El padre de la novela gráfica: el centenario de Will Eisner

Es probable que el título de este texto sea ligeramente hiperbólico. Se ha debatido mucho acerca del término novela gráfica. Se sabe, por ejemplo, que ya se utilizaba en México desde los años treinta para designar a la historieta popular, por ejemplo.

Lo cierto es que fue Will Eisner (1917-2005) el primero en utilizar ese término en Estados Unidos cuando publicó, en 1978, Contrato con Dios.

Sin embargo, para ese momento Eisner ya había hecho una serie de contribuciones tan numerosas e importantes al género narrativo de la historieta, que hacerle justicia en un texto breve como éste casi se antoja como un despropósito. Lo intentaré de todos modos.

Nacido en Brooklyn hace cien años, en el seno de una modesta familia de migrantes judíos, conoció la pobreza desde niño. Ello no le impidió continuar su educación, siempre inclinado hacia las artes.

Fue precisamente un compañero de generación de la high school, el también judío Robert Kahn, quien a mediados de los años treinta del siglo anterior lo animó a vender caricaturas y tiras cómicas en el naciente mercado de las revistas de cómics. Hasta poco tiempo antes los có- mics se limitaban al espacio de las tiras en los periódicos, que después se reimprimían compiladas en formato de revista. La gran demanda popular de este tipo de material habría de generar una industria aparte, catalizada por la popularidad inmediata de Superman. (Años después, Robert Kahn, con el seudónimo de Bob Kane habría de crear al único personaje que logró superar la popularidad del hijo pródigo de Kriptón. Quizá hayan escuchado hablar de él: se llama Batman.)

Eisner tuvo siempre una envidiable visión empresarial. A finales de esa década vislumbró el potencial mediático de las historietas, tanto como para asociarse en 1937 con Jerry Iger, un artista veterano —catorce años mayor que él—, para montar un estudio dedicado a crear material EN LOS FERROCARRILES Juan Rulfo Editorial RM A un año de publicarse Pedro Páramo, Juan Rulfo se involucra en un peculiar proyecto fotográfico: la zona de los ferrocarriles al norte de la Ciudad de México. Era un área que pronto experimentaría un gran cambio al retirarse los trenes y aparecer ahí mismo un inmenso conjunto habitacional. Las fotografías de Rulfo ilustran el conflicto entre la Ciudad de México y el medio de transporte que había trastocado su funcionamiento. El padre de la novela gráfica: el centenario de original para editores de revistas. El estudio funcionó maravillosamente, llegando a tener en la nómina a quince creativos que incluyeron al propio Bob Kane y a un muy joven Jack Kirby, futuro creador gráfico de prácticamente todo el universo Marvel.

En 1940, recibió la oferta de crear un suplemento dominical de historietas con formato de comic book. Esto le ofrecía la posibilidad de generar trabajo autoral con completo control creativo y retener los derechos, en lugar de seguir maquilando para sus clientes. Siempre inquieto, aceptó vendiendo su parte de la sociedad a Iger, y gracias a esa decisión riesgosa alcanzó la inmortalidad, al tiempo que su socio, quien siguió operando el estudio durante quince años, se diluyó en el olvido.

El suplemento debía ser un encarte dominical con formato de revista, hecho para competir con el naciente formato de los superhéroes (Superman había debutado en 1938). Eisner, reacio a dibujar enmascarados, optó por un personaje más cercano a la aún naciente estética del noir. “Le puse un antifaz y dije: ¡Sí, es un enmascarado!”, habría de relatar en una entrevista cuarenta años después.

Consciente del potencial narrativo del medio, apostó por la complejidad. Acaso de manera intuitiva abrevó de la narrativa cinematográfica, utilizando encuadres y composiciones dinámicas que no se utilizaban antes en los có- mics. Al mismo tiempo dotó a Denny Colt, alias el Spirit, de un origen digno de los pulps de la época: detective privado en pos del criminal Dr. Cobra, Colt aspira accidentalmente vapores tóxicos en el laboratorio del villano. La policía lo da por muerto y es enterrado, sólo para escapar del sepulcro e ir tras su fallido asesino. Colt decide mantener la identidad de un fantasma y adopta Spirit de nombre. Un antifaz completa al personaje.

El suplemento, ocho páginas publicadas y encartadas en los periódicos semanalmente, apelaba a un público adulto. Los personajes, que entre otros incluyen al Comisionado Dolan de la policía, su hija Ellen —eterna enamorada de Spirit— y Ébano, asistente afro de Spirit, fueron ganando complejidad a medida que la serie avanzaba. Lo mismo sucede con los villanos, que frecuentemente opacan al protagonista, como sucede con P’gell, la femme fatale o el siniestro Octopus.

