Nerd Plus por BEF: Prodigios Laberínticos

Mi amigo Eric List dijo una vez que cuando se hiciera el recuento de los genios del siglo xx necesariamente habría que incluir a Jim Henson entre ellos.

De alguna manera informal eso sucedió cuando Apple lanzó su campaña “Think Different”, a finales de los noventa, y lo incluyó al lado de Einstein y Picasso, sin que desmereciera. Ahora que nos quedamos huérfanos de David Bowie, otro genio por derecho propio, es prudente recordar aquella colaboración cinematográfica que tuvieron en 1986 titulada Labyrinth, hoy convertida en una especie de obra de culto; olvidada por el gran público, pero reverenciada por una horda leal de aficionados.

La anécdota es simple: Sarah, una adolescente interpretada por Jennifer Connelly a sus catorce o quince años, tiene que quedarse contra su voluntad a cuidar a su medio hermano para que el padre y su esposa puedan salir por la noche.

Obsesionada con la lectura de obras de fantasy al modo de don Alonso Quijano, Sarah vive en un mundo de quimeras para desesperación de su familia. Cosplayer y friki, recita pasajes sacados de sus cuentos favoritos (hay una toma en la que por un segundo se pueden ver los lomos de sus libros, entre los que destaca Donde viven los monstruos, de Maurice Sendak, cinta que el “Taller de criaturas” de Henson ayudaría a llevar a la pantalla veinticinco años después), colecciona juguetes de seres fantásticos y figurillas de Calabozos y Dragones.

Molesta por la tarea encomendada, desea que Toby, el bebé, desaparezca llevado por el Rey de los duendes. Ha abierto un conjuro sin saberlo y allá, donde mora la gente pequeña, su deseo es escuchado.

Por un momento parece que todo quedará en un conjuro fallido, pero Sarah dice las palabras correctas y abre la puerta a una dimensión paralela por la que aparece el mismísimo David Bowie, más glam que nunca, en una escena que hace lamentar que nunca haya interpretado a Lucifer tentando al Doctor Fausto. Jareth, el Rey de los duendes, se lleva a Toby. Le indica a Sarah que tiene trece horas para rescatarlo, atravesando el laberinto que rodea su castillo. Inicia una odisea alucinante.

La película contó con el diseño de personajes de Brian Froud, quien ya había colaborado con Henson haciendo El cristal encantado, acaso una de mis cintas favoritas de todos los tiempos. Es probable que el público no estuviera listo para Labyrinth en 1986: la cinta fracasó rotundamente en taquilla. Las Sarahs del mundo apenas iban naciendo. El mundo friki no había tomado por asalto los medios. No aún. Había, sin embargo, ya un público que se estaba gestando. Varios de ellos habrían de crecer para convertirse en creadores importantes décadas después. Uno de ellos es Ernie Cline. He hablado ya de Cline en este espacio. Mencioné ya que su libro Ready Player One es considerado la novela de ciencia ficción de la dé- cada. Pronto Steven Spielberg habrá de llevarla al cine.

Cline vuelve a las andadas con una nueva historia que ahora aparece traducida al castellano por medio de Ediciones B: Armada. En ella, Zack Lightman, un nerdazo adicto a los videojuegos, se ve envuelto en una aventura salida de sus fantasías electrónicas favoritas, en un tono bastante similar a la cinta The Last Starfighter (Castle, 1984). Cline no decepciona, mete a la licuadora todos aquellos elementos que hicieron las delicias de su propia adolescencia: videojuegos, cómics, ciencia ficción clásica, teorías de conspiración, ovnis y muchas aventuras. Eso sí, sin el laberinto misterioso que tenía que resolver Wade Watts, el protagonista de Ready Player One en OASIS, el universo virtual mezcla de Facebook y Second Life donde vive toda la humanidad. Pero de todos modos, muy divertida.

Desde luego, los puristas me dirán que no hay laberinto literario más prodigioso que los de Borges, en un registro a años luz de Cline. Cosa curiosa, sin embargo, no puedo dejar de pensar en que un intelectual como Borges o nuestro Alfonso Reyes no eran sino unos frikis de la generación de nuestros abuelos.

No apelo al nombre de Borges en vano: su cuento “El jardín de senderos que se bifurcan” es la más fascinante metáfora que he leído sobre los multiversos, estructurados en una especie de laberinto fractal que a su modo alude también al poema de Robert Frost, “The Road Not Taken”. Y en una coincidencia que quizá hubiera llamado la atención tanto de Borges como de Henson, Labyrinth se estrenó el mismo mes en que el coloso de las letras argentinas falleció en Suiza.

Bueno, no, quizá no le habría hecho mucha gracia.

Bonus: en El asesino obediente: Ramón Mercader y la muerte de Trotsky, John P. Davidson coloca al protagonista en medio de un enredado laberinto donde las fuerzas de la historia, que parecen rebasarlo y devorarlo, lo empujan a cumplir el deseo de su madre, Caridad Mercader, de asesinar a León Trotsky. Convertido en un peón de la historia, seduce a Sylvia Ageloff, secretaria de Trotsky, para acceder al primer círculo del fundador del Ejército Rojo. Pero acabará enamorándose…

El cómic del mes: Che. Una vida revolucionaria, de Jon Lee Anderson, adaptado por José Hernández. Ya el año pasado Hernández entregó el segundo tomo. Compensa a sus lectores con la primera parte de la trilogía de lo que ya es un clásico de la novela gráfica mexicana.

Por Bernardo Fernández “BEF”

MasCultura 15-ene-2017