Aviones derribados, elogios al fracaso
24 de julio de 2020
Durante la Segunda Guerra Mundial, los ejércitos aliados estaban desesperados con la enorme cantidad de aviones abatidos en combate. Nadie lo dudaba: ¡había que hacer algo! Así que —temporalmente— dejaron de lado los cañones y, armados con ecuaciones y ciencia, urdieron un nuevo plan de acción. La idea era sencilla: analizarían los agujeros de bala producidos por el fuego nazi en todos los aviones que regresaban dañados, creando “mapas de intensidad” que desvelasen las zonas más afectadas. Finalmente, a la luz de esos mapas, amparados por la indiscutible verdad —¿absoluta?— de las estadísticas, reforzarían sus naves en las áreas más golpeadas. ¿Qué podría salir mal? Ciertamente, la lógica parecía irrefutable. Verdad verdadera. Pero también es cierto que, a veces, la lógica es mucho más huidiza y poliédrica de lo que parece. Al fin y al cabo, lógicas hay muchas y —para suerte de los Aliados— había alguien en la sala con una visión distinta.
Su nombre era Abraham Wald. Un matemático húngaro, nacido en Transilvania, que los asesoraba con sus conocimientos técnicos. Wald analizó concienzudamente los mapas de intensidad realizados, todos los agujeros de bala, así como las estadísticas de miles de aviones atacados. Al cabo del tiempo, para sorpresa de todos, propuso un plan de acción radicalmente distinto: las áreas que había que reforzar eran justamente las opuestas. Las que —aparentemente— no habían sufrido fuego del enemigo. Si no se detectaban agujeros en esas áreas no era porque no fuesen de vital importancia, sino porque los aviones allí golpeados rara vez retornaban a las bases.
Finalmente, la lógica inicial no era tan lógica como parecía. De hecho, hoy sabemos que sufría de algo que se conoce como “sesgo de supervivencia”, el cual consiste en asumir que los aprendizajes más valiosos se obtienen analizando especies que sobreviven o, en general, casos de éxito o triunfo. Wald esquivó este sesgo dándole una magnífica vuelta de tuerca a la supuesta verdad indiscutible de la estadística. La respuesta que buscaban los Aliados no se encontraba en los oropeles de las misiones exitosas, sino en las entrañas de las que fracasaban. Los aprendizajes más preciosos reposaban en el fondo del mar, junto a los motores destrozados de todos los aviones aliados que jamás retornaron a sus bases.+