Cuento Inédito: "El dominó"

Mi papá es un brujo del mar.

De lunes a sábado nada con tiburones y ballenas y jamás de los jamases le han tocado ni un solo pelo. Siempre que sale en su lancha, La Queta, hacia el Atlántico, me late muy fuerte el corazón porque pienso que, un día de éstos, papá se meterá en la boca de un tiburón y no regresará a nuestra palapa. Si eso pasara, mamá se pondría muy, muy triste y yo también.

Cuando papá y La Queta se van del muelle, yo corro y corro por toda la barra de arena de nuestra isla, la isla del Hoyo Negro, hasta que papá me dice adiós agitando la mano y, como por arte de magia, La Queta se hace un puntitito en medio del mar y a mí se me doblan las rodillas como a los flamencos. A ellos tampoco les gusta mucho la idea de que papá se vaya tan lejos así que salen volando juntos a perseguirlo y encienden una flecha rosada que parte en dos el cielo.

Mientras platico con las garzas blancas y juego en la laguna, espero a papá hasta que da la hora de la comida y papá regresa molido y con un hambre de lobo porque siempre se va sin desayunar más que una manzana amarilla. Yo creo que es para que los tiburones no huelan lo que lleva en la tripa, no sea que se les antoje y se lo coman de un solo bocado.

Los domingos mi abue Ikal y yo jugamos dominó y mi mamá teje redes de pesca. Papá descansa. El abue siempre me gana. Yo creo que es porque le sale la mula de seises a cada rato y yo no son tan buena para las matemáticas.

Mi abue dice que papá sacó lo valiente de él porque cuando era joven atrapaba peces espada, solito, sin ayuda de nadie, hasta que uno de esos peces, en la reñida batalla, le incrustó su espadón y casi le da el patatús. Tiene una cicatriz en la panza, que parece una rayotota, en lugar de ombligo.

Como ya está viejito, solamente pesca pulpos mayas con su lancha La Chiquita, así le decía a mi abuelita que medía lo mismo que yo: un metro y medio. Esos pulpos son rojos y tienen cuatro ojos. Mi abue los pesca con seis cordeles usando de carnada un cangrejo ocol y los mata de un mordisco.

No sé cómo le hace porque está rechimuelo, como yo.

Mañana es mi cumpleaños. Cumpliré nueve añotes. Mi mamá, conocida por todos como Itzanami, que en maya quiere decir “La novia del brujo de agua”, me va a hacer lechón al horno y me dio permiso de ir con papá y La Queta a pasear por el mar. Antes, el mar me daba mucho, mucho miedo porque de chiquitita creía que si me echaba un clavado, me iba a romper la crisma contra el suelo azuloso hasta que, un día que los méndigos mosquitos me distrajeron, me caí del muelle y el mar me abrazó tiernamente. Desde entonces, el mar y yo somos amigos. Papá me despierta y, al tallarme los ojos para sacarme las chinguiñas, me doy cuenta de que el sol sigue en el quinto sueño. Él no madruga como nosotros. Es injusto pero entiendo al sol, debe ser muy cómodo dormir en un colchón de nubes y ni ganas le han de dar de pararse a hacernos compañía. Mamá sigue sus pasos y está dormida como una tabla.

El abue ronca.

Yo como una manzana amarilla porque no quiero que me coman los tiburones. Papá, medio dormido, se acerca con una linterna y me dice que me llevará a conocer el pez más grande del mundo. Dice que es una ballena y un tiburón al mismo tiempo. Es un animal de ésos que él explica con un sí y no o un no y sí. Le dije que no tenía miedo. Estoy diciendo una mentira y de las grandes porque nadar con un pecezote suena muy peligroso. En el fondo, preferiría que papá me llevara a ver desovar a las tortugas: la carey, la blanca y la caguama. Y no tendría que irme a la cama a las diez como manda mamá, sino que me podría desvelar todita la noche viendo a las tortugas hacer vasijas de arena, poner un montón de huevos y esconderlos en la playa. Las cacerolitas de mar, que son unos fósiles vivientes, custodian los huevos y yo los ayudo.

A veces, hasta me peleo con los cangrejos ermitaños para que no se coman los huevos y siempre me pican los dedos de los pies. Me gustan mucho las tortugas carey: tiene un pico como de halcón y nadan por el fondo del mar usando sus aletas como si fueran alas. Además, comen y comen esponjas de mar sin que les pase nada.

A la mejor, ellas también saben de magia como papá.

La Queta no para de saltar y saltar la cuerda con el mar. Espero que el mar no se enoje y, en una de ésas, nos tumbe. No sé qué haríamos, dicen que te puedes congelar porque el mar adentro es frío, frío. Volteo a ver a papá y lo noto muy tranquilo. Me sonríe. Meto una de las manos al mar y está tibiecito como la leche que me da mamá antes de acostarme. Creo que no hay de qué preocuparme, además vengo con papá y él se las sabe de todas. Veo a una familia de delfines saltar también la cuerda con el mar y me sonríen. Papá me dijo una vez que la nariz que tienen en la cholla se llama espiráculo y que las mamás delfines silban canciones de cuna a los delfines bebés.

La Queta se detiene lentamente. Papá me toma de la mano y me acerca al borde resbaloso de La Queta. Yo no veo muy bien, pero noto que mi papá está enlelado con unas manchotas color blanco que decoran el mar y después se hunden. Estoy segura de que papá las hace aparecer y desaparecer con la mente. Papá me ajusta el chaleco salvavidas, me pone unas aletas de plástico verde fosforescente y unos lentezotes que me cubren casi todo el rostro. Papá hace lo mismo y los dos somos submarinos humanos. Tomo su mano muy, muy fuerte y me dice que a la de tres saltemos. Uno, dos y el mar nos recibe y papá me jala hacia El Dominó. Pataleo lo más rápido que puedo y veo que tiene la panza completamente blanca y el cuerpo gris, con motas por todos lados.

El Dominó es parecido a una mula de seises, como las que saca el abue cuando jugamos, pero a la enésima potencia porque mide metros y metros. Su cola mide más que papá y yo juntos. ¡Es un pecezote! Bebe agua como un loco. Lo quiero tocar, pero papá me quita la mano.

El Dominó nada con nosotros hasta que se nos esfuma.

Karen Villeda (1985) A la fecha, ha publicado un libro para niños, Cuadrado de Cabeza (Edebé, 2015) y cuatro poemarios: Dodo (Conaculta, 2013), Constantinopla (Posdata Ediciones, 2013), Babia (unam, 2011) y Tesauro (Conaculta, 2010). Es Escritora Residente Honoraria del Programa Internacional de Escritura de la Universidad de Iowa. Ha merecido, entre otros reconocimientos, el Premio Bellas Artes de Cuento Infantil “Juan de la Cabada” 2014 y el Premio Nacional de Poesía Joven “Elías Nandino” 2013. Página web: www.poetronica.net

MasCultura 28-jun-16