Mario Escobar: dos libros, una conversación
06 de agosto de 2020
José Luis Trueba Lara
Conversar con Mario Escobar es sencillo. Aunque jamás nos habíamos visto, las palabras corrieron sin ninguna brida. Sus muchos libros y sus dos novelas más recientes —Recuérdame y El color del corazón— fueron suficientes para una jugosa conversación.
Lee+: En México, los niños de Morelia forman parte de una historia que nos deja muy bien parados: la actitud abierta de Lázaro Cárdenas hacia los refugiados españoles. Nuestra mirada quizá es demasiado complaciente, pues olvida a las otras migraciones que no tuvieron tanta suerte en esos años, justo como sucedió con los judíos que huían del nazismo. Nosotros tenemos una mirada precisa, pero ¿cómo miran a estos niños en España?
Mario Escobar: Mientras que el exilio español en Francia y la Unión Soviética ha sido muy bien documentado, estudiado y homenajeado, el exilio en América casi ha sido ignorado, no sólo en el caso de México, sino también en Argentina, en Cuba o en Chile. Tengo la impresión de que esto se debe a que durante una buena parte del siglo xx, España le dio la espalda a América. El franquismo se concentró en África y en su obsesión por dominar una parte del desierto. A esto debemos agregar que Franco estaba peleado con casi todos los regímenes de América, salvo con el de Juan Domingo Perón, lo que nos dice mucho de este gobernante argentino: dime con quién andas y te diré quién eres. Por estas razones, mientras en México los niños de Morelia son bien conocidos, en España casi son una novedad.
Aunque ellos fueron muy bien acogidos, la tragedia de su exilio no puede negarse. Uno está mejor en su casa que en cualquier otra parte. Además de esto, es posible pensar que, para los niños de Morelia, el gran choque fue religioso, muchos fueron educados en un secularismo extremo y llegaron a un país marcado por el laicismo y por una tradición revolucionaria muy anticatólica. Pero a pesar de estas peculiaridades, ellos corrieron con algo de suerte, el hecho de que llegaran a Morelia les abrió la posibilidad de vivir en una ciudad que algo conservaba de su tradición religiosa y su catolicismo. Ellos no sólo arribaron al otro extremo del océano, sino también al otro extremo de la comprensión de lo sagrado.
Además de esto, también es importante recordar que desde siempre, a partir de una opinión clasista y llena de prejuicios, pero generalizada socialmente, han existido dos tipos de migrantes, quienes han sido considerados de “primera” y los migrantes “de segunda”. Hoy existen casi 75 millones de personas en esta condición, y la gran mayoría son migrantes que han tenido que salir de sus países para buscar mejor calidad de vida, por lo tanto no están económicamente acomodados. Pero en el exilio español hubo muchos que sí partieron de su país en buenas condiciones y gozaban del apoyo irrestricto de algunos gobiernos que los acogieron. Pero también existió otro exilio, el de los niños de Morelia y el de los pobres que no la pasaban nada bien a pesar de la generosidad con la que fueron recibidos. Ellos no eran como los migrantes que dejaron España para “ir a hacer la América”, para buscar fortuna.
Muchos de los recuerdos que animan a esta novela son familiares. Mi madre fue una niña de la guerra y me contaba del hambre que pasaron, su padre —mi abuelo— luchó en el bando republicano y también vivió una época muy dura. Incluso, algunos de los nombres de mis personajes están inspirados en integrantes de mi familia. Otros, obviamente, son ficticios y nada tienen que ver con mi historia personal. Durante la posguerra, mi abuela era una viuda, pues los gobernantes pensaban que mi abuelo se había vuelto guerrillero. A ella la torturaba la guardia civil todas las noches para sacarle información, pero, como siempre sucede, hay gente buena en todos lados. Uno de los guardias civiles se quedaba en la puerta de su casa y le decía “vete tranquila que yo cuido a tus hijos hasta que te suelten”.
Además de esto, México ya se había metido en otras de mis novelas, justo como sucede con Nos prometieron la gloria. Como seguramente ya lo imaginas, tenía ganas de escribir sobre la Guerra Civil y los niños como sus víctimas. Me interesaba descubrir de qué manera ellos veían la guerra y cómo esta los obligaba a madurar antes de tiempo. Así, en uno de mis viajes a México, descubrí a los niños de Morelia y me dije ‘esto es miel sobre hojuelas’. La novela estaba decidida y pronto nació”.
Lee+: Para muchísimas personas Harriet Beecher es una desconocida, casi me atrevería a pensar que su nombre quedó ensombrecido por el título de su novela, La cabaña del tío Tom. ¿Por qué razón ir en pos de esta mujer que a ratos parece tan lejana de España o de América Latina?
Mario Escobar: A Harriet se le ha tratado muy injustamente y —más allá de Estados Unidos— casi es una desconocida. Con ella, a mí me pasó lo que a muchos, en el colegio me obligaron a leer La cabaña del tío Tom, pero en una versión a la que le quitaban la violencia y el dramatismo. Su versión original está marcada por la violencia, la dureza y el dramatismo. Sin embargo, con el tiempo comencé a descubrirla poco a poco: ella fue la primera mujer que vivió de la literatura, al grado que su novela era el segundo libro más leído en el mundo y sólo era superado por la Biblia. Al principio fue criticada por ser mujer, por hacer lo que hacía. Y, para colmo de males, cuando se robustecieron los grupos que luchaban por los derechos civiles de los afrodescendientes, sus líderes la acusaron de haber escrito lo peor de los negros o de haber creado una caricatura de ellos.
A pesar de todo lo que se decía y muchos creían, la obra de Harriet es más poderosa que estas palabras. Su narrativa se puede convertir en un espejo y también terminó siendo odiada por todos. Ella, además de los señalamientos que hizo a los sureños, fue una crítica del norte estadounidense, de su doble moral que aceptaba y se beneficiaba de la producción algodonera mientras criticaba la esclavitud. En este sentido, La cabaña del tío Tom nos ayudó a cambiar la mentalidad de una época y, de una manera casi directa, abogó a favor de la libertad absoluta —y sobre todo económica— de los esclavos. Es más, su propia vida es una muestra de este cambio de mentalidad. En la iglesia de su padre se reunían para promover el sufragio femenino, para luchar contra los vicios como el alcohol, y por el derecho y la capacidad para lograr elegir un destino. Todo esto me obligaba a escribir esta novela que es una novela dentro de una novela. +