José Luis Trueba y John Lear conversan sobre el proletariado
Martes 3 de septiembre de 2019
José Luis Trueba Lara
El título del libro de John Lear es una tentación irresistible: Imaginar el proletariado obliga a pensar que, en algún momento de la historia, los obreros de carne y hueso fueron irremediablemente suplantados por los sueños y las ideología que quedaron marcadas en las paredes y los lienzos o en las obras gráficas. Tal vez por esto, cuando los miramos, ya no podemos verlos, pues sólo somos capaces de observar los imaginarios que se crearon sobre ellos. Justo por eso, la primera pregunta es obligada:
—Si en México existen los indígenas reales y los indígenas imaginados que siempre nos llenan de orgullo, ¿pasa lo mismo con el proletariado?
—En mi libro anterior —me responde John Lear—, que está dedicado a los trabajadores durante la Revolución, traté de recuperar sus vidas, sus voces, sus historias; quería comprenderlos como un joven historiador que utilizaba todos los datos y las teorías que tenía a mi alcance. Sin embargo, pronto me di cuenta de que ese libro no hablaba sobre los obreros reales, sino sobre la manera como fueron “inventados” por los líderes sindicales, por las élites políticas y por los artistas. Efectivamente, desde el Porfiriato y durante la Revolución, ellos descubrieron al obrero como sujeto, como tema. Por esta razón existe una cierta brecha entre los obreros reales y los que ellos se imaginaban desde sus posiciones ideológicas; así pues, los obreros imaginados —entre otros factores— son resultado del sindicalismo, de las ideas del Partido Comunista y, por supuesto, del nacionalismo revolucionario de los años veinte y treinta del siglo pasado.
—Parecería entonces que la invención de los proletarios es una continuidad que arranca en el Porfiriato y, al mismo tiempo, también es una ruptura provocada por las ideas de los nacionalistas revolucionarios, de los sindicalistas y los integrantes del Partido Comunista. Ellos son una creación de las élites, pero… ¿estos obreros se inventaron para crear una nueva nación o para que el poder tuviera un interlocutor y creara un consenso para sus proyectos?
John Lear lo piensa poco:
—Es muy importante mostrar que no todo comenzó con la Revolución —afirma con certeza—, desde el Porfiriato ya queda claro el papel que desempeñaban y podían desempeñar los obreros: las huelgas, los intentos de crear organizaciones, las discusiones de los anarquistas y la presencia de los aliados al régimen son algunas de las marcas de su presencia y sus acciones. Incluso, en la Academia de San Carlos también se comienza a hablar sobre otra manera de crear y comprender el arte, de una manera distinta de representar a la nación. Saturnino Herrán, por ejemplo, deliberadamente transforma a los trabajadores en personajes fundamentales de algunos de sus cuadros: ellos son los constructores de la nación, uno de los engranajes del proyecto porfiriano, a pesar de que a ratos su apariencia parece muy europea. Este discurso fue el que escucharon y aprendieron Diego Rivera y José Clemente Orozco cuando eran estudiantes.
”Pero también hay otro discurso, uno que no dependía de las ideas de San Carlos ni de las ideas de las élite porfiristas, el de José Guadalupe Posada, el que se crea en las calles y en la prensa de a centavo y en las hojas volantes. La visión de Posada es muy completa: ella no sólo refleja a una buena parte de la sociedad y se burla de las élites, pues también tiene empatía con los pobres y, por supuesto, tiene una mirada sobre la clase obrera… Él entiende su explotación, sus condiciones de vida y le otorga un protagonismo distinto del que tiene en la obra de Saturnino Herrán. Su lenguaje también es diferente, no es el de la academia, tampoco es el de Europa. Aunque, por supuesto, tiene sus límites: él denuncia la explotación, pero no apoya las huelgas y mucho menos a una revolución.
