Toni Morrison: “La bondad: el altruismo y la imaginación literaria”

Toni Morrison: “La bondad: el altruismo y la imaginación literaria”

Cómo han tratado los escritores los conceptos del bien y el mal en los últimos siglos.

 

Toni Morrison* (1931-2019)

Una mañana de octubre de 2006, un joven hizo retroceder su camioneta en el camino de entrada de una escuela de una sola habitación. Entró en la escuela y después de ordenarles a los alumnos, a la maestra y a algunos otros adultos que salieran, formó a 10 niñas, de entre 9 y 13 años, y les disparó. El horror sin sentido de ese ataque generó una cobertura noticiosa intensa y sostenida y, más tarde, libros y películas. Aunque hubo otros dos tiroteos en escuelas sólo unos días antes, lo que hizo que esta masacre fuera especialmente notable fue que su escenario era una comunidad amish, notoriamente pacífica y, por tanto, el lugar más improbable para semejante violencia.

* Conferencia magistral dictada por Toni Morrison en la Harvard Divinity School el 6 de diciembre de 2012.

Antes de que se agotara el seguimiento de la matanza por la prensa, apareció otra línea narrativa, una que fue considerada extraña y en cierta forma tan impactante como el crimen: la comunidad amish perdonó al asesino, se negó a procurar justicia, exigir venganza o incluso procesarlo en juicio. Visitaron y consolaron a la viuda y los hijos del agresor (quienes no eran amish), del mismo modo en que se ocuparon de los familiares de las niñas asesinadas. Se dieron varias explicaciones de su comportamiento: su aversión histórica a matar a alguien por el motivo que fuera y sus convicciones separatistas. Más aún, la comunidad amish dijo muy poco o nada a la investigación externa, excepto que juzgar era el papel de Dios, no el suyo. Uno de ellos incluso advirtió: “No pienses mal de este hombre”. No dieron conferencias de prensa y no se sometieron a entrevistas televisivas. En silencio, enterraron a las niñas muertas y asistieron al funeral del asesino. Entonces derribaron por completo su escuela y construyeron una nueva.

Su silencio después de la masacre, junto a su profunda preocupación por la familia del asesino, me pareció en ese momento un rasgo característico de la verdadera bondad. Y me fascinó el término, así como su definición.

Los pensadores, de los cuales ninguno estaba tan desinformado como yo, han analizado durante mucho tiempo lo que constituye la bondad, qué es lo bueno y cuáles son sus orígenes. Me abromaron las innumerables teorías que leí y, para reducir mi confusión, pensé que debería investigar el término altruismo. Rápidamente me encontré en un viaje frustrante pletórico de definiciones y contradefiniciones. Comencé por pensar en el altruismo como una interpretación más o menos fiel a su raíz latina: alter (el otro): “compasión desinteresada por el otro”. Esa ruta no era simplemente estrecha; condujo a un pantano de interpretaciones, análisis y dudas. Algunos de estos argumentos plantearon explicaciones totalmente diferentes: (1) El altruismo no es un acto instintivo de desinterés, sino que se enseña y se aprende. (2) El altruismo en realidad podría ser narcisismo, un engrandecimiento del ego, incluso un trastorno mental que se manifiesta en un deseo desesperado de pensar que se es bueno a fin de borrar o disminuir el odio hacia uno mismo. (3) Algunas de las teorías más estimulantes provienen de estudios que investigan el ADN buscando evidencia de un gen incrustado que se activa automáticamente para permitir el sacrificio de uno mismo en beneficio de los demás; una especie de hermano de la “supervivencia del más apto” de Darwin. Los ejemplos de confirmación o contradicción de la teoría darwiniana provienen principalmente del mundo de los animales e insectos: las ardillas atraen deliberadamente depredadores para advertir a las otras ardillas. Los pájaros también lo hacen, así como las hormigas, abejas, murciélagos, todos al servicio de la colonia, el colectivo, el enjambre. Tal comportamiento es muy común entre los humanos. Pero la pregunta que se plantea parece ser si ese sacrificio por los parientes o la comunidad es innato, integrado, por así decirlo, en nuestros genes, así como la conquista individual de los demás se considera un impulso instintivo natural que sirve a la evolución. ¿Existe un gen “bueno” junto con un gen “egoísta”? La pregunta adicional para mí fue la competencia entre el gen y la mente.

Confieso que no podía, y estaba mal equipada para comprender gran parte de los estudios sobre el altruismo, pero aprendí algo sobre su peso, su urgencia y su relevancia e irrelevancia en el pensamiento contemporáneo.

