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Pueblo chico, infierno grande

Cuarenta años después, un grupo de amigos se reúne de nuevo. Han regresado a su pueblo natal, Hemmersmoor, para asistir al entierro de su vieja amiga Anke. Pero el tiempo no ha desvanecido los recuerdos: el horror sigue vivo como una deuda que parece sólo pagarán con su muerte. Stefan Kiesbye cuenta en “Puerta al infierno” los sin sabores de la vida en un pueblo condenado a la tragedia.

Conocemos la historia por medio de sus protagonistas: Martin, Christian, Linde y Anke. Ellos nos llevan a través de su infancia por una Alemania rural y lúgubre. El Hemmersmoor que nos descubren es, a todas luces, un lugar espantoso; y, sin embargo, no podemos apartar la vista. El encanto que produce la degradación que nos relatan se asemeja a las historias de terror que escuchábamos de niños y que nos dejaban, al filo de la noche, hipnotizados y temerosos. No son, finalmente, tan distintos los hechos: cuentos de brujas, de asesinos y de diablos; almas perdidas y hechizos que llevan a la perdición.

El mal en este pueblo es un encuentro de alto peligro. Nada se olvida del todo, nada se perdona completamente. En un lugar en el que sólo el rumor y la vida cotidiana alimentan el paso de los días, los episodios extraordinarios dejan una huella más profunda y las muertes ahondan el silencio como en ninguna otra parte. El odio es más intenso y más cercano.

Una humillación se recuerda hasta el fin de los tiempos. Porque si algo define a sus habitantes es su habilidad para encontrar la miseria: “Incesto. Hombros estrechos, caderas anchas y pies grandes. Todos están emparentados entre sí. Y siguen creyendo en fantasmas”, dice un forastero para definir al pueblo.

Este mal viene de raíz y lo practican los niños, educados por sus padres en las tareas más viles, como la mentira y el homicidio. No hay espectador inocente en “Puerta al infierno”. Ni el lector puede salvarse de compartir el delito. En sus travesuras, los niños terribles llevan a sus víctimas a la demencia. Las malas lenguas producen cadáveres.

En su nueva novela, Kiesbye logra narrar el horror sin necesidad de ser visceral, pues ha descubierto que el terror a veces necesita indolencia. Es ése el infierno, el de los años aliados al crimen y a la indiferencia. Espanta la ordinaria sensación con la que Hemmersmoor sigue su ritmo. Porque esencialmente todo está podrido, la puerta al infierno está en todos lados.

Por Jorge Puebla

– Stefan Kiesbye: “Puerta al infierno”. México, Almadía, 2014, 281 pp.

Mascultura 06.Feb.15