¿Dónde está el mal? Por todos lados y en ninguna parte; Entrevista con Laura Restrepo

Los pecados abruman a la humanidad hoy? ¿Son, al menos, una pequeña piedra en el zapato que de vez en cuando incomoda? Éstas y otras preguntas son las que Laura Restrepo trata de responder en su nuevo libro Pecado —ella quería que se llamara Pecata Mundi, ‘los pecados del mundo’, para hacer referencia a una época donde hay un gran debate sobre el pecado—. Al final, para evitar el latinajo, quedó un “título como de bolero”, dice ella.

Anunciada como su nueva novela, el formato ha desatado discusiones puesto que, en realidad, se trata de relatos conectados por un elemento común: El jardín de las delicias, el célebre cuadro de el Bosco. A este respecto, Laura Restrepo comenta: “No me inquieta que alguien diga que no es una novela. Se va uno haciendo viejo, con una docena de libros por detrás, y llega un momento en que uno quiere hacer lo que le dé la gana. El recorrido lo hiciste, sabes a qué atenerte, grandes milagros no van a suceder. El tema requería muchas dosis de libertad en cuanto a técnicas narrativas, como una temporalidad totalmente flexible; quería echar mano de lo que necesitara, no ponerme límites. Por ejemplo en ‘El Siríaco’, las visiones que tiene en realidad son los videos que monta el Estado Islámico en internet. Hay referencias tanto a lo que se considera alta cultura como a la champeta o a la cabra mecánica, sin jerarquización. Me gustaba más pensar en términos de novela porque para mí lo más interesante era el hilo conductor que había entre todas la piezas, las sentía muy entreveradas. Sentía que el protagonista era más bien el mal, el ser humano enfrentado a un dilema moral. Por eso la veo como novela”.

“La palabra pecado…”, dice Laura Restrepo, “…aunque no tenga mucho contenido a estas alturas de la vida, tiene su sortilegio, su magia, su lado oscuro pero juzga, dices pecado y ya estás emitiendo un juicio moral. Mi idea era que el autor no juzgara los hechos, muchas veces escabrosos, dejándole al lector plena libertad para ponerse en los zapatos de esta persona y emitir una opinión”.

La variedad de temas de los siete relatos —adolescentes asesinos, descuartizadoras, adúlteros, una pareja incestuosa, hermanas vanidosas y profetas soberbios— pudo articularse alrededor de una de las obras más famosas y visitadas del mundo, cuadro que la propia Laura Restrepo contempló por primera vez siendo niña, cuando sus padres la llevaron a ella y a su hermana a verlo al Museo del Prado: “Recuerdo la sorpresa y la maravilla, además de la sensación de lo prohibido que te da el cuadro, que creo que es la misma inquietud que le sigue produciendo a los miles de jóvenes que lo visitan hoy en día. A pesar de que se supone que es la ortodoxia cristiana en cuanto a la gesta del pecado original, es un cuadro que plantea preguntas e inquietudes sobre el destino del ser humano”.

La visión fragmentaria del cuadro y la épica en él contada, desde la pérdida del paraíso, el paso por el descubrimiento del deseo y el castigo del infierno, es el leitmotiv de Pecado: “Cada centímetro cuadrado del cuadro tiene unas figuritas viviendo su particular drama, y no sólo la fragmentación se da en ese terreno sino que el cuerpo humano está fragmentado; en el Bosco ves orejas, piernas, culos, brazos, como si la parte tuviera mayor autonomía o presencia que la totalidad, y en el libro ahí está la que corta al novio en pedazos, el que corta cabezas, empezando por Felipe II que tenía esa colección tan inquietante de reliquias de santos que no son otra cosa que pedacitos de huesos, muelas, pelos, en El Escorial”.

