Más allá de La metamorfosis, la obra completa de Kafka es una crítica a la transformación de la sociedad de su época: cada vez más absurda e inhumana. Édgar Omar Avilés nos cuenta de su novela póstuma El proceso y esa visión particular del autor.
O todos los libros son de superación personal o ninguno lo es. El aprendizaje que obtengamos de un libro está relacionado más con quien quiere encontrar aprendizaje que con la obra en sí. Estas frases pretenden ser aleccionadoras, desde la atalaya de la autocomplacencia, pero tienen al menos la ética de advertir que son una trampa. Esta ética no suele es- tar presente en el grueso de los libros que se venden como “superación personal”.
Obras más cercanas a una droga que a un alimento para la personalidad. Luego de la exaltación por los consejos simplones, sólo nos queda una profunda desazón y la culpa de no haber cambiado pese a que los hábitos del éxito parecen tan sencillos. Entonces vamos a la librería para adquirir las siguientes líneas de tóner que esnifamos con desesperación.
Existen, sin embargo, otros libros. Los que en verdad nos transforman. Estos nunca prometen que lo harán. Para muchos, algunas de nuestras primeras lecturas “serias” fueron en la secundaria. De la mano de algún profesor de español que nos las dejó de tareas. Este primer libro-tarea puede ser algo como Juventud en éxtasis (Diamante), pero también hay casos que fueron, son y serán Pedro Páramo (Cátedra), Las batallas en el desierto (Era) o La metamorfosis. Novelas cortas que, como la buena literatura, no buscan adoctrinarnos, sino que son historias perfectamente narradas con personajes complejos. Las conclusiones o preguntas que generen en cada lector no son una lista predeterminada.
En mi caso, leí La metamorfosis como una tarea en segundo de secundaria. No era mi primera lectura, pero mi experiencia con los libros tampoco era extensa. La historia del sujeto que amanece convertido en un gran insecto me dejó la cabeza rebotando de preguntas. Gracias a la conmoción que me causó, en la preparatoria compré en una librería de viejo otra novela de Franz Kafka: El proceso (Cátedra). Si bien la novela del insecto gigante es una gran obra, esta otra es un nivel arriba. La maravilla que encontré en El proceso la sigo buscando en cada texto que leo. A veces, muy escasamente, la he encontrado. Cuando es así, generalmente sólo como chispazos y con ellos ya me siento afortunado.
Este reseña que les presento es, pues, una lectura personal, impresiones agradecidas sobre algunos asuntos que esta novela dejó merodeando en mi mente.
“Alguien tenía que haber calumniado a Josef K, pues fue detenido una mañana sin haber hecho nada malo”, así inicia una de las novelas más poderosas jamás escritas. A través de sus páginas acompañamos al protagonista en una angustiante trama en la cual jamás sabrá de qué se le acusa. Desde el primer capítulo, asumimos que es una novela muy lenta. Pensamos (sobre todo si nunca hemos leído nada de Kafka) que la historia va a veinte kilómetros por hora (la novela policiaca más lenta de todos los tiempos) y que en cualquier momento un caracol nos rebasará.
Sin embargo, poco a poco el vértigo de su lentitud, de su atmósfera angustiante, de su prosa sencilla pero exactísima nos hace comprender que vamos en un bólido a doscientos cincuenta kilómetros por hora (y arriba de la novela policiaca más profunda de todos los tiempos). Otra de las sorpresas es que resulta una multimetáfora que complejiza nuestras preguntas sobre el mundo. Así sea el lector un adolescente en patineta o un viejo sabio, todos encontrarán en la trama algo parecido a una broca taladrándoles el cerebro.
Asumimos que para recibir castigo debemos ser culpables. Es una de las bases en que está estructurada la sociedad y nuestra psique. Pero, ¿y si no fuera así? ¿Si el castigo no estuviera relacionado con una culpa? Y no me refiero a una equivocación. Sino que, simple y llanamente, no hay una relación causal entre culpa y castigo. Entonces sería perfectamente lícito y natural ser castigado sin haber hecho nada malo. Esto difuminaría los bordes de la vida cotidiana y la pesadilla. Y tal vez así es en realidad.
Sobre la sinrazón de la existencia ha corrido mucha tinta. “Dios ha muerto” es una de las sentencias más conocidas al respecto. Descuiden, esta frase de Friedrich Nietzsche es sólo una metáfora. Él no mata literalmente a Dios. De hecho, ni siquiera considera que Dios exista o haya existido más allá de ser una herramienta conceptual inventada por el humano… Con la muerte de Dios (por ser un concepto caduco, más generador de culpa que algo que motive a actuar) el filósofo alemán afirma que el humano queda dueño de sí mismo para generarse un sentido. Cada humano, huérfano, podrá jugar a la vida con ímpetu (nihilismo activo) o seguir en la apatía (nihilismo pasivo) dado que no hay una razón preestablecida para vivir ni un juez que diferencie, valore, castigue y premie lo bueno y lo malo.
