El arte de crear magia real

Neil Gaiman tiene la extraordinaria virtud de crear magia, pero no esa magia chapucera de conejo y chistera sino magia real, aquella que nos rodea sin nosotros saberlo, esa clase de magia que rige nuestra vida y mantiene la cohesión del universo, magia del principio de los tiempos, invisible para casi todos, excepto para aquellos que se atreven a abrir los ojos.

Tanto en “Stardust” (1999), como en “American Gods” (2001), “Los hijos de Anansi” (2005), “El libro del cementerio” (2008) e incluso “Coraline” (2002), sus universos llenos de fantasía y toques del mejor humor británico, dan cabida a historias que parecen tejidas con retazos de sueños. Sus personajes, poseedores de ese escepticismo propio de una generación que parece saberlo todo, conviven sin empacho con duendes, hadas, dioses ancestrales y seres oscuros capaces de manipular la energía primigenia. Historias de fronteras que se desdibujan, de ese limbo entre universos que cohabitan sin casi tocarse, en el que las reglas permanecen claras, reglas que de romperse corren el riesgo de fracturar el delicado equilibro.

Pocos son los autores contemporáneos capaces de crear una mitología novedosa sin caer en los lugares comunes del género fantástico (el autor también ha explorado la ciencia ficción con igual éxito). Gaiman retoma antiguas leyendas de múltiples culturas para darles un giro novedoso, quizás ahí radique el poder de sus historias, en esos mitos fundacionales del inconsciente colectivo, espacio para la duda en el que lo posible se vuelve probable, capaz de traernos recuerdos insertados en el ADN.  

Neil Gaiman, nos muestra de nueva cuenta lo que es capaz de imaginar en su más reciente novela publicada en español: “El océano al final del camino” (Roca editorial, 2013). Una historia de sobre la infancia, tiempo infinito donde nada resulta  extraño porque todo es novedoso y en donde la lógica se hace a un lado para dar paso a la fantasía.

Desde el inicio Gaiman nos señala el tono que marcará la historia con una cita de Maurice Sendak (Donde viven los monstruos, 1963), sobre las cosas que los niños saben pero que no deben permitir que los adultos sepan que saben. En esta complicidad transcurren los recuerdos del protagonista. Un hombre maduro obligado a regresar al pueblo donde creció, una decisión inesperada lo lleva hasta la casa de una antigua amiga, Lettie, dueña de un estanque capaz de contener el océano. Ahí, frente a ese pedazo de agua, recordará retazos de un particular acontecimiento que, ante la lógica de la edad adulta, le parece producto de pesadillas infantiles. Pronto comprenderá que cada uno de esos instantes forman parte de una realidad en la que su presencia decidió el resultado de una lucha entre seres mágicos dispuestos a adueñarse del mundo conocido.

Pero más allá de la anécdota, esta novela cuenta sobre el difícil proceso de crecer, de creer y nunca olvidar, a pesar de que el mundo adulto insista en ello. A lo mejor la solución radica en no cerrar nunca los ojos.

 Neil Gaiman, El océano al final del camino” (Roca editorial, 2013).

Por: Andrés Mayo Góngora

Mascultura 07-Jul-14