Para Laura Restrepo el tema de fondo de Pecado es el problema del mal y cómo nos relacionamos con él en una época en que no se tienen claros los criterios morales: “No hay una tabla de valores mínima para relacionarnos los unos con los otros, ésta es una preocupación muy vieja en mí, un tema que venía desarrollando en las novelas anteriores. Ahora quise tomar una serie de personajes que ya venía trabajando y ponerlos en un libro pero necesitaba una estructura mucho más libre donde una serie de relatos fueran capítulos independientes entre sí, necesitaba una referencia cultural muy contundente, que fuera como universalmente conocida para poder encajar lo que quería decir sobre el mal y pensé en el Bosco. En Madrid pude estar a solas frente al cuadro. Era la primera vez que me enfrentaba al monstruo sin que hubiera una nube de gente alrededor, y como es un tríptico, te abraza, te abarca, es muy grande e imponente. El libro abre con Felipe II, propietario del cuadro y que lo acompañó durante su terrible agonía, y cierra con él, como una caja que contuviera los relatos que pueden leerse independientemente unos de otros”.

Los siete relatos no son una alusión a los ya conocidos siete pecados capitales. “El libro se me desbordó…”, dice Laura Restrepo, “…porque los pecados no son los que parecían ser, los que habían sido señalados por Moisés y condenados por la iglesia se quedan a nivel de jardín de niños, como la lujuria que durante siglos se señaló como el gran pecado; hoy en día resulta difícil ver maldad en eso. Resultaron pecados más contemporáneos, como la indiferencia, esa ceguera ante el sufrimiento ajeno, el apego al prestigio, y otros, como la avaricia y la soberbia. El egoísmo, por ejemplo, no es mal visto en una sociedad que se basa en eso, o ver en el prójimo a la competencia que hay que aniquilar, o en los grupos marginales o en otras razas que hay que apartar. Ésos que deberían ser vistos como grandes males son ahora la cotidianeidad”.

El problema del mal y del pecado es que no sólo se desdibujan, sino que como dice Laura Restrepo “los pecados que la iglesia señaló originalmente parecen una cosa aterradora al principio y luego se van como agua entre las manos porque hace falta una tabla de valores, ya no religiosa, sino laica o civil que no se ha construido. Entonces, ¿dónde está el mal?, por todos lados y en ninguna parte. Se vuelve metafísico porque en el trato con el prójimo se vuelve muy difícil saber en dónde va la línea que separa el bien del mal”.

Durante el proceso de escritura de Pecado, Laura Restrepo se dio cuenta de que la palabra pecado no tiene traducción laica: “No es transgresión, crimen o delito, palabras de la policía o del código penal. Fue la comprobación de una hipótesis de partida que yo tenía: se desploma una ética religiosa sin que la humanidad termine de construir una ética laica. Se han elaborado códigos penales, pero no códigos de conciencia frente a lo que podría ser el bien y el mal. Quizá todos somos medio buenos y medio malos. No nos importa la ética. De ahí mi interés de hacer un libro con casos extremos, que estremeciera, o poder conversar con el lector con esa especie de gelatina en que se ha convertido la ética”.

Los últimos años, Laura Restrepo ha dejado de leer narrativa y ahora se concentra más en el ensayo: “Ahí el protagonista es el concepto. ¿Por qué no se puede hacer eso en la ficción?, ¿por qué tiene que ser un individuo el protagonista de una novela? En realidad no hay razón para ello. Me llamaba la atención la lectura del ensayo y este libro, aunque es narrativo, por detrás lleva el aliento del ensayo. En cuanto a la narrativa, creo que el gran brinco lo ha dado la televisión, el gran aporte en cuanto a innovación narrativa lo están haciendo las series. La novela no ha sido capaz de estar a la par con la innovación que implican series como Black Mirror, donde los capítulos son independientes entre sí, con directores distintos, y donde el espectador se siente muy cómodo ante la diversidad de los capítulos”.

También ha dejado de leer cuentos: “No quiero hacer juicios absolutos. Lo que me dejó de interesar, momentáneamente, es el peso de la historia individual. Mi reacción, de un par de años para acá, es decir ‘a mí qué carajos me importa la vida de un personaje’. No es tanto el cuento, sino la literatura como el arte de narrar lo individual”.

Por Jorge Vázquez Ángeles

MasCultura 05-sep-16