Teniendo en mi mente a los amish, me preguntaba por qué la narración de ese evento, en la prensa y los medios visuales, rápidamente ignoró al agresor y a las niñas asesinadas, y comenzó a centrarse casi exclusivamente en la conmoción generada por el perdón. Como señalé antes, los tiroteos masivos en las escuelas eran quizás demasiado comunes: Hubo dos tiroteos en otros lugares en esos mismos días, pero que la comunidad amish no clamara por justicia, venganza o retribución, ni siquiera para juzgar al asesino fue la historia más vendida. La sorpresa fue que los padres de las niñas muertas se esforzaron por consolar a la viuda, su familia e sus hijos del asesino, recaudaron fondos para ellos, y no para sí mismos. De la respuesta de la comunidad victimizada ante ese ejemplo casi clásico del mal, además de su negativa a acusarlo ante la ley, el elemento más extraordinario fue su silencio. Fue ese silencio (su negativa a ser tratados como personas de importancia, a ser televisados) lo que me hizo pensar de una nueva forma sobre la bondad.

Por supuesto, pensar en la bondad implica, de hecho requiere, una visión de su opuesto.

Nunca me ha interesado ni impresionado el mal en sí mismo, pero me sorprende lo atractivo que es para los demás, la atención prestada a cada uno de sus susurros y gritos. No niego su existencia ni sus estragos, ni sugiero que el mal no exija confrontación, sino simplemente me pregunto por qué es tan venerado, especialmente en la literatura. ¿Es su teatralidad, su vestuario, los chorros de sangre, la satisfacción emocional que viene con su investigación más que con su colapso? (La historia perfecta de detectives, el paradigma del misterio de un crimen). Tal vez es cómo baila, la música que inspira, su vestimenta, su desnudez, su disfraz sexual, su aullido apasionado y su peligro. La fórmula en la que reina el mal es “malo contra bueno”, pero el juego está amañado, porque la bondad en la literatura contemporánea parece ser igual a debilidad, así de lamentable (una niña corriendo asustada e indefensa por el bosque mientras el villano perseguidor recibe más nuestra atención que su salvador).

El mal tiene una audiencia taquillera; se oculta a la bondad detrás del escenario. El mal tiene un discurso vívido; la bondad se muerde la lengua. Es Billy Budd, quien no puede más que tartamudear. Es Michael K de Coetzee, con una punta de aguja que limita tanto su discurso que la comunicación con él es prácticamente imposible. Es Bartleby de Melville, que limita el lenguaje a la repetición. Es el Benji de Faulkner: un idiota.

En vez de hurgar en el lenguaje exquisito y persuasivo de las religiones —todas las cuales imploran a los creyentes que clasifiquen la bondad como el logro humano más elevado y sagrado, y muchas de las cuales identifican a sus santos e iconos de adoración como ejemplos de altruismo puro—, decidí concentrarme en el papel que juega la bondad en la literatura, usando como prueba mi propia línea de trabajo: la ficción.

En las novelas del siglo XIX, independientemente de qué actos de maldad o cruel indiferencia controlaran la trama, el final casi siempre era el triunfo de la bondad. Dickens, Hardy y Austen, incluso Dostoievsky, dejaron a sus lectores con un sentimiento de haber sido restaurado el orden y triunfado la virtud. Nótese que Svidrigáilov, en Crimen y castigo, agotado por su propio mal y el lenguaje que lo ilustra, se aburre tanto por sus actos terminales de caridad que se suicida. No puede vivir sin el lenguaje del mal, ni en el silencio de las buenas obras. Hay famosas excepciones a lo que podría llamarse una fórmula del siglo XIX invertida en identificar claramente quién o qué es bueno. Obviamente, Don Quijote y Cándido se burlan de la búsqueda de la bondad pura. Otras excepciones a esa fórmula siguen siendo rompecabezas en la crítica literaria: Billy Budd, marinero y Moby Dick de Melville, que admiten múltiples interpretaciones sobre el rango, el poder y el significado que se da a la bondad en estos textos.

La consecuencia de la inocencia de Billy Budd es la ejecución. ¿Es bueno Ismael? ¿Acab es una plantilla para la bondad, que lucha contra el mal hasta la muerte? ¿O es una fuerza vengativa y herida superada por la naturaleza indiferente, que no es ni buena ni mala? La inocencia representada por el Pip que conocemos pronto es abandonada, tragada por el mar sin un murmullo. En general, sin embargo, en la literatura del siglo XIX, cualesquiera que sean las fuerzas de la malicia que enfrenta el protagonista, la redención y el triunfo de la virtud fueron su recompensa. La consecuencia de la inocencia de Billy Budd es la ejecución. ¿Es bueno Ismael? ¿Acab es una plantilla para la bondad, luchando contra el mal hasta la muerte? ¿O es una fuerza vengativa y herida superada por la naturaleza indiferente, que no es ni buena ni mala? La inocencia representada por Pip que conocemos pronto es abandonada, tragada por el mar sin un murmullo.