—Pero la Revolución llega y, después de las matazones, los grandes caudillos se bajan del caballo para volverse gobierno. Obregón triunfa y posiblemente está obligado a inventar un país, a mostrar que las desgracias de la Revolución sí sirvieron para algo, que el nacionalismo revolucionario sería capaz de llevar al pueblo al Paraíso. Y, tal vez por esto, las miradas de Herrán y Posada terminan uniéndose en los murales, en las obras de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios, en las obras que nacen al calor del nacionalismo revolucionario, las vanguardias y las creencias de la izquierda.
—Las ideas de la justicia y del Paraíso están a debate en esos momentos, cada grupo político está inventando o imaginando su Paraíso. Incluso, es posible afirmar que existen grandes contradicciones entre esos grupos: el gobierno, por ejemplo, está proponiendo una incorporación que no es tan diferente de la que estaba en boga a finales del Porfiriato. En efecto, el grupo de Obregón ganó, pero para mantenerse en el poder tenían que incorporar a los grupos más profundos que los porfirianos ni siquiera podían imaginar, y que Venustiano Carranza sólo podía soñar como una pesadilla. Entonces, la pregunta cambia por completo: los obregonistas se cuestionan en qué términos van a participar estos grupos y, por lo menos desde mi perspectiva, esa era una pregunta abierta en los años veinte. Nada estaba completamente decidido, nada era exactamente como lo querían los sonorenses y tampoco nada era como lo querían exactamente las élites intelectuales, las élites culturales, las élites sindicales o como lo querían los diferentes grupos de obreros. Debido a todo esto, en Imaginar al proletariado trato de mostrar y comprender como interactúan estos grupos y proyectos; y, por supuesto, siempre hay una contradicción entre lo que quieren lograr y lo que terminan aceptando.
—Pareciera que, tras el triunfo de los sonorenses y la creación de alianzas y consensos, el asunto de la toma del poder por parte de los proletarios y los artistas revolucionarios queda pospuesto. Ellos, posiblemente, terminan perdiendo algunas de sus capacidades políticas y levantíscas para lograr y consolidar su alianza con los revolucionarios.
—La toma del poder era compleja: lo tomaron algunos generales, en algunos momentos también lo tomaron los zapatistas en sus regiones y en sus términos… pero la clase obrera jamás lo logró, ni siquiera durante la Revolución. A pesar de esto, los proletarios también tenían una idea del Paraíso, pero para alcanzarlo no necesitaban tomar el poder. La izquierda es otra cosa: tiene sus sueños y, al mismo tiempo, tiene las instrucciones de la Internacional Comunista y la Unión Soviética.
”En este mundo de tomas de poder, de sueños de Paraíso y de proyectos de izquierda, las grandes excluidas fueron las mujeres. Ellas apenas eran notorias en el campo del arte y algo muy parecido ocurría en los otros”.
—Y los artistas, ¿qué soñaban?, ¿cuál era el Paraíso que imaginaban?
—Ellos soñaban sus ideales mientras vivían la tensión que existía entre el gobierno y el Partido Comunista. A veces, los dos coincidían en sus proyectos, pero también se distanciaban en otras ocasiones. Incluso, ellos también soñaban los sueños que algunos de los líderes sindicales tenían sobre la clase obrera. Así pues, los artistas a veces apoyan las políticas del gobierno, como ocurrió en los murales del Palacio Nacional que pintó Diego Rivera; pero también hay lugares y momentos —como sucedía en El Machete o en los grabados en los que no tenía tanta injerencia el gobierno— en los que se muestran visiones mucho más radicales, más desafiantes, no solo ante el cardenismo, sino también ante el Partido Comunista que se mostraba como un aliado del presidente. Incluso la posición troskista asumida por Rivera contribuyó a airear las discusiones.
”Yo creo que hablar de derrota y dependencia de los artistas hacia el gobierno no es tan equivocado, pero también existe un complicado proceso de negociaciones, de acuerdos y desacuerdos que les daban cierta autonomía. Casos como el de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios que se alió con el cardenismo y que sucumbió cuando este nexo se rompió, son un ejemplo de lo primero; pero también existen muchísimos de su autonomía”. +