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Música para los oídos de Stravinski

Otra vez se descompuso su rocola. Debería comprarse un equipo nuevo, algo más moderno.

¡Jamás! Ésa que usted considera un armatoste inservible es una pieza clásica con más de treinta años.

¡Treinta años nada más! Con razón lo que se escucha de ahí no es música sino rechinidos extraños que sólo usted disfruta.

Pues usted es el único que se ha quejado. Es más, usted es el único que se queja de cualquier cosa que aquí hay. Mire, ¿ve aquel hombre sentado en la mesa del fondo? Es el señor Gabriel, un cliente que viene religiosamente. En todos estos años, no le he escuchado ni una sola queja. Tan educado que sólo habla para ordenar y pedir la cuenta.

Tantos años de soledad en tiempos de cólera cómo éstos.

Usted nunca está conforme.

Sólo estoy un poco entonado y eso no siempre. Debería dejar de temerle a lo moderno, esa fobia únicamente terminará por aislarlo.

La soledad me tiene despreocupado.

No debería. Aunque en todo caso lo que debería preocuparle es lo incómodo que puede ser el ruido de su máquina.

Pura música para mis oídos.

Así lo creyó Igor Stravinski cuando interpretó La consagración de la primavera. Pierre Monteux se lo advirtió, él mismo quiso dejar de escucharla cuando Igor la interpretó en piano. La tarde que a mí me invitó para conocer mi opinión fui sincero. Le dije que era maravillosa, pero quizá demasiado atrevida para la época.

Pues, ¿qué año era?

Por allá de los novecientos.

¿En los noventas?

Un poco antes, quizá mucho más. Tal vez por los primeros años, aunque lo relevante del caso Stravinski es que en algo se parece a usted: la necedad. Porque, a diferencia de su obstinación nostálgica él apostó por la experimentación, mientras que usted se aferra a lo inmutable.

Me preocupa que se ponga así de serio.

Es que apenas llevo un par de mezcalitos. Pero verá que al rato me aflojo un poquito más. Aunque lo que aquí importa es que el día de su presentación el público no lo soportó y comenzó el motín. Yo estaba entre el público, pero de no haber sido por Igor, ahí hubiera quedado. Me ayudó a subir al escenario y salimos por la puerta trasera. Tuvo que intervenir la policía para detener el caos de esa noche.

Pobre de su amigo.

Se repuso de aquella situación. Pero debería atender a la historia, no vaya ser que surja un motín aquí por su chatarra que defiende a capa y espada.

¡Ja! Hasta cree que…

¡Oye, Tony! Y ¿si apagas tu basura que ya ni sirve?

Bueno… uno siempre puede reconsiderar.

Salud por eso.

Por: R. R. Fullton

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Memorias y comentarios, Igor Stravinski.

An autobiography, Igor Stravinski.

Igor Stravinski, Jonathan Cross

MasCultura 29-mar-16