Felipe Ángeles, el general de la triste figura: Entrevista con Ignacio Solares
En 1991, Ignacio Solares (Ciudad Juárez, 1945) publicó La noche de Ángeles, novela histórica sobre uno de los personajes más olvidados de la Revolución mexicana, el general Felipe Ángeles, “un cristiano irredento, un cristiano que llevaba a cabo su verdadera creencia a actos, ideas e integridad; naturalmente, coincidió con Madero, una figura simbólica que lo persiguió toda su vida”, dice Solares.
Veinticinco años después, Tusquets reedita una edición conmemorativa y como el tema de este número trata sobre la noche, entrevistar al autor quedaba como anillo al dedo.
Antes de comenzar la charla, Ignacio Solares evoca su amistad con Mauricio Achar, fundador de Gandhi, con quien solía jugar ajedrez y a quien llevaba en coche a la librería de Miguel Ángel de Quevedo.
En una época en la que se han puesto de moda las novelas históricas, Solares se desmarca un poco de esta tendencia y del modelo de producción de libros así: “No hay fórmulas para escribir novelas históricas. Hace veinticinco años, cuando publiqué La noche de Ángeles, realmente mis antecesores eran Martín Luis Guzmán y mi maestro Fernando del Paso con Noticias del Imperio. De repente se soltó la moda de escribir sobre cualquier personaje histórico sólo por ser histórico. Cierto escritor de novelas históricas de gran éxito escribió algo sobre Porfirio Díaz e inventó una supuesta amante. Le pregunté de dónde había sacado eso y me contestó, tocándose la sien, ‘No necesito testimonios históricos’. Hay algo fundamental en la novela histórica: la seriedad. Si inventas te engañas a ti mismo, engañas al lector y creas una figura falsa. Se vale imaginar a partir del dato duro, del dato-hecho, lo que no se vale es imaginar sin testimonios. Por eso he acuñado una frase que dice: ‘La ventaja del novelista es que puede llenar con la imaginación los huecos que deja la historia’”.
Al autor de novelas como El jefe máximo, Columbus y La invasión le han ofrecido escribir acerca de más personajes de la historia de México, pero no ha aceptado hacerlo por una razón: “Para hacerlo necesito un motivo espiritual, necesito enamorarme del personaje. No puedo escribir una novela sobre Porfirio Díaz porque no lo amo, lo tengo estigmatizado, no puedo ir hacia rumbos que no me llaman. Tiene que haber algo que me enganche por el lado de la espiritualidad, del cristianismo; estudié con jesuitas y no niego la cruz de mi parroquia”.
Aunque Ignacio Solares no suele releer sus libros, debido al aniversario de la novela cuenta que la leyó sólo por gusto: “Veinticinco años después, Felipe Ángeles me sigue pareciendo entrañable, es mi héroe predilecto aunque su figura esté un poco olvidada. Por desgracia no está en el panteón de los héroes de la Revolución, cosa insólita, junto a Villa, Zapata, Obregón o Madero. Siempre he dicho que es curiosa la historia de un país: cómo pudimos haber hecho héroe al asesino de Álvaro Obregón, hasta su mano la conservamos en formol, cuando Felipe Ángeles fue un hombre de gran integridad en todos sentidos. Son las contradicciones que implica la historia”.
¿Cómo llegó Felipe Ángeles al escritorio y a los cuadernos de Ignacio Solares? Todo comenzó con Madero, el otro, novela publicada en 1989: “Entré a la historia por la puerta trasera. Estudié Letras españolas en la unam y mis primeras novelas son más bien fantásticas. De pronto me encontré con Manuel Arellano, historiador ya fallecido, que conservaba los manuscritos espiritistas originales de Madero. Se los había dado doña Sarita Pérez, viuda de Madero, para que su celosa familia católica, contraria al espiritismo de Madero, no los destruyera. Un día me dice Arellano ‘a ver qué haces con ellos’ y escribí Madero, el otro, pero descubrí que había un personaje al que Madero tenía hechizado por la cuestión religiosa, que no espiritista: Ángeles es un profundo cristiano, el último libro que lee durante el juicio antes de ser fusilado es La vida de Cristo, de Renán. La novela es un viaje en una barca, la barca de Caronte, y supuestamente, en la otra orilla Ángeles llega a reunirse con Madero en otra vida. Esa relación me pareció mágica, entrañable, fundamental para entender la historia de México. Sobre todo, a mí, me llega mucho a nivel espiritual”.
