Taberna: un escribidor lumpen y el detective salvaje

Se le ve tenso.

Es por los resultados.

¿Le entregaron exámenes médicos?

¡No! ¿Qué no ve la formidable salud de la que gozo?

Eh… sí, bueno. Entonces qué resultados.

Pues verá. Entré a un concurso de cuento hace medio año y el fallo lo emitieron hace un par de meses. Fue en la pequeña esquela que le dedicaron en el periódico, entre la olvidada sección de espectáculos, que reseñaba un par de películas y obras de teatro, y la lista de obituarios, donde me di cuenta que Bolaño había participado también.

¿Roberto Bolaños?

No. Bolaño.

Usted siempre corrige mi mala pronunciación y ahora usted se está tragando las letras.

Para nada. Yo no hablo del chapulín ése, o el chavo de no sé dónde, sino de Roberto Bolaño, el escritor chileno que llegó aquí durante los años sesenta, de hecho, el mismo año del movimiento estudiantil.

Entonces a él no lo conozco.

En fin. Lo sorprendente es que ni él y, por supuesto, ni yo, obtuvimos uno de los tres lugares premiados y sólo nos nombraron para un pequeño reconocimiento. Evidentemente fui, más por la oportunidad de platicar con Bolaño que por el papel y el lote de libros que suelen regalar. Cuando llegué me dediqué a buscar la melena enmarañada de Bolaño, antes que ubicar un lugar para sentarme. Sin embargo y para mi mala fortuna no lo encontré. Pero era claro: Bolaño no necesita más condecoraciones si ya tiene Amuleto, Los detectives salvajes y varios libros más. En todo caso, su participación puede justificarse porque necesitara un poco de dinero o una forma para quitarse el aburrimiento.

Y ¿eso lo tiene tenso?

No, verá. Cuando caí en la cuenta de que Bolaño no llegaría, decidí buscar otra forma de contactarlo. Así que, de entre los organizadores que chacotearon durante la premiación, encaré a uno que, con un par de copas de vino, me facilitó su dirección para escribirle. No dejé pasar ni un día. En cuanto llegué a mi casa, escribí una larga carta donde le contaba lo apenado que me tenía el resultado de la convocatoria. Que quizá él debió haber obtenido una de las premiaciones. Asimismo le mandé mi cuento, que valía más para mí lo que él pudiera opinar que el fallo de un jurado de nombres desconocidos.

Seguro su cuento fue de borrachos. ¿Entonces no le gustó a su amigo chileno?

Me mandó observaciones puntuales. Pero ese no es el problema, sino que, en su carta me confesaba que lo internarían en el hospital y que le preocupaba que aquello interfiriera los textos que estaba preparando.

¿De qué está enfermo?

No me quiso contar, pero lo sospecho. Tal vez vaya a verlo estos días. No estoy seguro, antes terminaré de leer su libro de cuentos que me mandó junto con su última carta.

¿Cuál es?

Se titula Llamadas telefónicas, apenas voy a iniciar el cuento que se llama Sensini y ya tengo la impresión de saber lo que allí sucede.

Por R. R. Fullton @LordNoa

No llames por teléfono, mejor navega en gandhi.com.mx

Bolaño, Roberto. 2666.

Bolaño, Roberto. La literatura nazi en América.

Bolaño, Roberto. Nocturno de Chile.

MasCultura 05-jul-16