Por el camino de Proust en la Taberna

¿No ha pensado en decorar este lugar?

¿Qué no le gusta? En la otra calle hay otros locales, nomás le digo.

¿Uno ya no pude hacer un simple comentario sin recibir una grosería como respuesta?

El grosero fue usted. Aquí está bastante decorado. Las fotos de algunos famosos que han venido y una plaquita con el nombre de otros. Arturo, el escritor, era un asiduo cliente. Aquí los visceralistas venían a escribir sus poemas. Hay cascos artesanales y hasta la rocola. Para mi está bien.

No digo que no esté bien. Me agrada su estilo casi, ¿cómo decirlo? Vintage. En realidad la idea me surgió porque recordé un pub en el que estuve hace muchos años en Irlanda, mientras pensaba cómo es que la memoria puede almacenar tanto y, a su vez, sin agua va, olvidarlo. Y todo esto porque ayer recordé a un viejo amigo. Es curioso.

¿Su amigo?

También. Pero en realidad me refería a la forma en la que el recuerdo llegó a mi mente. Como de manera espontánea.

¿Y qué recordó de él? ¿Se lo comentó?

No, Marcel Proust falleció hace muchos años. Era un hombre aislado, pero le gustaba ir a fiestas. De hecho, el recuerdo que tuve fue de una ocasión en la que él, Joyce y yo platicamos en una celebración de no sé qué persona de alta sociedad en París. Además de quejarnos por nuestras dolencias platicamos sobre distintos temas, uno de ellos los pub irlandeses. Me reservaré los comentarios de Joyce, pues para fines de esta conversación, el consejo de Proust es el que importa.

¿Qué le dijo?

Entre el calor de la conversación él me recomendó escribir.

Y ¿ya? ¿Eso es todo?

Sí, escribir todo. Mis conversaciones, mis reflexiones, mis tiempos de insomnio.

Bueno y eso qué tiene de curioso.

Para mí, todo. Pero lo realmente curioso es que ayer, durante la noche que ya me encontraba en mi casa, lidiando contra la imposibilidad de dormir, me serví, para pasar el tiempo, una copa de vino tinto, junto con un poco de jamón serrano y cuadritos de queso. Verá usted que muy meticulosamente coloqué en un palillo de dientes pequeños trozos de los alimentos, coronados con una aceituna. Lo dejé remojar en el fondo de mi copa de vino durante algunos segundos, lo saqué, y con un trago me lo llevé todo a la boca. Fue la combinación de todos los ingredientes, los sabores, y la memoria de mi paladar lo que hizo que recordara ese momento de mi vida en el que los tres platicamos en el pasillo de aquella mansión sobre temas banales y otras cosas; yo, y supongo que ese fue el punto de conexión entre aquel momento de mi pasado y el momento de rememoración, bebía vino tinto con exactamente los mismos bocadillos.

Qué increíble el trabajo de la memoria de sus papilas gustativas para recordar.

Y para olvidar.

Yo todas las noches, antes de dormir, cuando ceno mi té con una concha de chocolate recuerdo cuando vivía en casa de mis padres y cenábamos todos juntos; siempre té, porque no nos alcanzaba para comprar leche.

Estimado Tony, es usted un proustiano de experiencia.

Para nada, no soy de ninguna religión, ni de alguna secta. Sólo creo en lo que recuerdo y conozco.

Brindemos por eso.

Será un gusto, aunque para brindar se me antoja hoy un té, pero no con una concha, sino una magdalena.

Por.: R. R. Fullton

Busca el tiempo perdido con Marcel Proust en Librerías Gandhi.

En busca del tiempo perdido: por el camino de Swann.

Días de lectura.

MasCultura 15-mar-16