La novela comienza así, con un Felipe Ángeles a bordo de una barca al tiempo que un barquero le hace preguntas, haciéndolo reflexionar sobre las decisiones de su vida: “Es una especie de purgatorio, un examen de conciencia, como el de los hindúes, cuando en los últimos momentos de la vida se cruza todo lo vivido. Finalmente es el juicio que Felipe Ángeles se hace a sí mismo para poder llegar a la otra orilla”.
Felipe Ángeles es descrito como un hombre con un dolor y una tristeza como un gran peso sobre la espalda, algo así como un quijote de triste figura: “Es cierto, porque viene muy enfermo, muy doblado, hasta digo en la primera página que trae doblado el espinazo como un gato flaco. Realmente era un quijote que creía que podía vencer molinos de viento, pero desde el principio se enfrentó a un poder que no lo iba a dejar pasar, sobre todo Carranza y Obregón”.
Testigo presencial del drama de la Decena trágica, Felipe Ángeles pudo haber evitado la Revolución, pero la ingenuidad de Francisco I. Madero aceleró la guerra: “Su hermano Gustavo Madero le dice que la salvación del país está en Felipe Ángeles, que lo nombre secretario de Guerra en lugar de dejar a Victoriano Huerta. Quizá no hubiera habido Cuartelazo, quizá no hubiera habido Revolución, pero Madero andaba buscando su Judas y lo encontró en Huerta. Y mira dónde nos metió”.
Tras un primer exilio en París, donde gracias a la única biografía del general escrita por Federico Cervantes, se sabe que lee con avidez a Víctor Hugo y a los clásicos franceses en su idioma original. También leía muy bien en inglés. Al regresar, ya en plena Revolución, Carranza le ofrece la Secretaría de Guerra, pero Obregón maniobra para sacarlo del camino. “Obregón siempre le tuvo mucha envidia, le decía ‘Napoleoncito de pacotilla’. Cuando a Ángeles lo van a fusilar en Chihuahua, después de todo lo que se hace por salvar su vida, Obregón le manda un telegrama a Diéguez, comandante de la plaza en Chihuahua, en el que le dice ‘si usted hace cualquier cosa por salvar la vida del general Ángeles, lo borraré de la lista de mis amigos’. Gracias a ese Napoleoncito de pacotilla se ganó la batalla de Zacatecas, ganada por Villa, pero de la que el estratega fue Felipe Ángeles. La prueba está que cuando el general se separa de Villa, éste pierde la batalla de Celaya contra Álvaro Obregón”.
La relación que se construye entre dos hombres tan distintos como Villa y Ángeles será de una importancia fundamental para la Revolución: “Es una relación que empieza en el entierro de Madero; junto con Zapata, los tres hablan de lo que le deben a Madero. Ambos se identifican y cuando Villa se va a Zacatecas, Felipe Ángeles lo acompaña. Lo que logran juntos, la victoria en la batalla de Zacatecas, es lo que derrumba a Huerta”.
“Felipe Ángeles fue un hombre que siempre creyó en la justicia, en la anticorrupción, en la honestidad, en la inteligencia de los gobernantes. Concluiría con dos frases fundamentales: ‘este país no debe ser tan malo puesto que dio lugar a un Felipe Ángeles, y qué falta nos hacen en este momento gobernantes con la integridad y la inteligencia de Felipe Ángeles’”.
Por Jorge Vázquez Ángeles
MasCultura 08-dic-16