Normalmente pensamos que una biografía se trata sobre hechos, experiencias, acontecimientos, vidas, sobre personas extraordinarias. Creemos que dichos libros nos deben devolver la imagen inspiradora de un ser humano que se sobrepuso a los fracasos, pérdidas e injusticias, esperando un mensaje alentador que resuelva los males, como película de acción o guion de Hollywood.
Hay cientos de libros de este tipo, historias de personajes, hombres y mujeres, que empezaron vendiendo algo de puerta en puerta o en la esquina de sus casas y terminaron convirtiéndose en empresarios poderosos, quienes intentan seguir vendiendo sus narrativas en conferencias por tantos dólares la entrada. En lo personal, no me agradan dichos libros, pero tampoco soy quién para ponerme juzgar la forma en que otros buscan respuestas y mensajes. Cualquier lectura es válida, siempre y cuando te haga pensar o reflexionar, siempre y cuando lo apliques en ti.
Y hablando de búsquedas, es maravilloso cuando llegas a tu librería preferida (en mi caso es obvio adivinarlo), te rodeas de aquel aroma a papel, a imprenta, pasas tus manos por los tomos, los volteas, te acercas a los estantes: novedades, clásicos, latinoamericanos, literatura universal, recomendaciones, etc. Y entre tantos tamaños, colores, nombres y apellidos, te encuentras por ahí a un conocido. En mi caso, aquél sábado por la tarde, fue uno de mis favoritos: Paul Auster.
Había leído ya varias de sus novelas, pero nunca alguna de sus autobiografías. Qué mejor manera de conocer a uno de tus preferidos: esperando encontrar el misterio detrás del escritor, intentando descifrar su misticismo, sus referencias, la creación de sus personajes, que te devuelva aquel porvenir alentador, para continuar escribiendo, aprovechando la tristeza, la tragedia, los corazones rotos, la muerte, la enfermedad, y todos sus contrarios. Queremos que uno de nuestros héroes nos enseñe cómo salir victoriosos. Así que, compré su Diario de invierno (Anagrama), y me puse a escuchar la pluma de Auster, mientras yo, en pleno verano, me encontraba en la misma temporada, llamémosle: Invierno Interno.
A veces uno se pregunta: ¿Por qué a mí? ¿Por qué yo? ¿Por qué existen las injusticias o la mala fortuna? ¿Por qué unos sí y otro no? Olvidando la simplicidad de la vida, y qué mejor que un hombre de 64 años, te confiese la verdad: “cada vida está marcada por una serie de accidentes fallidos”. Consecuencias, vertientes de decisiones, buenas o malas, el sinsentido de la fortuna o la tragedia. Algo que, simplemente, es difícil de explicar y simplemente pasa.
No se trata de merecer o desmerecer, simplemente es. A lo largo de sus 200 páginas leí la vida de una persona que puede considerarse normal: el paso por su niñez, la adolescencia, los primeros amores, la angustia de nuevas experiencias, la soledad, el matrimonio, los apartamentos habitados, las habitaciones ocupadas y abandonadas, el divorcio de sus padres, la muerte, el matrimonio, un trabajo mal pagado, el hambre, los conflictos vecinales, su propio divorcio, la muerte de sus padres, reencontrar el amor, volver a empezar, seguir escribiendo, sorprenderse, resistir, continuar viviendo, y llegar a 2018, a los 71 años, “evadiendo una serie de posibles muertes absurdas y sin sentido, la enfermedad. Todo en el curso de lo que cabría denominar una vida normal”.
La vida simplemente es, con sus desaciertos y coincidencias, con la desazón y gracia, salud y enfermedad; cada día millones mueren y millones nacen, con nuestra resignación y angustia, con nuestro insomnio y apatía, con la calma y dicha, la felicidad, el placer y el terror con su desgracia. ¿Cómo podemos explicárnoslo? ¿La rueda del dharma y el kharma? ¿La ética y la moral? ¿Los demonios entre la humanidad? ¿El repetir nuestra historia? ¿La energía universal? ¿El sí merezco abundancia? Unos más y otros menos. ¿El equilibrio del Universo?
Creo que aún estoy joven para tener todas aquellas respuestas. Sin embargo, encontré el diario de alguien tan normal, y afortunado, que me puede mostrar parte de las respuestas a todas esas preguntas. Alguien que ha vivido lo suficiente. Y para alguien que se considera escritor, que vive, y relata historias, es muy importante. ¿Cuál es el misterio detrás de todas aquellas historias? Como diría Georges Simenon: “no hay tal misterio, no hay tal misticismo”. La clave es continuar viviendo.
Así que, de cualquier manera, considerémonos afortunados de seguir existiendo, de poder escribir esto, de poder leerlo. Y de continuar compartiendo con las personas importantes, de poder verlos, hablarles, abrazarlos. De poder levantarnos cada día para llegar al trabajo, de poder escu- char un álbum nuevo, de ver la última temporada de tu serie favorita, de volver a comer la comida de otoño. De volver a empezar un día nuevo, de poder llegar otra vez al invierno.
Este texto fue escrito por Christian L. Volkmar y publicado en Revista Lee+ número 113. Su formato físico está disponible en todas las Librerías Gandhi de Mexico y la versión digital, la pueden disfrutar aquí: