Mi trabajo era recorrer la noche: Entrevista con José Luis Martínez S.

Del mismo modo en que nadie recuerda a quienes ocupan los segundos lugares en cualquier ámbito de la cultura y la historia, el día que antecede a un evento traumático también suele olvidarse, como pasa con el 18 de septiembre de 1985, el último día en que la Ciudad de México vivió su cotidiana normalidad.

En el libro de memorias noctámbulas El día que cambió la noche, de José Luis Martínez S., escritor, periodista y editor, se cuenta cómo la vida nocturna de la ciudad, tal y como se había desarrollado hasta entonces, se terminó a las 7:19 de la mañana del 19 de septiembre de 1985, el día del terremoto. “Me quise centrar en los cinco años previos al temblor y en los recuerdos de las personas que conocí en ese momento, que me reflejaban y retrataban otras épocas, los años cuarenta, cincuenta; el Waikiki, el Ciro’s, El Patio. Es un homenaje a la ciudad de los ochenta que la mañana del 19 de septiembre de 1985 determinó que la noche se apagara. De ahí el título, El día que cambió la noche”, dice el autor sobre su libro.

Como reportero de la revista Su otro yo, en la que Martínez S. “escribía de temas relacionados con los deportes, los espectáculos, la cultura o cuanta cosa se le ocurría a Vicente Ortega Colunga, director de esa legendaria publicación”,* el autor del libro se convirtió en un noctámbulo a la caza de historias y entrevistas con diversos personajes, incluidas las vedettes más famosas de finales de los años setenta y principios de los ochenta, que aparecían en la portada y en las páginas centrales de la revista. Sobre su carrera como noctámbulo —“la noche se vuelve un descubrimiento”, dice— cuenta que todo comenzó en Su otro yo, donde trabajó durante cinco años, “después me seguí de filo hasta la muy reciente desaparición de los tables, ya no con la frecuencia que iba cuando trabajaba. Era parte de mi trabajo recorrer la noche”.

A José Luis Martínez le tocó vivir algo así como la época dorada de la vida nocturna capitalina, fielmente retratada en novelas como La región más transparente, de Carlos Fuentes, u Ojerosa y pintada, de Agustín Yáñez. “Había una gran oferta para disfrutar la noche”, recuerda. “Había cabarets de primera, de segunda, de tercera; bares, centros nocturnas como “El Patio”, por ejemplo, entonces uno tenía la posibilidad de divertirse mucho en los salones de baile, con música en vivo, en espacios que permitían ese arte perdido de la conversación. Lo que más recuerdo es una ciudad en cuya noche te podías divertir en donde quisieras, según el presupuesto que tuvieras”. 

El sismo de 7.9 grados devastó buena parte de la ciudad, pero destruyó el epicentro de la vida nocturna: Avenida Juárez, como lo cuenta Martínez S.: “El sismo acabó con todo lo que había ahí. Para la crisis de la vida nocturna fue un suceso fundamental pero no determinante porque ya venían muchas cosas, la crisis económica, empezaban los problemas de seguridad, había una serie de circunstancias que te hacían prever que eso se iba a acabar. Lo que no se podía prever es que terminara de manera tan abrupta”.

¿Cómo era Avenida Juárez en esos años? José Luis Martínez S. acepta el reto de dibujarla haciendo un recorrido con la memoria: “Había un anuncio de radio que decía ‘El Capri, en la esquina de Juárez y Balderas’, sitio donde actuaba Norma Escudero, Las piernas del millón. Entrar al Hotel Regis era entrar a la historia de la Ciudad de México, la historia del alemanismo, los años cuarenta. Después, en la esquina, pegado al Regis, estaba el edificio de Salinas y Rocha, luego venía la Alameda; casi enfrente estaba el Hotel del Prado donde estaba el bar Montenegro, con cuadros de Roberto Montenegro, y el mural de Diego Rivera Sueño de una tarde dominical en la Alameda; seguías caminando y estaba el Hotel Bamer. Un poco antes, en Revillagigedo estaba el Hotel Alfer. Más adelante estaba el Hotel Alameda, donde hoy se encuentra el Museo Memoria y Tolerancia. Seguías caminando y había otros lugares hasta llegar a la esquina de Eje Central, antes San Juan de Letrán; pequeños cabarets, pequeños bares; te podías meter en López y estaba el Bar Manolo; a espaldas del Regis estaba y sigue estando la cafetería La fuente de Trevi, que tenía un letrero en la puerta que decía ‘La Fontana di Trevi si parla italiano pase’; también estaban el restaurante Orreo y el café Colón. En la noche, Avenida Juárez era una calle llena de vida, totalmente iluminada”.

