Niños a ¡leer!: "Tatuar posibilidades en la memoria"

Los tatuajes se inscriben, fijan y persisten en la piel como adorno y también a manera de galería permanente para recuerdo o gloria de algo. Acudir a un tatuaje es mucho más que un mero impulso; las personas sabemos cuán importante es la memoria, esa magnífica función cerebral que interviene en todos los procesos de aprendizaje del ser humano, que es vital para la supervivencia del individuo y de la especie. Es nuestro privilegio contar con la capacidad ordinaria de memorizar vivencias reveladoras y sucesos históricos, ¿por qué nos empeñamos en confiarle nuestro gran tesoro a un artefacto limitado que podría sufrir una avería en cualquier momento?

En un mundo como el de ahora en el que la tendencia es almacenar los eventos significativos de la vida en dispositivos electrónicos microscópicos integrados a tabletas y teléfonos portátiles, necesitamos de más libros que nos tatúen en la memoria palabras, imágenes, sonidos, sensaciones, preguntas y posibilidades. Libros que nos recuerden lo mejor y lo peor de nuestra humanidad. Una persona con una memoria hueca es una persona sin identidad ni rumbo. Dicho al modo de la sabiduría popular: “Para saber hacia dónde vas, voltea a ver de dónde vienes”.

No me gusta el campo, ¡es feo, verde y muy aburrido!— le dijo Leonardo a sus papás, a quienes les encantaba hacer “vida de campo” los fines de semana. Leonardo no entendía qué había de divertido en ver el fuego en la chimenea, escuchar el silencio, caminar un sendero. Ésos, los senderos, no le parecían otra cosa que calles sin tiendas, con hierba, piedras que te tuercen los tobillos y ortigas que se pegan a los calcetines y te pican. A Leonardo no le pudo suceder mejor cosa que perderse en el campo y topar con un borrego, una vaca y una gallina que le preguntaran: ¿Tú para qué sirves? Un abrelatas, una licuadora, un balón o una almohada sirven para algo. ¿Para qué sirve un niño?, de Colas Gutman (fce), no sólo es una dulce venganza contra cualquier infante de ciudad que crea saberlo todo, también es un jalón de orejas para quien olvide cuán fabulosa es nuestra esencia humana “inútil”. Este libro me hace reír como pocos y vaya que lo he leído muchas veces.

Si extraviáramos nuestros recuerdos más nítidos de la infancia, cómo podríamos responder a la pregunta ¿quién soy? Hay vivencias que se quedan en nosotros de manera tan precisa como los tatuajes; recuerdos que se activan con aromas, sonidos, objetos, palabras, y que son parte de los cimientos de nuestra identidad. Osito, de Else Holmelund Minarik (Kalandraka), trata justo de eso, de eventos cotidianos de la infancia que quizá no son los más espectaculares, pero sí los que dejan huella, momentos en los que niños y niñas por igual se ponen a prueba, juegan a traspasar los límites, descubren cómo se siente querer y ser queridos. La versión en castellano del libro ha respetado el formato original de la primera edición de 1957 con las fabulosas ilustraciones de Maurice Sendak.

La memoria es el mejor antídoto contra la repetición de los errores del pasado y los actos de injusticia. Si te ocupas únicamente de las ocurrencias ruidosas del presente, puede que te pases la vida viendo todo sin ver nada a fondo por falta de perspectiva; entretenido pero formulando las mismas preguntas de antes y recibiendo las mismas respuestas: cualquier persona con los ojos cubiertos caminará sólo en círculos. El pequeño Cuchi Cuchi, de Mario Ramos (Oceano Travesía), atestigua cómo en la comunidad de animales todos presencian algo terrible, pero nadie se anima a cuestionar lo establecido y descubrir un valor más cardinal que la ambición y el poder; a responder diferente para que la vieja historia de mal uso de la autoridad deje de repetirse una, otra y otra vez.

Un diario, un álbum de fotografías o una película casera son evidencias tangibles que facilitan la comprobación de que ciertos eventos realmente ocurrieron en la vida de alguien. Lo mismo podría decirse de un jardín. ¿Un jardín? Sí. El Jardín del abuelo, de Lane Smith (Oceano Travesía), legitima la asombrosa hipótesis de que un arbusto es tan efectivo como cualquier otro medio certificado para reavivar recuerdos. El abuelo que aparece en el libro le ha confiado a los arbustos de su jardín los recuerdos más significativos de su vida para no olvidarlos, ni siquiera cuando los olvida. Su bisnieto lo sabe, le gusta mucho pasearse por las memorias de su abuelo, sobre todo ahora que él también es parte de la historia y del jardín.

Por Karen Chacek

MasCultura 09-jun-16