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Taberna: Josef K y las oficinas de caminos que se bifurcan

Ya tiene bastante tiempo de la última vez que nos vimos.

¡Mucho, diría yo! Y, a todo esto, ¿logró recuperar su tiempo?

No del todo. Esos estafadores conocen todas las estrategias necesarias para disuadir a sus clientes, blancas palomas que caen en su red de tráfico de horas y días.

Lo entiendo perfectamente. Cuando me presenté en sus oficinas de caminos que se bifurcan me mandaron de un departamento a otro con comisionado tal, que había dejado encargado a fulanito, pero antes tenía que llevar copia y original de ciertos documentos que, si no tenían el sello de mi delegación, era necesario pasar a la instancia que se encargaría de ello, para redirigirme a la oficina tres mil no recuerdo qué.

Un poquito enredado.

Sí. Un poco. Lo interesante es que, cuando esperaba mi turno 9 998 383 750 000, mientras la pantalla marcaba apenas el número tres, un joven se sentó a mi lado con el turno número 4. ¡Acababa de llegar y tenía el número siguiente! Y yo ya llevaba dos horas esperando.

¡Dos horas! No, pues con razón viene después de tanto tiempo. Con ese número no hubiera extrañado que se quedara esperando un mes más.

Exactamente. En fin. Planeé una especie de truque y comencé a platicar con el joven a mi lado, Josef K., creo que me dijo que se llamaba. Como sea. En un momento de distracción, intercambié nuestros papeles. Josef ni se dio cuenta, luego cambió la pantalla y me despedí. Cuando salí de la oficina, él ya no se encontraba, quizá se cansó de esperar, yo qué sé.

¿Lo llegó a ver después?

De reojo. Yo iba en un pasillo de vidrio, colgado sobre otra serie de pasillos del mismo estilo, donde, en vez de paredes, había archiveros de todos los casos y documentos del departamento de tiempo, como en la Biblioteca Vasconcelos; allí fue donde lo vi corriendo en el sentido opuesto al que yo me dirigía, seguido de una serie de hombrecillos grises. Quién sabe qué habrá hecho o de qué lo habrán acusado al pobre hombre. Lo cierto es que la burocracia que reina en esos cubículos monótonos es para enloquecer a cualquiera.

Ya lo creo y me parece que usted pasó demasiado tiempo ahí dentro.

¿Qué insinúa, don Tony?

Nada, nada. Sólo relájese, ande. Tómese este trago, ya después me termina de contar todo lo que ha hecho en las últimas semanas.

R. R. Fullton

Kafka, Franz. El proceso.

Kafka, Franz. La metamorfosis.

Kafka, Franz. El castillo.

MasCultura 20-sep-16