Los Cachondos

Hay libros, ni modo, en los que uno se reconoce, páginas que describen parte de nuestra personalidad con exactitud inquietante, párrafos que nos atrapan porque son capaces de calcar algún pasaje de nuestra infame biografía. Eso me acaba de suceder tras leer “Ardores que matan (de ganas)” de Ramón Córdoba, una novela sobre los cachondos y la cachondería.

Aunque denostada por las buenas conciencias y los espíritus conservadores, la cachondería es una forma de vida tan problemática e intensa como cualquier otra. Tiene, en efecto, sus ventajas y sus desventajas. Pero para el cachondo —caliente, lascivo, chaqueto, jarioso o como se le quiera llamar— no existe nada más allá de ella: es el cristal, bruñido o transparente, que le permite mirarlo todo con una perspectiva distinta, siempre cercana al placer. Con un ojo al gato y otro al garabato, el cachondo va por el mundo detectando —porque la cachondería es precisamente eso: una aguda facultad para detectar— ninfas radiantes y amazonas de clóset, damiselas recatadas y vírgenes desenvueltas, señoras extrovertidas y hetairas generosas, auténticas guerreras del colchón y aprendices ávidas de superarse. Su gracia y su tragedia se cifran en el hecho de saber que el Paraíso puede estar a la vuelta de la esquina y que, por eso mismo, cualquier ocasión es buena para pedir, sin que ello signifique, por supuesto, que le tengan que dar.

“Ardores que matan (de ganas)” de Ramón Córdoba es, pues, una novela sobre casi todos los hombres —ya que también existen los enfermos mentales para los que el sexo es algo anómalo o insignificante— acostumbrados a hervir en sus hormonas y a asumir su propensión a la derrota, tal y como la asumen los tres personajes principales (Pedro, Carlos y el narrador) de este retablo de leyendas, fantasías, escarceos y reflexiones sobre el arte de la jodienda. Con una prosa repleta de coloquialismos, dobles sentidos, albures y todo ese maravilloso repertorio léxico forjado en los talleres de la picardía (que no picaresca) nacional, Córdoba retrata con eficiencia las vicisitudes de la carne, con todo lo que tienen de hilarantes y grotescas. ¡Bienaventurados los cachondos porque saben lo que quieren, aunque las más de las veces respiren bajo la sombra del fracaso!

Crónica de las aventuras y las desventuras de un trío de machos que en sus mocedades fundaron la “Cachondos Band”, una sociedad de hambrientos dedicada sobre todo a la charla sicalíptica en fiestas y cantinas, “Ardores que matan (de ganas)” es una metáfora sobre lo irreprimible, la suerte y lo espontáneo —“muchos años después, cuando ya tengo los güevos negros del humo de mil batallas, me sigue divirtiendo recordar la ingenuidad y la devoción con que los tres fundadores de la Cachondos Band nos acercábamos a las mujeres, sin desarrollar jamás una mínima estrategia, táctica, maña o lo que sea para hacernos menos complicado el abordaje […] Gran parte de la vida la pasamos como perros frente a la carnicería: viendo la carne y lamiéndonos el pirulí, y otra parte la pasamos como el caballo viejo: viendo pasar a las yeguas mientras nomás se nos ruedan las lágrimas”— y un manual de uso para todos aquellos representantes de la masculinidad que gustan de las causas románticas, justas y perdidas. Escribe el narrador: “Estoy inspirado, no cabe duda, incluso al grado de admitir que, más de una vez, merecí toda clase de infortunio por la ceguedad con que me abandoné a tristes amores, a impulsos de mi carne que clamaba satisfacción aunque supiera que la pagaría a un precio exorbitante. Mi alma dijo aparta de mí este cáliz, pero mi cuerpo dijo tomad y comed todas de él.” Amén.

– Ramón Córdoba: “Ardores que matan (de ganas)”. México, Punto de Lectura, 2014, 168 pp.

Lobsang Castañeda

Mascultura 19-May-14