las lenguas y en su idea del lenguaje como una continua y variable evolución, igual que la misma experiencia humana, pues este “se altera en todo momento vivido” y “la totalidad de los acontecimientos lingüísticos no sólo aumenta, también es calificada por cada nuevo acontecimiento. Y en una sucesión temporal, no hay dos afirmaciones que sean perfectamente idénticas.”

Así, bajo esta, su propia premisa, la obra de Steiner que compila ensayos, narrativa y entrevistas, que ya de por sí es vasta, se vuelve inextinguible. En cada experiencia mental en donde circulen sus ideas se nos abrirán nuevas puertas de entendimiento y así, él, hombre-autor-mortal, tendrá una segunda vida, “una vida que pronto [descubriremos] más perdurable y más llena de sentido que la existencia biológica o social.”

Esta reflexión puede pecar de lugar común, de básica e, incluso, de sentimental. No obstante, su propia biografía y la misma amplitud de intereses que poblaron su vida lo confirman. Pues, además de ser un académico en las universidades más prestigiosas del mundo: Cambridge, Geneva, Princeton, Stanford, fue un políglota educado en inglés, francés y alemán; traductor de italiano, griego y latín. Hablamos de un autor de varios títulos imprescindibles para el pensamiento actual. Steiner fue melómano, narrador y un divulgador de sus pasiones; prueba de ello son Anno Domini, El traslado de A.H. a San Cristóbal, Necesidad de música, por mencionar algunas obras, y, por si fuera poco, escribió múltiples artículos para The New Yorker, The New York Times, The Economist, The Observer y The Times Literary Supplement.

Pero, ante todo, Steiner fue un aprendiz de su propia biografía o, si se quiere, “de su propia historia previa”. En el ya citado Errata relata cómo, tras la llegada al poder del nazismo en Europa, se vio obligado a huir de París a Nueva York junto con sus padres, quienes años antes de su nacimiento habían abandonado Viena. Episodio que lo volvería un sobreviviente y, al mismo tiempo, le otorgaría ese estatus de políglota y de autor extraterritorial —retomando el título de su conocido conjunto de ensayos— sin lengua materna. Un hombre sin patria precisa porque “[…] somos los invitados de la vida. Y tenemos que aprender a ser buenos invitados. Y, como judío, tener siempre la maleta preparada y si hay que partir, partir. Y no quejarse”, como afirmó en una entrevista a El País en 2016. Frases que suenan a un funesto vaticinio o una perentoria despedida anticipada, si se releen ahora. Pero confirman, como también bien apuntaba Steiner, que no se puede prever nada y el vistazo al pasado es lo que nos cuenta las historias sobre el futuro.

Por ello, cuando sus lectores nos hagamos alarmados la pregunta: ¿qué hay después de Steiner?, tendremos la certeza de que en él hay una indiscutible infinitud. Porque, si bien, en otra entrevista dijo, con una humildad extraordinaria, que se reprochaba no haber comprendido algunos fenómenos esenciales de la modernidad o que estaba consciente de que ciertos ensayos los pudo haber escrito mejor, sus textos, ávidos de nuevas lecturas, insertados en un tiempo específico y con una estructura diacrónica, constituirán un acto de interpretación y nos llevarán a restaurar lo vivo de sus intenciones. Y si esta idea tampoco nos reconforta, tal vez una más concreta lo haga: la ya anunciada salida a la luz, en 2050, de los cientos de cartas autobiográficas que Steiner intercambió por treinta y seis años con una, hasta ahora, desconocida interlocutora y que se resguardan en los archivos del Churchill College de Cambridge.+