En general, sin embargo, en la literatura del siglo XIX, cualesquiera que sean las fuerzas de la malicia que enfrenta el protagonista, la redención y el triunfo de la virtud fue su recompensa. La consecuencia de la inocencia de Billy Budd es la ejecución. ¿Es bueno Ismael? ¿Acab es una plantilla para la bondad, luchando contra el mal hasta la muerte? ¿O es una fuerza vengativa y herida superada por la naturaleza indiferente, que no es ni buena ni mala? La inocencia representada por Pip que conocemos pronto es abandonada, tragada por el mar sin un murmullo. En general, sin embargo, en la literatura del siglo XIX, cualesquiera que sean las fuerzas de la malicia que enfrenta el protagonista, la redención y el triunfo de la virtud fue su recompensa.

Los novelistas del siglo XX no estaban impresionados. El alejamiento de un final feliz y de la consagración del bien sobre el mal fue rápido y crudo después de la Primera Guerra Mundial. Esa catástrofe fue demasiado grande y profunda para ignorarla o distorsionarla con un gesto simplista de bondad. Muchos de los primeros novelistas modernos, especialmente los estadounidenses, se concentraron en las consecuencias irremediables de la guerra: el daño causado a sus soldados, a la sociedad, a la sensibilidad humana. En esos textos, los actos de bondad pura, cuando no son de plano cómicos, se tratan con ironía en el mejor de los casos o se aderezan con sospecha e inutilidad en el peor de los casos. Uno piensa en Una fábula de Faulkner y en las críticas mixtas que recibió, la mayoría de las cuales despreciaban el armisticio deliberado entre soldados en una guerra de trincheras entre ellos, impulsados ​​por un personaje similar a Cristo. El término “héroe” parece estar limitado en estos días a los muertos sacrificados: los primeros en responder corriendo hacia edificios ardientes, compañeros arrojándose sobre granadas para salvar la vida de otros, rescatando a los ahogados y a los heridos. El personaje de Faulkner nunca será alabado como héroe.

El mal toma la plataforma intelectual y su energía; exige exámenes cuidadosos de sus consecuencias, sus técnicas, sus motivos, sus éxitos, aunque sean de corta duración o temporales. La pena, la melancolía, las oportunidades perdidas de felicidad personal a menudo parecen ser el concepto del mal en la literatura contemporánea. Acapara el escenario. La bondad se sienta entre el público y mira, en caso de que tenga una entrada para el espectáculo. Un ejemplo muy convincente de esta obsesión con el mal es el El cementerio de Praga de Umberto Eco. Con todo lo brillante que es, nunca he leído una fascinación más profundamente perturbadora por la naturaleza del mal; inquietante precisamente porque es tratada como una inteligencia emocionante que desprecia la monotonía y la estupidez de las buenas intenciones.

La literatura contemporánea no está interesada en la bondad a gran escala, y ni siquiera limitada. Cuando aparece, es con una nota de disculpa en la mano y tiene problemas para pronunciar su nombre. Por cada Matar un ruiseñor, hay una Sangre sabia o Un hombre bueno es difícil de encontrar, de Flannery O’Connor, que golpea la bondad con un hacha literaria bien afilada. Muchos de los pesos pesados ​​de finales del siglo XX y principios del XXI (Philip Roth, Norman Mailer, Saul Bellow…) son maestros en exponer la fragilidad, la inutilidad y la comedia de la bondad.

Pensé que sería interesante, y posiblemente didáctico, examinar mi tesis sobre la vida y la muerte de la bondad en la literatura usando mi propio trabajo. Quería medir y aclarar mi comprensión empleando las definiciones de altruismo que obtuve de mi intento de investigación. Para este fin, seleccioné tres:

  1. La bondad enseñada y aprendida (un hábito de ayudar a extraños o correr riesgos en favor de ellos).
  2. La bondad como una forma de narcisismo, engrandecimiento del ego o incluso un trastorno mental.
  3. La bondad como instinto, como resultado de la genética (proteger a los congéneres o al grupo).

