Columna: "Sugerencias para deshacer un nudo (y provocar otros)"

El cabello es más que una mera extensión del cuerpo, es una seña de identidad y también una herramienta para comunicarnos con el mundo y con nosotros mismos: los nudos, bucles y lacios en el cabello —y en la vida cotidiana— rara vez son fruto de la casualidad. Para muestra unos ejemplos:

Las tres peinadoras (Ale Barba, SM) cuenta la historia de un trío de artistas del cabello que tenían un pequeño salón en medio de dos reinos, el Reino Rojo y el Reino Azul. Conocidas por enchinar, alaciar y hacer peinados de uno, dos y hasta tres pisos, se habían ganado la reputación de que nadie igualaba sus creaciones. Y justo eso último las puso en el peor de los aprietos un día en que el Rey Rojo y el Rey Azul solicitaron casi al mismo tiempo sus servicios, para ostentar el mejor peinado durante el banquete de celebración al que ambos acudirían. Si su deseo no era cumplido, advirtieron ambos monarcas, darían la orden de cerrar el salón y decapitar a las peinadoras. Vaya lío en el que se hallaban las tres artistas; resolverlo parecía imposible. O casi. A problemas caprichosos, soluciones caprichosas. Touché!, Ale Barba.

Refunfuña (Stéphane Servant/Anne Montel, CIDCLI) es gris, gruñón y peludo como tú, como yo y como cualquiera que de forma repentina se pone de tan mal humor que hasta los cabellos se le alebrestan. El mal humor siempre sabe por dónde entrar a los hogares, la pregunta es: ¿por qué nadie nunca le dice nada? Peor aún, ya que se acomodó a sus anchas en el sillón, de frente a la tele, en la mesa del comedor o en tu cama, ¿cómo diablos lo sacas de ahí? El relato es divertidísimo y las fabulosas ilustraciones duplican la producción de carcajadas. Sin duda es uno de los mejores usos que le han dado al cabello en un libro ilustrado. Qué maravilla cuando alguien consigue representar lo invisible.

¿Y si la ciudad y el bosque fueran como dos historias que suceden a la par y en una de ellas se extraviara una niña de cabellos color oro y en la otra una familia de osos saliera a dar un paseo por el parque mientras su desayuno se enfría, y la niña de los cabellos color oro se refugiara del mal tiempo en casa de Los tres osos (Anthony Browne, FCE) en busca de calor y comida, mientras que los osos divagan, dialogan y resuelven asuntos mundanos, acaso en el momento de entrecruzarse sus caminos encontraríamos diferencias significativas entre las personas y los osos, o es que en el juego nada es como nos han dicho que es y todo se vale?

El cabello de Casandra es algo más que una masa de pelo oscuro y rizos revueltos imposible de ordenar: ¿cómo le haces para peinar la historia de tu vida? El cabello de Casandra nos cuenta que ella es la niña nueva de la escuela; que ahora vive en la ciudad pero creció en la playa. Que en la ciudad los juegos son distintos y eso se le nota a los niños en el cabello. Que a veces los recuerdos suenan a vivencias inverosímiles, que si eres la niña nueva del salón y aseguras que Las sirenas no tienen el pelo lacio (Jennifer Boni, Castillo), nadie te lo creerá del todo a menos que lo vean con sus propios ojos.

¿Qué hacen una niña, su hermano mayor y sus papás, sentados en una sala de sillones abultados y lámparas de luz potente que no se parece nada a la sala de su casa? ¿Quiénes son esas personas que contestan el teléfono y atraviesan el cuarto?, ¿por qué visten esos uniformes lisos? Espera, ¿quién es el Monstruo peludo (Magdalena Helguera/Luis San Vicente, Tres abejas) que lleva puesta una sábana como de fantasma; por qué se acerca a la niña, le mira la garganta con sus cuatro ojos grandes y ni su papá, su mamá o su hermano mayor dicen algo para impedirlo?

El cabello también hace de las suyas cuando se ausenta de la cabeza de algún personaje. Si bien algunos sombreros se contentan con posarse sobre una cabellera esponjosa y tibia para dormir la siesta todo el día, otros más intrépidos se pasean por los aires deseosos de aventuras, como aquel valiente y elegante sombrero de copa que un día divisó a lo lejos la cabeza calva de Benito Bodoglio y le cayó encima sin aviso. Del puro susto, El sombrero (Tomi Ungerer, Santillana) hizo a Benito gritar: “¡No disparen, me rindo!”. Qué se iba a imaginar ese viejo soldado con una pata de palo, que un sombrero tan distinguido llegaría de súbito a su cabeza para cambiarle la vida con sus hazañas.

Por: Karen Chacek

MasCultura 12-abr-16