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Columna Nerd Plus x BEF: De cómo quería hablar sobre Philippe Halsman y se me acabó el espacio

A Ricardo Espinosa, REO, que en clase nos habló de Diane Arbus y de Stanislaw Lem

Soy un fotógrafo frustrado. Y siempre estuve rodeado de ellos. Mi abuelo fue cronista deportivo, de manera que varios de sus mejores amigos fueron fotógrafos. En los setenta, mis padres se dedicaron profesionalmente a la fotografía. Teníamos un laboratorio de revelado en uno de los baños de la casa.

Durante la carrera —estudié Diseño Gráfico —dos de mis mejores amigos descubrieron la foto y la convirtieron en su camino profesional. Pero yo soy incapaz de tomar una buena foto. Eso me ha convertido en un villamelón de la fotografía. Afortunadamente no me ha impedido disfrutarla. Como dijo aquel tragón, yo no sé cómo se hacen las campechanas pero sé cuando están buenas.

Por lo que contaba al principio, crecí en una casa donde había montones de libros sobre fotografía, sobre todo de fotoperiodismo. Quizá por eso tengo debilidad por la serie de novelas policiacas de Bernardo Esquinca protagonizada por el periodista Casasola (desde ahí empieza el homenaje). En La octava plaga aparece el personaje El Griego, evidente referencia a Enrique Metinides, decano de la nota roja devenido en célebre artista de la lente. La serie continúa con Toda la sangre, y la recientemente aparecida Carne de ataúd, esta última, precuela. Las obsesiones de Esquinca me recuerdan a John Connolly, mezclando la novela policiaca con lo sobrenatural.

El propio Enrique Metinides, por su lado, ha compilado una selección de sus macabras imágenes. En 101 tragedias de Enrique Metinides, el fotógrafo selecciona otras tantas imágenes de entre las miles que capturó su lente para los tabloides de la Ciudad de México. Metinides tiene la capacidad de encontrar lo que el fotógrafo Henri Cartier-Bresson llamaba “el momento decisivo”, aquel instante fugaz donde se concentra toda la fuerza de la imagen y que en el caso de Metinides, en no pocas ocasiones ofrece cierta poética de lo macabro (que sin duda no es para todas las sensibilidades).

Metinides forma parte de toda una estirpe de fotoperiodistas policiacos de los cuales mi favorito absoluto es Weegee. Personaje sensacional que parecía salido de una novela de Jim Thompson, se cuenta que Weegee vivía en su auto —en cuya cajuela revelaba los rollos—, y que llegaba a la escena del crimen antes que la policía. Ignoro si Metinides conocería el trabajo de Weegee cuando empezó como fotoperiodista, pero ciertamente hay algo siniestro y poético en las imágenes de ambos que los hermana profundamente.

Como hermanado con ellos está Joel-Peter Witkin, el más siniestro de los fotógrafos contemporáneos. Sus imágenes, que suelen retratar cadáveres, cuerpos deformes, personas mutiladas o con malformaciones y que en muchas ocasiones recrean cuadros clásicos, brincan hacia los ojos del observador para morder sus pupilas.

Witkin ha realizado gran parte de su obra en nuestro país pues aquí, al igual que en Francia, se le ha permitido manipular cadáveres para sus sesiones fotográficas, aunque no todas sus imágenes son de muertos. Hace poco me enteré de que la hermosa Regina Orozco posó alguna vez para él. Ésa debe ser una imagen espectacular.

En esa misma vena, Diane Arbus construyó una obra igual de inquietante, si bien menos brutal. Fotógrafa de modas, decidió dejar tan lucrativa carrera para dedicarse a retratar todo tipo de personajes marginales: drogadictos, prostitutas, gente pequeña o enorme y demás fauna posaron frente a la cámara de Diane, sustituyendo a las modelos espirifláuticas del mundo de la alta costura.

El resultado es una serie de imágenes perturbadoras que han reverberado por todos lados, desde algún capítulo de Los Simpson hasta la novela Lo imperdonable, de Norma Lazo.

Hablando de novelas, es justo a partir de una serie de imágenes similares a las de Witkin y Arbus que el cineasta Ransom Riggs construyó su libro juvenil El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares. Primera parte de una trilogía, cuenta la historia de Jacob, el protagonista, embarcado en un viaje hacia una isla galesa donde habrá de rastrear sus orígenes familiares, sólo para encontrarse con la sorpresa de que su abuelo fue uno de los niños peculiares del título, grupo de huérfanos con ¿superpoderes? acogidos bajo la protección de Miss Peregrine. Un grupo de mutantes no muy diferente de la Escuela para niños superdotados del Profesor Charles Xavier, sólo que sin uniformes de X-Men.

La novela está ilustrada con fotografías antiguas bastante extrañas. Riggs dice que todas fueron encontradas en bazares de segunda mano y que con un par de excepciones, las imágenes no fueron retocadas. De ser así, la colección de este hombre es al menos tan perturbadora como la obra de Arbus, Weegee y Witkin combinadas, por decir lo menos.

Otro libro lleno de imágenes de freaks, aunque más mundanos, es Commando, la autobiografía de Johnny Ramone, guitarrista de los Ramones, para muchos la más grande banda punk de todos los tiempos y sin duda una de las más influyentes en el rock estadounidense.

Haciendo a un lado la traducción baturra del libro y el tono facho del propio Johnny (¡su político favorito era Ronald Reagan!), el volumen ofrece un testimonio maravilloso sobre el origen del movimiento punk en los años setenta, el desarrollo del mercado alternativo de la música y la consagración de su banda, que siempre estuvieron a punto de alcanzar pero los eludió toda la vida. Todo profusamente ilustrado con cientos de fotos del propio Johnny y sus compinches, Joey (mi favorito), Dee Dee y Tommy, quienes no salen muy bien librados de estas memorias.

Y como ya fue mucha fotografía y esta columna hace parecer que el tema de marras fueron los freaks, el cómic del mes es Las Migajas, de Frederik Peeters e Ibn Al Rabin, donde un grupo de peculiares personajes intenta, literalmente, poner el diminuto país de Liechtenstein en el mapa… con la ayuda de un alquimista.

Por Bernardo Fernández, BEF

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