Nerd Plus: "La epidermis intacta"
A Mike Sandoval, buen tatuador y mejor amigo.
En estos tiempos que corren no tener un tatuaje es como no tener una televisión. Yo carezco de ambos. La televisión, porque no le hago a las drogas duras. El tatuaje, no por falta de ganas, sino por jamás haber encontrado una imagen de la que esté tan enamorado como para unirme con ella para el resto de mi vida y llevármela, literalmente, a la tumba.
Siendo dibujante y de vocación punk, resulta paradójico mantener la epidermis intacta de tinta en una época en la que los tatuajes han perdido el estigma patibulario con que los veía la generación de mis padres. Eso sin agregar que Popeye, uno de mis superhéroes de cómic favoritos y quien cumple años el mismo día que Muhammad Ali, porta orgulloso sendos tatuajes de ancla en cada uno de sus monstruosos antebrazos, seguramente modificados por la ingestión desmesurada de espinacas transgénicas.
Pero me estoy desviando.
Hay un cuento de Enrique Serna en su libro Amores de segunda mano, en el que un hombre cuenta su historia, terrible, esperpéntica: cuando es niño, su padre anda a la caza de un autógrafo de Pablo Picasso. Un día lo topan en la playa. El genio mallorquino pide al padre que el niño lo acompañe a su estudio. El hombre concede y unas horas después el chico aparece con un minotauro tatuado por don Pablo en el pecho. Su vida se convierte, a partir de ese momento, en un infierno.
Transformado por los trazos del pintor en una pieza de arte viviente, padecerá el resto de su vida el deseo, el anhelo y la codicia sobre su cuerpo, por culpa de un tatuaje.
Relación tormentosa que también tiene con sus tatuajes El hombre ilustrado, que da título a la célebre antología de cuentos de ciencia ficción y fantasía de Ray Bradbury. De entre las dieciocho historias que componen el cuento recuerdo con especial afecto —y angustia— aquella de los niños que miran todo el día unas pantallas donde aquello que imaginan se materializa (adelantándose al concepto de realidad virtual por más de treinta años) así como aquella de la compañía que produce marionetas a imagen y semejanza del cliente. Por cierto, algunos entendidos sostienen que el Señor Dark de La feria de las tinieblas, del mismo Bradbury, es el propio Hombre Ilustrado.
Hablar de ferias, carnavales, circos ambulantes y tatuajes me recuerda aquella película de Alejandro Jodorowsky, Santa sangre. Con su habitual estilo, siempre a medio camino entre lo poético y lo grotesco —donde no pocas veces domina lo segundo— el hijo pródigo del crack bursátil teje una demencial historia de amor en medio de las carpas de un circo. En la cinta, la mujer tatuada de la trouppe es interpretada por una esplendorosa Thelma Tixou en el que quizá sea su papel cinematográfico más memorable.
Para la trivia, los tatuajes de Thelma-T fueron diseñados y dibujados sobre su cuerpo por Sergio Arau. El propio artista me confió una vez que la aplicación tomaba horas y que la actriz no pudo bañarse durante varios días para evitar que se le borraran. Puritito Jodorowsky.
Ese mismo ambiente de freaks y circos ambulantes que inspirara a Jodo y a Bradbury es el mismo que llevó a María Emilia Chávez Lara a escribir Estética del prodigio, delicioso ensayo sobre personajes estrafalarios y monstruosos, protagonistas de carteles circenses y gabinetes de curiosidades en el México decimonónico. Una maravilla.
No así —para mí, aclaro— la lectura de La chica del tatuaje de dragón, que al castellano se tradujo como Los hombres que no amaban a las mujeres, al parecer con más fidelidad al original en sueco. Y si bien la primera parte de la trilogía Millenium me dejó un poco frío, reconozco que Lisbeth Salander, con todos sus tatuajes, es uno de los personajes más entrañables de la literatura popular.
Todo lo anterior sigue sin justificar la ausencia de un grafismo sobre mi piel. Del mismo modo que, en palabras de Calderón de la Barca, poco vale la verdad en boca del mentiroso, poco vale el lienzo en blanco en piel de dibujante.
Si tuviera que elegir uno, pediría que fuera un dibujo de mi admirado Jis, o aquel memento mori del siglo xvi que muestra a un esqueleto bailando alegremente con los brazos en alto (y que alguna vez oí a alguien atribuir a Brueghel el viejo) o el grabado del esqueleto de un Diplodocus carnegii, el emblemático dinosaurio del Museo de Historia Natural. Sin embargo… Caramba, no me decido.
Mientras lo pienso, me deleito con Groucho Marx cantando jubiloso “Lydia the Tattooed Lady” precisamente en la cinta Una tarde en el circo (Buzzell, 1939), que además era la canción favorita de Jim Henson y por ello hay una versión cantada por rana que para mi generación siempre se llamará René y además es cantada por Robin Williams en Pescador de ilusiones (Gilliam, 1991).
Ya pues, lo reconozco, no me tatúo porque me dan miedo las agujas…
El cómic del mes: las adaptaciones que Eric Shanower y Skottie Young están haciendo para Marvel de los libros de Oz. Hasta ahora han aparecido en español, editados por Marvel México, The Wonderful Wizard of Oz y The Marvelous Land of Oz (conservando su título en inglés).
Y es que pensándolo bien, en un descuido sí me tatuaba un dibujo de Skottie Young…
Por Bernardo Fernández, BEF
MasCultura 06-jun-16