Buena parte de la iluminación nocturna provenía de las marquesinas, elementos que también se han extinguido en la Ciudad de México. “Eran muy bonitas”, recuerda José Luis Martínez S., “porque iluminaban la noche en Avenida Juárez; recuerdo las marquesinas del Cine Alameda, del Variedades, la del Orfeón en Revillagigedo, la del Capri y la Taberna del Greco en el Regis; las marquesinas de los salones Candiles y Versalles, en el Hotel de Prado; anunciaban la oferta que tenía esta ciudad poblada de marquesinas. Se acabó”.

Al amparo de la noche, como dice el lugar común, José Luis Martínez entrevistó a buena parte de las vedettes cuyos nombres brillaban en las marquesinas y que aparecían en Su otro yo. “Era intimidante”, recuerda el autor. “Cuando entras sin la ilusión de que te las vas a ligar, que vas a cenar con ella, que la vas a seducir o que se va a enamorar de ti, las cosas se vuelven más fáciles. Las admiro mucho porque eran mujeres muy disciplinadas, que trabajaban en la noche y se levantaban diez, once de la mañana para tomar clases de canto, de baile, de actuación”.

Entre estas mujeres, José Luis Martínez S. admiró, como todos, a Olga Breeskin pero la que más le atraía era “Gioconda”. “Me gustaba por una cuestión de edad, por su tamaño, porque no era grandotota como todas las demás que me miraban hacia abajo. Con ella llegué a tener una buena amistad, nunca fue una superestrella pero tenía muchos admiradores, mucha gente que iba a verla a donde se anunciaban. Estas mujeres tenían su parroquia y la parroquia las seguía a donde ellas iban”.

José Luis Martínez S. recuerda lo que hizo el 18 de septiembre de 1985. Tras dedicar la mañana a entrevistar a los locutores Gustavo Armando Calderón y Sergio Rod, en Radio Fórmula, se fue a desayunar al Café La Habana, muy cerca de donde trabajaba. Por la tarde comió en la cantina La Reforma —“a donde nos refugiábamos porque habían cerrado La Mundial por la construcción del nuevo edificio de Excélsior—. Entrevistó a Héctor Suárez en El Patio, y regresó a La Mundial. “Después me fui con otros amigos a la revista a recoger mi carro, nos fuimos al salón Lux, en la zona Rosa, donde había un jazzista que me gustaba. Como las diez decido ir al Capri, hice una entrevista, vi el show de Mara Maru, La pantera blanca, después nos fuimos a dejarle unas revistas a Mayra Rey, al Estudio 54, frente a la estación de trenes de Buenavista”.

Volvió a su casa a las cinco y media de la mañana, acompañado por su amigo David Ricardo. El sismo los despertó, pero supusieron que nada había pasado. Mientras buscaban un teléfono público porque el de su casa no servía, se toparon con un coche con las portezuelas abiertas y la radio encendida, donde se anunciaba la destrucción en la ciudad. A bordo de su coche, regresaron al centro, pero en la colonia Tabacalera ya no pudieron avanzar más. “Caminamos hacia Paseo de la Reforma 27, donde trabajaba, por fuerza tenía que regresar por Avenida Juárez y al ver eso fue un shock, una pena terrible haber estado apenas unas horas antes ahí y después sólo ver polvo y ruinas. No fue un buen día para nadie. Para mí fue un día que me incapacitó totalmente, nunca pude escribir nada sobre eso, demasiadas emociones, demasiado dolor en un instante”.

Para terminar la entrevista, José Luis Martínez S. habla sobre una frase de Charles Dickens: “Él escribió un libro titulado Viajes sin motivo comercial donde hay una frase que me encanta: ‘No sé a quiénes les importen estas historias, pero si me importan a mí, quizá a alguien más le puedan importar’. No sé a quién le pueda importar este libro, pero si me importa a mí seguramente encontrará algún lector a quien sí le pueda interesar”. 

* Columna “El santo oficio” (11/10/2013) del periódico Milenio

Por Jorge Vázquez Ángeles

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