(…) fueron a Plaza Universidad vestidos de punks. Tomaron café con roles de canela en Sanborns, se probaron zapatos en Florsheim. Preguntaron el precio de un arpón en Deportes Martí. La gente se les quedaba viendo, nadie podía evitar que sus miradas se desviaran hacia esos cuatro fachosos. Por desgracia, nadie decía “ahí están los punks, los rebeldes de las oficinas para desempleados, los que se oponen al estado paternalista y al welfare”. No, la gente cuchicheaba, “mira a esos chavos, ¿serán maricones?
Juan Villoro. ‘Tiempo Transcurrido: Crónicas Imaginarias’
Desde la época prehispánica, la CIudad de México es una urbe que congrega una gran diversidad de identidades. Desde las castas en el periodo colonial y las incipientes clases sociales del siglo XIX, hasta la aristocracia porfirista y la formación de la sociedad urbana del siglo XX. Esas identidades se crean, mientras que otras se transforman.
Como la mayoría de las ciudades del mundo durante las últimas décadas del pasado siglo, la capital mexicana fue testigo del nacimiento de las identidades juveniles urbanas que se dieron en la mayoría de los países occidentales con el nacimiento del punk.
En nuestras calles convergen beatniks, hippies, góticos, rastas, cholos, metaleros, kpopers, skatos, nerds, emos, yuppies e incluso beliebers y directioners. Pero solamente la tribu urbana de los punks lo ha hecho con los principios autogestivos del hazlo tú mismo, sin ganancia y anticopyright, casi olvidando que su antecedente también fue una moda.
Y es que este movimiento llegado a México a mediados de la década de los setenta, tiene un origen irónico, ya que como retrata Juan Villoro en “El punk del Pedregal”, los primeros jóvenes en apropiar esa estética antisistema fueron aquellos que tenían los recursos económicos para viajar al extranjero y conocer estas tendencias en los medios de entonces. El texto del escritor, miembro de El Colegio Nacional, describe mediante esta crónica imaginaria que los primeros punks mexicanos fueron aquellos que de día estudiaban en una universidad privada y por la tarde luchaban contra el establishment en los pasillos de Plaza Universidad. Nada más cercano a la realidad de ese momento.
Durante su florecimiento en los ochenta, el movimiento punk vivió su periodo más activo en México, fuera en conciertos clandestinos en patios, como el intercambio de cintas y propaganda en el tianguis de El Chopo, a espaldas de la estación de trenes de Buenavista, sanctum sanctorum de las identidades juveniles. Los punks fueron de las primeras tribus urbanas en mostrarse a la sociedad mexicana y continúan siendo visibles en las calles.
Mientras que los punks británicos luchaban contra el establishment, los estadounidenses iban contra la ideología hippie que quedaba y contra el conformismo de vivir en los suburbios., el punk mexicano nació siendo señalado pero pidiendo respeto a la diferencia y canalizó su inconformidad contra el status quo.
La diferencia entre pasado y presente estriba en el número de opciones que hay para ser y pertenecer.
Desde Santa Fe a Tacubaya, de San Felipe de Jesús hasta Ecatepec y Ciudad Nezahualcóyotl, esperando el transporte en las paradas del chimeco o repartiendo fanzines a las afueras de una estación del Metro, un grupo de jóvenes vestidos con chalecos de mezclilla decorados con estoperoles bordados a mano y con botas obreras gastadas. Su caldo de cultivo se dio entre gente de la periferia urbana, jóvenes que carecían de oportunidades educativas y laborales al igual que sus familias. No recuperaron la huella de otros movimientos; los punks dejaron su huella en la sociedad urbana.