Sobre el humano Sartre dice que es una “pasión inútil” y su sentido de vida es un absurdo. Sin embargo, también hay textos religiosos donde se aborda el absurdo. Uno de los casos más ejemplares ocurre en la Biblia, y es el de Job, en quien Dios se ceba matando a sus ovejas, camellos, criados e hijos e hijas sin que haya hecho algo para merecerlo. Por supuesto, también otros escritores han abordado el tema. Por ejemplo, en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?de Philip K. Dick (novela de ciencia ficción en la que se basó la película Blade Runner) se caza a los Nexus 6 (robots casi indiferenciados con los humanos) por el mero hecho de existir (estos robot seguramente deben de vivirlo como un castigo sin motivo).
¿Pero de qué se acusa al señor K?, repetimos insistentes, pese a que, por más que le damos vueltas a la novela, no se nos explica. Y es que los humanos nos negamos al sinsentido. Al principio de la novela, también el protagonista está seguro de que es un error. Al final, lo ha asumido al menos un poco. En el trayecto, K. ha intentado llegar con autoridades superiores que le puedan explicar su culpa y así él pueda mostrar su inocencia. Pero nunca logra llegar a autoridades superiores sumergido en una burocracia abrumadora (tal vez la vida es un periodo vacacional en la burocracia de lo muerto, ¿no creen?).
El proceso desmonta el entramado de la realidad. Naturalmente que lo que ocurre ahí puede ser leído de forma lineal, y de suyo la historia es estremecedora. Por un error, alguien es condenado. Suele ocurrir: las cárceles están llenas de estos errores infames. Pero esta lectura es la más bondadosa. La que nos permitiría dormir un poco tranquilos. Sólo basta con tener una suerte promedio para, tal vez, no sacarnos la lotería invertida y ser víctimas de la desgracia. Pero, ¿qué tal si en realidad no existe un tribunal superior? Es decir: K busca llegar a algo que no existe. Por medio de Josef, Kafka se burla del libre albedrío, ese sofisticado juguete con el que la naturaleza se divierte a costa de nosotros.
¿Es El proceso un libro de filosofía? Es, ante todo, literatura. Quien se adentre en él disfrutará un personaje, una trama, una atmósfera y un lenguaje. La literatura tiene su forma de enfrentar, explicar y complejizar la realidad del mundo, desde sus reglas, así como la filosofía, las matemáticas o la psicología lo tienen, sin que esto excluya que existan convergencias entre los distintos modos de abordar lo real.
Franz Kafka dejó una carta a su amigo Max Brod, quien fungió como albacea literario. La carta decía: “Querido Max, mi último deseo: Todo lo que dejo detrás de mí es para ser quemado sin leer”. Sí, podemos leer El proceso por una traición de su amigo, quien publicó la obra al año siguiente de la muerte de Franz. Es, además, una novela inacabada. Kafka no la daba por terminada. Hay borradores de capítulos que no están en la versión que suele comercializarse. Paradójicamente es una obra perfecta e inacabada. En el cine, hay dos adaptaciones de la desventura de Josef K. Una magistral de 1962, dirigida por Orson Welles, y una mediocre de 1993, dirigida por David Jones.
Kafka murió de tuberculosis un mes antes de cumplir los 42 años, el 3 de junio de 1924. No conoció la gloria por su obra. No es algo raro que así pase, y que luego haya quienes se hagan ricos o consigan títulos importantes a costa de artistas que llevaron una vida raquítica. Ya saben: doctorados, escritores copiones o con novelas derivadas, editoriales vendiendo tirajes enormes, etcétera. Qué maravilla para nosotros que hayan violentado la voluntad de Kafka. Qué maravilla que el mercado editorial de su tiempo haya rechazado manuscritos de Kafka, seguramente eso atemperó más su prosa. Qué más da que su vida fuera breve, escasa en lo material y tendiente a lo triste. La justicia es un absurdo.
Una de las frases de Kafka que más me impactan es: “Mi miedo es mi sustancia, y probablemente lo mejor de mí mismo”. Si no la han leído, dejen cualquier otra cosa que estén leyendo, cualquiera, y adéntrense a El proceso. Cada lector llega a una respuesta angustiante o desesperanzadora, o tal vez luminosa y feliz, sobre de qué se acusa al señor K.
Este texto fue escrito por Edgar Omar Áviles y se encuentra en el número 115 de Revista Lee+. Su versión física se encuentra disponible en todas las Librerías Gandhi de México y la versión digital la pueden disfrutar aquí.