Un ejemplo de la primera: un hábito aprendido de la bondad se puede encontrar en Una bendición. Un sacerdote enseña a las esclavas a leer y escribir, poniéndose en peligro. Para que esto no se entienda como simple amabilidad, aquí hay una muestra de los castigos impuestos a las personas blancas que se arriesgaban a promover la alfabetización entre las personas negras: “Cualquier persona blanca que se reúna con esclavos o negros libres con el fin de instruirlos para leer o escribir, o asociarse con ellos, en cualquier asamblea ilegal, será encerrado en la cárcel no más de seis meses y multado con no más de $100.00”. Este texto apareció en la ley penal del estado de Virginia hasta 1848.

Ejemplos de la tercera: la protección instintiva de los congéneres y familiares es el representante más común de la bondad, y reconozco varias áreas de falla para articular tales ejemplos. Desde dejar deliberadamente que el tren pase sobre una pierna para obtener el dinero del seguro a fin de criar a su familia en Sula, hasta prender fuego a un hijo para evitar que él y otros vean su autodestrucción. No se olvide que esta es la misma madre que se arroja por la ventana para salvar a una hija del fuego. Estos actos son demasiado teatrales y no van acompañados de un lenguaje convincente. Por otro lado, está la entrega de un hijo a un extraño para salvarla de cierto abuso sexual en Una bendición. El motivo que impulsa a la madre de Florens, una minha mãe, me parece bastante cercano al altruismo, y lo más importante es que se le da un lenguaje que esperaba que fuera una definición profunda y literal de libertad: “Tener dominio sobre otro es algo difícil; arrebatar el dominio sobre otro es algo incorrecto; dar el dominio de ti mismo a otro es algo malo”.

Otro ejemplo de la tercera, la compasión incuestionable en apoyo no sólo de los familiares sino también de los miembros del grupo en general. En Volver, por ejemplo, las mujeres brindan cuidados de enfermería no solicitados pero necesarios a un miembro de la comunidad que ha pasado toda una vida despreciándolas, y su “razón” era su responsabilidad ante Dios: “No querían encontrarse con su Hacedor y no tener nada que decir cuando Él les preguntara: ‘¿Qué han hecho?’”. Otro ejemplo de compasión grupal innata es la curación, tanto física como mental, de Cee. Para mí era importante dar esa voz de compasión: “Mírate a ti misma”, le dice la señorita Ethel. “Eres libre. Nada ni nadie está obligado a salvarte excepto tú… Eres joven y mujer, y eso implica serias limitaciones, pero también eres una persona… En algún lugar dentro de ti está esa persona libre… Localízala y deja que haga algo bueno en el mundo”.

Un ejemplo de la segunda definición, la bondad como forma de narcisismo, quizás trastorno mental, aparece en la primera novela que escribí. Decidido a borrar su autodesprecio, Soaphead Church, un personaje de Ojos azules, decide “dar” —o finge dar— ojos azules a una niña que los necesita psicóticamente. En su carta a Dios, se imagina a sí mismo haciendo el bien que Dios rechaza. Así de retorcido, tiene lenguaje.

En estos últimos 40 años me he dedicado cada vez más a asegurame de que los actos de bondad (sin importar si son casuales, deliberados o mal aplicados o, como la comunidad amish, benditos) produzcan lenguaje. Pero incluso cuando no se articula, como el sacerdote de Una bendición, tales actos deben tener un fuerte impacto en la estructura de la novela y en su significado. Las expresiones de bondad nunca son triviales ni incidentales en mi escritura. De hecho, quiero que tengan la facultad de cambiar vidas y que alumbren decisivamente las preguntas morales incrustadas en la narrativa. Para mí era importante que ninguna de estas expresiones se manejara como comedia o ironía. Y rara vez son mudas.

Permitir que la bondad tenga su propio discurso no aniquila al mal, pero sí me permite expresar mi propia comprensión del bien: la adquisición del autoconocimiento. Un final satisfactorio o bueno para mí es cuando el protagonista aprende algo vital y moralmente perspicaz que ella o él no sabía al principio.

Son las palabras de Claudia al final de Ojos azules: “Incluso creo que ahora la tierra de todo el país fue hostil a las maravillas (caléndulas) ese año. Este suelo es malo para cierto tipo de flores. No nutrirá ciertas semillas, no dará ciertos frutos, y cuando la tierra mata por su propia voluntad, aceptamos y decimos que la víctima no tenía derecho a vivir. Estamos equivocados, por supuesto, pero no importa. Es demasiado tarde. Al menos en las afueras de mi ciudad, entre la basura y los girasoles de mi ciudad, es demasiado, demasiado, demasiado tarde”.

Tal percepción no tiene nada que ver con ganar, y sí tiene todo que ver con la adquisición de conocimiento, conocimiento presentado en el lenguaje de la claridad moral, de la bondad. +