Todo el mundo está cambiando. Este es un hecho observable de muchas formas diferentes en muchos entornos y muchas escalas. Desde las partículas subatómicas, que se agitan en lo más recóndito de toda la materia, hasta los supercúmulos galácticos que se unen a lo largo de millones de años y a millones de años luz de nuestro Sistema Solar, nada se está realmente quieto: nada permanece igual a sí mismo. Busca en internet los videos de alguna de esas personas a las que les da por fotografiar su propia cara una vez al día y pon en secuencia todas las imágenes: la verás con diferente humor, más o menos cansada, con el cabello corto o más largo, pero sobre todo la verás envejecer, despacito, de forma inexorable.
A ti también te sucede, desde el momento en que naciste (y en realidad, desde antes): tu cuerpo empieza creciendo, aumentando de tamaño y de fuerza, volviéndose más complejo; pasado cierto tiempo, si tienes suerte, llega hasta lo más alto de sus capacidades físicas, y luego, si sigues teniendo suerte, empieza a declinar, a debilitarse y deteriorarse.
Tarde o temprano dejará de funcionar como cuerpo (hay un nombre para este momento, que tú ya conoces) y empezará a simplificarse: a convertirse en diferentes porciones de materia que ya no estarán juntas ni tendrán el aspecto de algo vivo.
Precisamente porque el cambio que observamos en nuestros cuerpos lleva invariablemente a esa conclusión, a la especie humana le ha preocupado siempre el cambio como concepto: como parte esencial de la realidad. Usamos a las ciencias para investigar- lo y comprenderlo. Abrazamos religiones para consolarnos: para decirnos que no importa tanto o que tiene una razón, aunque ésta se nos escape.
Y, por supuesto, escribimos literatura para representarlo. Los libros que hablan del cambio también lo muestran en muchas escalas y muchos entornos. Los hay de alcance cósmico, universal, como Hacedor de estrellas (Minotauro) del inglés Olaf Stapledon: una novela cuyo protagonista viaja mentalmente por todo el universo (por todos los universos concebibles) y presencia su historia completa, de principio a fin.
Stapledon imagina que la existencia entera pasa por un proceso similar a la del cuerpo humano, desde el nacimiento hasta la muerte, lo cual se asemeja hasta cierto punto a la concepción actual del universo que proponen las ciencias, aunque también tiene giros místicos y mágicos de lo más curioso.
Con una perspectiva tan amplia, Stapledon no tiene mucho espacio para fijarse en detalles como las experiencias de personajes individuales o la forma en que las numerosas especies humanas (o no) que hay en su libro piensan, actúan y se organizan. Pero, por supuesto, esa escala menor –más cercana a nuestra estatura y nuestras preocupaciones como individuos– es la de la inmensa mayoría de las obras literarias que ha creado la humanidad.
Una de las muy antiguas se refiere al tema desde su título: Las Metamorfosis (Cátedra) de Ovidio, poeta romano de hace poco más de 2,000 años. La palabra metamorfosis viene del griego y significa transformación, es decir, cambio, y más concretamente cambio de forma o de aspecto. En el libro, escrito en verso, Ovidio cuenta también una historia ex- tensa, desde el comienzo del mundo hasta la vida del emperador Julio César, pero la divide en doscientos cincuenta historias de personajes individuales, cada una con principio y fin y tomadas en su mayoría de la mitología griega. En todas ocurren transformaciones, grandes y pequeñas, conmovedoras o ridículas.
En los siglos posteriores a la muerte de Ovidio, Las Metamorfosis fueron una fuente importantísima de la cultura latina, y de ella se recuerdan narraciones como la de la ninfa Calisto, que fue seducida por el dios Zeus, convertida primero en osa y después en constelación en el cielo (justamente, la Osa Mayor); la de Aracne, tejedora de gran habilidad que desafió a la diosa Atenea y no pudo vencerla, tras de lo cual, en castigo, fue convertida en araña; o la de Galatea, una mujer que comenzó su existencia como estatua de piedra, pero recibió la vida por mediación de la diosa Afrodita, para alegría de su creador, el rey escultor Pigmalión.
Otras, muchas otras obras (millones de ellas), hablan de transformaciones meramente naturales, humanas, en las que no intervienen deidades ni otras influencias milagrosas. Por elegir una, pienso en una novela que leí hace muchos años y sigo recordando: Hasta no verte Jesús mío (Ediciones Era) de la escritora mexicana Elena Poniatowska, en la que ésta cuenta la historia de una mujer real, Josefina Bórquez, convertida en ficción: mezclando invención con lo que la propia Bórquez le contó, a lo largo de varias entrevistas en los años sesenta, Poniatowska crea a Jesusa Palancares, una mujer que pasa su infancia en Oaxaca, se convierte en combatiente durante la Revolución Mexicana y después vive en la ciudad de México, como obrera, sirvienta y aficionada al espiritismo.
Jesusa cuenta todas las vueltas de su vida, con recelo y una indignación conmovedora ante las injusticias del mundo, a una periodista. “La vida te da sorpresas”, dice la canción, y vidas como las de Josefina/Jesusa son una muestra de lo impredecible que puede llegar a ser. Y ahora se me ocurre otro libro que hace algo muy similar, aunque este sí es totalmente ficción: El tambor de hojalata (Alfaguara), del alemán Günter Grass, cuyo protagonista, Oskar Matzerath, es un ser deforme y probablemente trastornado que refleja en los hechos de su propia vida (llena de episodios grotescos y absurdos) la locura que se apoderó de Alemania durante el ascenso del nazismo.
Libros como estos pueden llevarnos a comprender el asombro que sentimos cuando nuestra propia vida nos lleva por caminos imprevistos y un día, de pronto, miramos hacia atrás y nos preguntamos cómo pudimos llegar a tal o cual situación (si aún no te ha sucedido, paciencia: es casi seguro que te ocurrirá.)
Pero en este momento de la historia no se puede olvidar otro libro: La metamorfosis (Cátedra), del checo Franz Kafka, que otra vez nos devuelve a lo fantástico porque es la historia de un vendedor de puerta en puerta, Gregor Samsa, que tiene una vida de lo más aburrida hasta que un día… se despierta convertido “en un monstruoso insecto”. Desde su publicación inicial en 1915, el libro ha desconcertado a generaciones de lectores, que en muchas ocasiones no saben qué hacer con la forma en que, pese a tener ahora un caparazón y muchas patitas quitinosas, Samsa sigue pensando en los deberes de su vida mediocre.
Además, ha mantenido viva entre nosotros la palabra metamorfosis, aquella que Ovidio tomó del griego, y que no es exactamente la que su autor tenía en mente. El título original, Die Verwandlung, podría ser más bien La transformación, pero los primeros traductores de Kafka a muchas lenguas de occidente eligieron la palabra con más prestigio clásico, y desde entonces el mito del hombre convertido en escarabajo (Nabokov decía que debía ser un escarabajo pelotero, concretamente) se ha agregado a los de la antigüedad, y como aquellos nos permite hacernos preguntas sobre el cambio, esa constante de toda la existencia.
Este texto fue escrito por Alberto Chimal y se encuentra en el número 115 de Revista Lee+. Su versión física se encuentra disponible en todas las Librerías Gandhi de México y la versión digital la pueden disfrutar aquí.