El reclutamiento de Eisner en 1942 para ir a la Segunda Guerra Mundial no interrumpió la publicación de la historieta. Dejó la serie en manos de un equipo que incluyó a Jules Feiffer —quien habría de convertirse él mismo en un laureado humorista gráfico—, a Jack Cole, creador del Hombre Plástico, y a Wallace Wood, considerado en su momento el mejor dibujante del mundo, capaz de imitar perfectamente el estilo de cualquier colega grafista y, años después, uno de los fundadores de la revista MAD. Está visto que Eisner supo siempre aprovechar sus circunstancias. En el ejército se colocó como ilustrador de una serie de publicaciones dirigidas a los soldados. Eso no sólo le impidió ir al frente, también lo hizo ver el potencial didáctico de la historieta. En un parpadeo, Eisner estaba produciendo manuales de operación para todo tipo de equipo militar en forma de cómic, utilizando al soldado Joe Dope como protagonista.

Al volver a la vida civil, Eisner retomó a El Spirit, siempre auxiliado por sus asistentes. En sus páginas, estiró los lí- mites del medio, echando mano no nada más de recursos visuales, sino también literarios que tardarían mucho tiempo en ser asimilados por sus colegas. Hay historias narradas en rima, a veces integra partituras musicales, hay episodios narrados sin palabras. No creo cometer un exceso al decir que El Spirit es a los cómics lo que El ciudadano Kane al cine.
Cada episodio de ocho páginas era un cuento con gran potencia literaria y gráfica, tanto que las historias perduran y son leídas hasta el día de hoy, circulando en reediciones por todo el mundo.
Mi historia favorita de todos los tiempos es “L’il Adam”, en la que Spirit debe investigar el asesinato de un dibujante de cómics que alude a Al Capp, autor de Li’l Abner, y que Eisner aprovecha para pitorrearse de varios de sus colegas en un delirante episodio autorreflexivo. Hoy es casi un lugar común, pero esto se publicó ¡en 1947!

Eisner continuaría publicando sin interrupciones El Spirit hasta 1952, año en que discretamente salió de circulación. Sin embargo, la serie habría de reeditarse continuamente a partir de 1973, dándola a conocer a una nueva generación de lectores (en México la editaba la división de historietas de La Prensa).

El Spirit bastaba para garantizar la trascendencia a su autor, quien se dedicó durante casi veinticinco años a seguir produciendo historietas didácticas para el ejército (incluyendo un manual de operación del rifle M-16 para los soldados que fueron a Vietnam). Hum…

Siempre atento al medio, Eisner decidió regresar por sus fueros a finales de 1978, con Contrato con Dios, que en aquel año fue lanzado al mercado como la primera novela gráfica estadounidense, para ser distribuida en librerías y no en puestos de periódicos.

Inspirada por la dolorosa muerte de su hija por una leucemia, el libro se compone de cuatro historias interrelacionadas, protagonizadas por otros tantos personajes arrebatados por la desesperanza. Aquí, el humor de El Spirit da paso a una seriedad casi solemne: Eisner intenta demostrar que los cómics son un medio serio. Y si bien hoy es considerada una obra seminal dentro de la historieta estadounidense, no puedo evitar echar de menos el tono luminoso de su obra más famosa. A partir de ese momento y hasta su muerte, Eisner habría de producir casi cada año un álbum o novela gráfica en ese mismo tono. Piezas como El edificio, Nueva York: La vida en la gran ciudad, El último día en Vietnam y mi favorita, El soñador, fueron los acabados finos del edifico cimentado con El Spirit. Su último álbum, La Conspiración, acerca de la escritura de Los protocolos de los sabios de Sion, contó nada menos que con un prólogo de Umberto Eco.

Como si ello no fuera suficiente, Eisner fue también un educador de otros narradores gráficos. Su libro, El cómic y arte secuencial, publicado en 1985, y La narración grá fica, de 1996, dan cuenta de su pasión por enseñar los secretos del oficio, al igual que los volúmenes Shop Talk, compilación de conversaciones con otros dibujantes y el maravilloso Eisner/Miller, que recoge una larga plática con Frank Miller, otro titán del cómic estadounidense. (El editor en castellano de Eisner es Norma, que tiene prácticamente toda su obra traducida, pero que conste que esto no es un anuncio pagado porque yo prefiero leerlo en inglés.)

Podría extenderme durante muchas páginas sobre la obra de Will Eisner. Hablar de que el premio más prestigiado dentro del cómic estadounidense lleva su nombre, o de cómo siendo ya un anciano compró una tableta digitalizadora para hacer cómics directamente en la computadora, o de sus visitas a la Ciudad de México… Pero el espacio se agota. Baste animar a los lectores de Lee+ a celebrar ahora el centenario de este gran maestro del có- mic —cuya vida corrió paralela a la historia del medio—, de la manera en que él hubiera deseado que lo hiciéramos: leyendo cómics. En especial los de él.

Por Bernardo Fernández, Bef @monorama

MasCultura 24-mayo-17