Té para dos

Todavía me acuerdo del día en que empecé a leer El Hobbit, de J. R. R. Tolkien. Era mi cumpleaños y mi tío José Luis llegó tarde a la comida. “Toma”, me dijo, y me dio el ejemplar del libro así, sin envolver para regalo, sin dedicatoria, como si me estuviera dando cualquier cosa. Yo me fui a sentar junto al balcón de mi recámara y me puse a leer. No me acuerdo de más: no sé en qué momento se despidió mi tío, o cuánto tiempo tardé en terminar de leer la novela. Lo que sí recuerdo es que el mundo se me desdibujó en ese momento y me clavé en la lectura como nunca antes me había clavado, y eso que ya tenía fama de adicta a los libros. Tampoco podría decirles cuántas veces lo he releído: cada vez que estoy buscando otro libro y me lo topo en el librero, termino dándole una repasadita, cashi shin querer, como dice la Sariñana.

Muchos años después, a principios de este siglo, empecé a leer con muchísima atención el libro que me regaló un chavo que me gustaba: no sólo porque el chavo realmente me gustaba, sino porque, al darme el ejemplar, me dijo que el autor había sido muy amigo de Tolkien y eso despertó mi curiosidad. Y, ¡wow! Una vez más tuve esa sensación de que el mundo a mi alrededor entraba en pausa y sólo existía lo que pasaba en esas páginas. Lo mejor de todo es que el libro era –es– buenísimo, pero sin la menor relación con los hobbits y la Tierra Media. De hecho, se trata de una historia de ciencia ficción llena de aventuras y con un giro sorpresivo que no les voy a contar. La novela (que es parte de una trilogía) se llama Más allá del planeta silencioso y el autor es C. S. Lewis.

Quizá el nombre les suene familiar, incluso si no son fans entusiastas: además de su trilogía Sci-Fi, es muy querido por los lectores jóvenes por otra serie de libros que escribió, Las Crónicas de Narnia (Destino). ¡Qué viaje saber que libros tan buenos fueron escritos por fulanos que, además de ser compatriotas eran grandes amigos! Me imagino a Lewis y a Tolkien tomando un té mientras platican de sus proyectos: “Ah, estoy escribiendo un librín sobre un vato que no es ni enano ni elfo. A ver si pega”. “Pos yo estoy con una historia que pasa en un clóset. ¿Más galletitas?” Cool, ¿no?

Yo imagino que cada nación tiene su buen puñado de obras interesantes. Que si no las conocemos todas por acá es por cuestiones de marketing, afinidad cultural y distancia, y no tanto por calidad. Pero cuando empiezo a pensar en Tolkien y Lewis se me vienen a la mente desde Lewis Carroll con su Alicia en el país de las maravillas (Sexto Piso tiene una edición muy bonita) y James M. Barrie y su Peter Pan (hay varias ediciones, pero Cátedra tiene una muy completa y Akal tiene una de superlujo que está increíble), hasta J. K. Rowling con su Harry Potter (que encuentran en Ediciones Salamandra): no podemos negar que la literatura infantil y juvenil del Reino Unido ha dejado una huella muy importante en la imaginación individual y colectiva, a veces sin que nos demos cuenta, como me pasó a mí con El castillo en el aire y El castillo ambulante. Cuando vi las películas pensé que Miyazaki era un genio, pero cuando leí los libros en los que se basan, los dos de la inglesa Diana Wynne Jones (y los dos publicados en español por Editorial Berenice), me quedé todavía más sorprendida.

Por Raquel Castro

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Mascultura 20-nov-15